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Una novela sobre el martirio de la creadora Natalia Cohan, parece aludir a Facundo Manes

Alejandro C. Tarruella

En agosto de este año, en un acto de campaña en La Plata, el neuroradical precandidato de Juntos por el macrismo, Facundo Manes, tuvo que responder sobre el caso de la artista plástica Natalia Cohan de Kohan, quien fuera sometida a una virtual prisión psiquiátrica con un diagnóstico que se le atribuye en la década de 1990. Se afirmó durante años, que el mismo había sido confeccionado sin asistencia a la paciente.

Escribe Alejandro C. Tarruella

La psiquiatría de los desmanes

“Fui víctima durante años de desinformación, o de mala intención”, sostuvo el exitoso. Y agregó que “Por suerte chequeado.com cerró el tema, ellos lo investigaron”, expresó en referencia a la web del ex intendente de Pilar Nicolás Ducoté, hombre del macrismo. Por lo visto, parecía atribuir a la web la potestad de la justicia. Manes fue sobreseído por el caso pero Natalia, Sarah en la novela de Natalia Zito “Veintisiete noches”, reveló el trato violento, de tipo policial, que recibió en la internación que sufrió en ámbitos de actuación del neuroradical. La creadora, como en los tiempos duros de la dictadura, sufrió una represión brutal a sus casi 90 años de vida, en razón de un intento de sus familiares, de despojarla de su fortuna creándole la figura de insania a la habría aportado su “saber” el ahora flamante diputado.

La novela me llegó por indicación precisa de Fernando de San Telmo, librero agudo, lector infatigable, que sin mediar advertencia, me extendió “Veintisiete noches” y me dijo que debía leerla, cosa que hice de inmediato para llegar a este volver sobre hechos que conocía pero no había profundizado. Una vez más, tenía razón.

Natalia es Sarah Katz en la novela de la escritora Natalia Zito, “Veintisiete noches”, que no nombra nunca a la artista debido a los problemas legales que sufren los escritores y creadores cuando abordan la realidad de sus días. Aún son víctimas de un estado policial represivo en relación a la creación, que no ha sido desmontado.

La escritora recorre el martirio de Natalia, Sara Katz, y traza un camino que revive en el dolor y la violencia hacia una personalidad diferente, profunda, solidaria y vibrante en su concepción de la vida como acto creativo. La Sara Katz de la novela ayuda a creadores, apoya a artistas y convive en un estado de arte los episodios más mínimos de la vida. Arrancarle su fortuna unió, en la mirada de sus familiares y algunos “especialistas” que se ensañaron con ella, un rechazo visceral a su actitud rebelde frente a la banalización de la vida. Natalia Zito deja entrever que no era únicamente el dinero lo que buscaban sino la representación que en él tenía su indeclinable sentimiento de libertad. Tenían que reprimir su vuelo, su creación irreverente que contagiaba.

Avaros y perversos

Los reclamos de insania para abordar la fortuna y la realización del sometimiento de Sara Kata, a través de una rutina policial de psiquiatría, que tiene antecedentes en el arte de la escritura, unía al sentimiento de acumulación, avaricia y usura (unidos), a una perversa necesidad de herir a su víctima. No había crimen sino un goce de la destrucción que conducía a ese punto de la realización del despojo. Natalia Sito recorre sin insinuarlo el camino de una reconstrucción donde el lenguaje se convierte en un canal y lo sensible permite suponer lo que se propone en este rehacer de un rumbo de escritura de hallazgo.

Orlando Navaja es el neurólogo que da diagnósticos en el quehacer de los desmanes en la humanidad de las víctimas. La justicia existe de a trazos cortos, a veces inalcanzables para la ciudadanía. Aquellos responsables buscaban cómplices en su describir patologías, a veces sin siquiera revisar a su paciente, solo en su secreta alucinación de acabar con la insolencia de celebrar la vida en un cauce del arte inapresable para los burócratas y cortesanos que asisten a la ficción de los palacios del poder. Por eso la novela es rica en descripciones, en datos y hasta señales, que sostienen el sendero de la herida que iba a marcar en el tiempo la piel de la artista. Ella era curiosa que no trepidaba en abordar una jornada como un acto de fe en el esquivo arte de la existencia. La que apoyaba a los poetas, ayudaba a los pintores y estaba en el día a día de la creación dispuesta a extender su mano para sostener esa prédica. Por lo visto, ese fue su delito y era imposible que una justicia corrupta, negadora, dispuesta a sostener los intereses corporativos que, además, repudian el arte, fuese a cortar el ejercicio de una venganza inconfesable de un grupo de familiares más los sargentos de turno de ciertas prácticas psiquiátricas convulsivas. Aquellas que aparecen en la prolongación de la dictadura cívico militar.

