Justicia

La Corte Suprema rechazó la libertad condicional para Robledo Puch

 

 

 

La Corte Suprema de Justicia de la Nación cerró la puerta al último intento de la defensa de Carlos Robledo Puch y confirmó el rechazo al pedido de libertad condicional. Puch cumple condena a prisión perpetua por el asesinato serial de once personas, por diecisiete robos y dos casos de abusos deshonestos cometidos entre 1970 y 1972.

En la sentencia de una página firmada el pasado 25 de marzo, los jueces Ricardo Lorenzetti, Juan Maqueda y Elena Higthon de Nolasco, declararon “inadmisible” un recurso de queja presentado por Mario Coriolano, defensor oficial de Robledo Puch. Para desestimar el recurso, los magistrados se basaron en el artículo 280 del Código Procesal Civil y Comercial Nacional, que no establece la obligación de argumentar la decisión.

Hace dos años, en 2013, Robledo Puch pidió que se le concediera la libertad condicional por “agotamiento de pena”. «Como me siguen negando la libertad, por qué no me cambian la pena por una inyección letal», decía el escrito que presentó en 2013. Pero la Cámara de Apelaciones de San Isidro rechazó por cuarta vez el pedido para salir de la cárcel de Sierra Chica, donde cumple condena a reclusión perpetua.

Robledo Puch -conocido como el “El Ángel Negro” o “El ángel de la Muerte”- está privado de su libertad desde febrero de 1972. Lleva 43 años detenido, desde que tenía 20. En 1971 robó junto a Jorge Ibáñez 350 mil pesos de un boliche bailable. Antes de huir, asesinó al dueño y al sereno mientras dormían. Allí comenzó  una saga de robos y homicicios. Llegó a disparle a una cuna donde dormía un bebé, que se salvó milgrosamente. Ibáñez, su cómplice murió, y Héctor Somoza se convirtió en su nuevo socio.

El último golpe, y el que lo delató, fue en 1972. Él y su socio entraron juntos a una ferretería, asesinaron al sereno e intentaron abrir la caja de caudales. En una situación confusa, donde aparentemente Robledo Puch se sobresaltó, asesinó de un disparo a Somoza. Después tomó un soplete y le quemó la cara. Recogió el botín y huyó de la escena. Un descuido lo llevó a la cárcel: se olvidó su cédula en el bolsillo de su cómplice.

Fue juzgado en 1980 y finalmente condenado a la pena de reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado por diez homicidios agravados, un homicidio simple, 17 robos y dos casos de abuso deshonesto, todo ello cometido entre mayo de 1971 y febrero de 1972.

 

 

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