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Washington pierde el control de la agenda mundial

En las recientes reuniones entre dirigentes norteamericanos, rusos y chinos se confrontaron chicanas propagandísticas con posiciones sólidas fundamentadas en visiones de largo plazo

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

El pasado lunes 15 Joe Biden, y Xi Jinping, mantuvieron una videoconferencia de tres horas y media en la que tocaron todos los temas de conflicto entre ambos países, sin entenderse en casi ninguno. Ya previamente, el 2 de noviembre, la reunión que el Director de la CIA, William Burns, y el Secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia, Nicolay Patrushev mantuvieron en Moscú tuvo un trascurso y resultados similares. El liderazgo estadounidense sigue confrontando a quienes lo desafían con consignas propagandísticas, mientras éstos les responden con visiones a largo plazo que ponen orden al sinfín de problemas a resolver.

El pasado lunes 15 de noviembre los presidentes de Estados y China mantuvieron su primer encuentro desde que Joe Biden asumió la presidencia en enero de 2021. La reunión se realizó virtualmente y en la misma trataron todos los temas de conflicto entre ambas potencias. El clima fue amable y respetuoso, pero sólo se pusieron de acuerdo en buscar mecanismos comunes para combatir el cambio climático, en facilitar el tránsito de los ejecutivos de empresas y en tratar de encontrarse presencialmente antes de fin de año. Por lo demás, se sacaron chispas: Biden acusó a China de violar los derechos humanos en las regiones autónomas de Xinjiang, Tibet y Hong Kong, de poner en peligro la paz de la región con sus amenazas contra Taiwán y de llevar adelante una competencia comercial desleal. A la primera imputación respondió Xi que el gobierno de las tres regiones mencionadas es una cuestión interna de su país, recordó a su colega el compromiso norteamericano con la postura de “una sola China” e instó a EE.UU. a acatar el sistema normativo de las Naciones Unidas y de la Organización Mundial del Comercio.

La diferencia de fondo entre ambos es, empero, de enfoques. Mientras que Biden insistió en la necesidad de ajustar las relaciones bilaterales a “criterios de sentido común”, Xi respondió recordándole los principios de la coexistencia pacífica que guían la política exterior china desde 1955.

Un choque similar se planteó en la reunión que el director de la CIA mantuvo el pasado 2 de noviembre con el secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia. Fue el primer encuentro entre Patrushev y Burns desde que este último asumió el cargo de director de la CIA. Hasta ahora el secretario ruso se relacionaba con el Consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, y con él conversó este jueves 18 ante el recrudecimiento de la crisis en Ucrania.

Los dificultosos intercambios contrastan con los claros posicionamientos estratégicos de las conducciones de China y Rusia. El viernes 12 culminó en Pekín la Sexta Sesión del 19º Comité Central del Partido Comunista, de cara a su 20º Congreso que se celebrará en octubre de 2022. La resolución aprobada habla de tres grandes liderazgos, el de Mao, el de Deng Xiaoping y, ahora, el de Xi Jinping. En esencia, el documento plantea tres preguntas: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?, ¿por qué hemos tenido tanto éxito? y ¿qué hemos aprendido para que estos éxitos sean duraderos?

A Mao se reconoce el haber puesto de pie a un país destruido por la colonización, en los 27 años que lideró hasta que murió en 1976 haber alfabetizado a casi toda China, unificado y simplificado el idioma, haber dado un rol y liberado a las mujeres de prácticas humillantes, distribuido tierras a cientos de millones de personas, iniciado las primeras industrias, haber recuperado el lugar de China en las Naciones Unidas, etc. Por cierto, ya en su documento de 1981 el partido criticó la revolución cultural (1966-76) como una “década catastrófica”.

El segundo hito, el de Deng Xiaoping, consistió en modernizar China sobre las bases sentadas por Mao. En 1978 inició las políticas de reforma y apertura tomando aspectos del capitalismo para potenciar el mercado, pero dándole otra impronta.

Y luego de otros presidentes que siguieron a Deng e hicieron sus aportes, en 2013 llegó Xi Jinping con la idea de una China más global, atacando, sobre todo, las tres desigualdades que generaron las reformas (la social, la territorial y la ambiental) con grandes innovaciones tecnológicas hasta liderar en varios campos, recientemente con fuertes regulaciones a las finanzas y las telecomunicaciones, pero además articulando mucho más con el juego internacional.

Ni bien llegó a la cúspide del partido, Xi propuso cumplir el «sueño chino» y alcanzar el «renacimiento» del país, es decir volver a situar a China en el centro del mundo. Ya durante su primer mandato Xi estableció un nuevo marco ideológico: el Partido -como poder centralizado- debía dirigir la economía hacia lo que se rebautizó como «la nueva era». Con ello Xi se embarcó en lo que se podría resumir como una forma bastante original de capitalismo de Estado autoritario, en el que el Estado es simultáneamente actor y árbitro de la vida económica.