Natalia Zito

Natalia Zito, en la angustia de poner en palabras el drama, se pregunta “Qué hace que alguien decida sumergirse en una historia durante el tiempo que haga falta con un único objetivo: encontrar la forma de contarla. Que tolere incluso la desolación de no conseguirla; hasta que un día, la forma aparezca y, con ella, resulte imposible retroceder”. “Es fácil saber cuándo una es tocada”, intuye con inteligencia sensible, acaso, como sugiere recordando a Carlos Fuentes, “para añadir algo”. Y hay un detalle que descubre en su trajín al proponer que fue determinante que Sarah (acaso Natalia) fuese mujer. El sistema fue sobre ella, parientes y neurodiagnosticadores al galope, para acabar con una cosmogonía que reunía a un cierto momento económico con actividades fuera de las que el mercado neoliberal, esa cárcel de la creatividad, exigía para justificarlo.

Las preguntas y la literatura

Otra vez, el recorrido de los hechos, cierta insistencia periodística en describirlos, con sus momentos, sus personajes y su sentimiento de dolor y crueldad, lleva a reconocer una tarea literaria que consiste en buscar nuevas preguntas que a su vez, estén al alcance de un lector que con seguridad se verá perturbado por una historia que ya no será la recurrente, sino un nuevo imaginario en el que se encuentre ante una propuesta donde el arte tiene mucho para decir y hacer. Acaso como un modo de ahondar en el modo de plantear la literatura y reconocer el aporte vital en el dolor y la injusticia que alguna vez en la vida Sarath Katz, alias Natalia Cohan, regresó del horror en la búsqueda de Natalia Zito. Entonces fue otra vez artista y tuvo que partir a una navegación en la que mostró sus heridas, esa razón de ser implacable en la vida de los artistas.

No hubo piedad para Sarah en esa prisión, y como señalara el escritor Víctor Kemplerer en su tiempo de horror, como si sucediera aquí, en Buenos Aires, las palabras “concienciaarrepentimiento moral estaban fuera de lugar” porque en el poder, accionado bajo la premisa de los irresponsables, no existía marcha atrás cuando se trataba de someter a una mujer, a una artista que ejercía su libertad en una sonrisa, una flor y una palabra compasiva que contagiaba. Y en ese festín de la crueldad, la justicia tiene razones que el arte de la existencia no comprende. Si antes manejaban la presunta certeza de un brebaje químico, ahora manipulan el poder en los medios y sugieren que no hay justicia que valga para ellos. La escritora Zito por eso, coloca la realidad, en la palabra precisa y el sentimiento justo, en términos de búsqueda y cuestionamiento. “Escribir nunca es obediente”, desliza ella como advertencia.

Natalia Zito publicó en 2019 su novela “Rara” (Planeta) y los cuentos “Agua del mismo caño”, son de 2014. Hay Walsh, acaso Truman Capote y cierto tono de las investigaciones periodísticas de Ragendorfer o Leila Guerriero en su argamasa. En 2011 fue premiada en un concurso de microcuentos y en 2013, en el concurso de crónica de la revista “Anfibia”. Ha publicado en diferentes países y en “Veintisiete noches”, que publicó la editorial Galerna. Es ella quien recorre las instancias de una internación para intentar descifrar los enigmas y describe, según la marcación a sangre de los especialistas, que está indicado internar a un paciente si hay “Riesgo concreto, comprobable e inminente”. El arte, puedo uno intuir luego de leer “Veintisiete noches”, de Natalia Zito, es uno de esos riesgos. Y la novela parece sugerirlo de ese modo. Quizás, debido a ese probable, esta nota culmine aquí.

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