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Si no se habla de lawfare, ni de deuda, ni de proscripción, ¿entonces qué se debate?

¿Para qué sirve un debate presidencial en estas condiciones?

El debate prometido no es un debate seriamente hablando. Es una sucesión de intervenciones con una cantidad limitada, en número y extensión, de derechos a réplica.

 Candidatos presidenciales que ofrecen, ante todo, monólogos cuya primera virtud a ser ponderada por los presentadores sería el respeto a la cantidad de tiempo asignada por la organización para decir lo suyo, con mayor o menor solvencia para mirar a la cámara de TV y sin profundizar sobre ninguna propuesta.

Podría ser visto como un espectáculo de pantallas, en realidad, adonde las audiencias con sus preferencias ya resueltas acuden masivamente para examinar hasta qué punto los  candidatos y sus ideas resisten la confrontación regimentada por un sistema que se presenta por encima de todo, con legitimidad para imponer algo de orden en el desorden habitual que domina los debates públicos en la óptica de la hegemonía mediática.

Una prueba con ganadores o perdedores a ser decididos por un poder incontaminado de pasiones partidarias, supuestamente esterilizado de propósitos sectarios, que se autoasigna el rol de equilibrado juez popular en una noche donde la política, siempre señalada por sus actividades sospechosas, se vuelve protagonista estelar en la previa de una elección de carácter constitucional.

Hay que decir que el formato iguala situaciones no igualables. El negacionista que banaliza los crímenes del Terrorismo de Estado cuenta con idéntica consideración de parte de los moderadores que los y las candidateables que defienden las políticas de Memoria, Verdad y Justicia que restablecieron la plena vigencia del estado de derecho en la Argentina y constituyen la legalidad actual, en cumplimiento de los estándares internacionales de derechos humanos.

¿Por qué valdrían lo mismo un apologista abierto o solapado del genocidio y una abogada que combate sus consecuencias, cuando lo primero resulta indefendible y lo segundo representa lo exigible a quien pretenda ocupar un cargo republicano, mucho más si se trata del cargo de presidente de la Nación?

¿Por qué un terrorista económico que promociona la adopción de un formato monetario colonial y celebra cada vez que puede la demencial suba del precio del dólar, es tratado como una eminencia cuyas opiniones valen igual que las del ministro de Economía que debe enfrentar las corridas cambiarias desatadas por la prédica inflamable de tamaño irresponsable?

¿Desde cuándo el piromaníaco recibe igual trato que el bombero voluntario?

Llama la atención que los temas de la actualidad, además, sean abordados en un plano abstracto, casi ideológico, y también que haya asuntos omitidos en maniobra coincidente con la censura empresaria que practica el monopolio mediático conducido por el Grupo Clarin de Héctor Magnetto.

Cuándo es el segundo debate presidencial Argentina 2023

¿No tienen nada para decir los candidatos sobre la mafia de Lago Escondido? ¿No hay gravedad en la complicidad evidente que grupos empresarios, servicios de inteligencia y jueces y funcionarios mantienen para violentar la legalidad?

En el primer encuentro no hubo alusiones al juicio contra la Corte Suprema del lawfare que se desarrolla en el Parlamento, ni menciones al endeudamiento criminal del macrismo y sus consecuencias inflacionarias, y el hecho de violencia política más grave desde la recuperación democrática, el intento de magnicidio de Cristina Kirchner, no mereció un solo comentario, ni de parte de los aspirantes al sillón de Rivadavia ni de los organizadores del evento.

Tampoco estuvo presente la proscripción judicial que sufre la líder del peronismo, movimiento que acude a elecciones con el candidato que puede ofertar y no el que hubiese querido. Cristina Kirchner, dos veces presidenta del país, figura destacada de la política nacional e internacional, las denuncias sobre la persecución de la que es víctima, no ameritaron ni un tratamiento en sobrevuelo de los contendientes.

La pregunta flota en estas líneas. ¿Para qué sirve un debate presidencial en estas condiciones? ¿Cuál sería su interés, o su relevancia, si ninguno de los candidatos sale de su libreto previsible y los asuntos debatibles se restringen a una agenda que evita hablar de lo que lastimaría al establishment, salvo por ciertos arrebatos «nacionales y populares» de un Sergio Massa al que hay que concederle que, siendo ministro de Economía de una economía en llamas, siempre está arriesgando más que el resto de los candidatos?

¿Y los BRICS? ¿Y la geopolítica? ¿Y los recursos naturales?

Son preguntas sin respuestas, que el primer debate no respondió. Habrá que ver qué sucede durante la noche de hoy. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero también es cierto que cuando los candidatos juegan al empate, no está en la cabeza de nadie ganar.

Ni entre los que juegan, ni entre los que miran jugar.

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