El equipo del nuevo presidente aprendió muchas lecciones de Occidente, utilizando mecanismos de regulación y supervisión para controlar, por ejemplo, la esfera bancaria en la sombra. Desde el punto de vista macroeconómico, se contuvo la expansión de la deuda pública y se supervisó mejor la concesión de créditos. El nuevo rumbo económico se anunció de facto en 2015 a través de «Made in China 2025», que refleja la ambición centralizada de reforzar la independencia económica y tecnológica del Estado. Esto implicó encarar una seria reforma de las empresas públicas, algo ineficientes. Paralelamente, se produjo un rediseño del «papel decisivo del mercado», con el énfasis de que las nuevas riquezas tendrían que estar a disposición del renacimiento de China. Así que el nuevo acuerdo instauró una «cultura de los resultados» en el sector público, al tiempo que se asociaba al sector privado a la consecución de una ambición nacional general facilitando el papel del partido como director general (inclusive dentro de las mayores empresas privadas) y fomentando las asociaciones público-privadas.

La inquebrantable ambición de Xi es que el renacimiento de China acabe para siempre con el recuerdo del «siglo de la humillación». El aspecto crucial es que Pekín no pretende sustituir la Pax Americana por la propia. La declaración reforzó sutilmente que Pekín no está interesado en convertirse en un nuevo hegemón. Lo que importa, sobre todo, es eliminar cualquier posible restricción que el mundo exterior pueda imponer sobre sus propias decisiones internas y especialmente sobre su singular configuración política.

La resolución del partido del viernes 12 tiene las dimensiones de un manifiesto para el siglo que viene que establece los parámetros con los que China trata al mundo y quiere ser tratada. Al no entenderlo, no dialogar con ellos y no contraponerle su propia visión, el liderazgo norteamericano está entregando la agenda de las relaciones entre ambas potencias.

También Rusia acaba de posicionarse ética y políticamente en el mundo y marcado el rumbo que piensa seguir. El pasado 21 de octubre Vladímir Putin dio una conferencia en el cierre de la reunión  anual del Club Valdai, que se desarrolló en la ciudad rusa de Sochi, a orillas del Mar Negro. Su intervención incluyó un discurso y una discusión con participantes del evento, una más sustanciosa que la otra.

Según el mandatario, «las contradicciones socioeconómicas se han agravado». «Todo el mundo dice que el modelo de capitalismo existente se ha agotado. Dentro de su marco ya no hay forma de salir de una maraña de contradicciones cada vez más enredadas», dijo Putin. El presidente ruso rechazó que la actual crisis mundial estuviera causada directamente por la pandemia de coronavirus. «Las causas del descontento social son mucho más profundas», indicó y señaló que la propagación del virus fue «sólo un pretexto». Como resultado –aclaró-, crece la «desigualdad (…)» y resaltó el ascenso del extremismo y la migración incontrolada como formas de responder a la decepción social.

«Todos los Estados declaran de palabra su adhesión a los ideales de cooperación, su disposición a trabajar juntos para resolver problemas, pero sólo de palabra, continuó. En realidad, está sucediendo lo contrario. (…) Los intereses egoístas han prevalecido por completo sobre el concepto de bien común. (…)», cree el presidente.

Al mismo tiempo, añadió, «el cambio de equilibrio de poder presupone una redistribución de acciones a favor de aquellos países en desarrollo y en crecimiento que hasta ahora se sentían excluidos». «Para decirlo sin rodeos, el dominio de Occidente en los asuntos mundiales, que comenzó hace varios siglos y se convirtió en casi absoluto durante un corto período a finales del siglo XX, está dando paso a un sistema mucho más diverso», explicó y señaló que una transición pacífica desde este tipo de sistema es difícil, pero posible.

Para Putin, la lucha por la igualdad tal como se entiende actualmente en Occidente se ha convertido en un «dogmatismo agresivo al borde del absurdo». «Contrarrestar las manifestaciones del racismo es algo necesario y noble, pero en la nueva cultura de la cancelación se convierte en una discriminación inversa «, dijo el mandatario, quien calificó como «una fantasmagoría total» la discusión sobre los derechos de género de hombres y mujeres.

Ya durante la discusión el presidente ruso insistió en su crítica a la práctica occidental de imponer modelos y juzgar todo el mundo según sus propios y exclusivos valores, pero advirtió también contra la tendencia a reescribir la historia y echar todas las tradiciones por la borda. En consecuencia, se definió, primero, como un “conservador racional” y, finalmente, como un “conservador optimista”.

Pueden discutirse ambas posiciones, pero no se las puede obviar. Tanto la resolución del partido chino como el discurso del líder ruso sientan posiciones que exceden en mucho la coyuntura y dan un marco explicativo a la multitud de conflictos que perturban las relaciones entre el Occidente atlántico y Eurasia. Respaldadas por el poderío efectivo desarrollado por China y Rusia, estos manifiestos definen la agenda de las relaciones internacionales de las próximas décadas. Si EE.UU. sigue pretendiendo rebatir estas sólidas visiones del mundo con chicanas propagandísticas y permanece incapaz de renovar su discurso fundacional, sus contrincantes lo llevarán de la nariz tropezando en cada guijarro de la política mundial.

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