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Ignacio Campos: Una democracia de baja intensidad

Ignacio Campos

Como tantas otras palabras que con el tiempo van modificando su significado o la percepción que se tiene de ellas, hoy el término “democracia” no conlleva los valores que se desprenden de su raíz etimológica. Por inútil que parezca, comencemos pensando lo que se nos ha enseñado y es entonces que a partir de allí recordaremos que proviene del griego: demos (pueblo) y cracia (forma de gobierno).

Ahora tratemos de aplicar ese significado a un gobierno como el que lleva adelante Mauricio Macri y, de manera inmediata, notaremos que no se corresponden lo uno con lo otro; es allí cuando nos preguntamos: ¿podemos explicar un proceso político dado a partir de los conceptos aprendidos en nuestra formación escolar? Evidentemente, no. Es más, parecería ser que esta democracia no se condice en absoluto con la lógica del consenso con lo cual no necesariamente cuando se vota o se elige a alguien significa  que sea considerado mejor. Incluso, en este caso puntual, parecería tratarse de lo contrario.

En la actualidad, cuando se habla de democracia, suele hacerse referencia a su variante “representativa” en la que el pueblo elige a sus gobernantes a través del sufragio por un período limitado de tiempo. Sin embargo, aún así seguimos, en tanto pueblo, sin la posibilidad cierta de condicionar de manera alguna al gobierno de turno, cuando, como en la actualidad, no puede ni el más brillante relator de la época convencernos de que gobiernan para el pueblo, a menos que los griegos, cuando hablaban de pueblo, se refirieran únicamente a esa franja de la población que ostentaba el poder.

Entendemos la democracia como un estado donde podemos expresarnos de manera libre, no obstante, en la actualidad, no sólo no se da esta condición, sino que tampoco podemos ejercer nuestros derechos

Entendemos la democracia como un estado donde podemos expresarnos de manera libre, no obstante, en la actualidad, no sólo no se da esta condición, sino que tampoco podemos ejercer nuestros derechos, que a esta altura ya son considerados “privilegios” por los actuales gobernantes.

En este “gobierno del pueblo”, por lo pronto, estamos condenados a pagar una inconmensurable deuda así como a resignar los aumentos jubilatorios, la pérdida de derechos tan elementales como el acceso a la salud, a la educación, a la posibilidad de un trabajo digno, a la alimentación. En síntesis, debemos resignar nuestro derecho a ser felices, porque, en definitiva, en la medida en que se pierden los derechos, y en la medida en que tampoco tenemos la oportunidad de reclamar por ellos, entre todo lo que perdemos se nos va la alegría y esto es un síntoma evidente, por estos días, de tanta “democracia”.

No hay aquí una intención de plantear cambios radicales ni extremos, pero sí de reflexionar sobre las bondades de esta democracia que se rige por normas constitucionales y que, en definitiva, nos permiten solamente votar nombres cada tanto, pero nada dice sobre la posibilidad de poner freno a los gobiernos que, con sus decisiones, llevan al pueblo a las peores condiciones de vida, escudados en preceptos hechos a la medida de un gobierno como el actual.

A esta altura de la soirée, me lo imagino al genial Alberto Olmedo diciéndonos: “Lo votaron, ahora jódanse”, con lo cual podemos afirmar que estamos transitando claramente una suerte de democracia de muy baja intensidad.

 

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