
Día del Periodista en la era Milei
El peligroso sueño de comunicar trocó en pesadilla ante la avanzada libertaria y hoy nuestra profesión se ha vuelto extremadamente riesgosa.
*Agustina Sosa- exclusivo para Infobaires24 Imágenes Gustavo Molfino
Ser periodista en este junio de 2025 es tener algunas pocas pero firmes certezas. Estoy segura de que si abro mi cuenta de X -lo que antes se llamaba Twitter- debo tener cientos de trolls libertarios deseándome la muerte en mensajes. Estoy segura de que si se me ocurre responderles, me lloverán otros cientos de insultos (he aprendido a no caer en esa trampa). Hemos naturalizado, por lo menos desde el año 2023 a esta parte (sí, este nivel de agresividad virtual y fascista comenzó en Twitter antes de que asumiera Javier Milei como presidente) un nivel de violencia inusitada.
El péndulo comunicacional se fue corriendo – y se va corriendo cada día más- desde un progresismo políticamente encorsetado a un sálvese quién pueda, donde todos queremos ser el que tire la granada más fuerte. Pero el problema es que la violencia traspasó las pantallas e inundó las calles. Los que antes nos referenciamos en el símbolo de Rodolfo Walsh pensando: “Si él se la jugó en ese contexto, ¿cómo no voy hacerlo yo?” nos despertamos un día con las pantallas de C5N, TN o Crónica mostrando fotoreporteros queridos (esos seres indispensables a los que siempre les mangueamos alguna foto sin pagarles), productoras generosas (esas magníficas periodistas con agendas prodigiosas a las que siempre le pedimos algún favor), siendo brutalmente reprimidos, con los rostros colorados llenos de lágrimas por el gas lacrimógeno, con la cabeza apretada contra la vereda de la Plaza del Congreso por alguna rodilla gruesa e insensible del policía o gendarme de turno. ¿Cómo llegamos a eso? ¿Cómo pudimos llegar a eso?
Nací en el año 1991, entre los albores de la convertibilidad del sanfrancisqueño Domingo Cavallo y los malabares de mis viejos para terminar de construirse una casa gracias al crédito del sindicato de Luz y Fuerza, créditos que los millennials ya no tenemos (como tampoco la posibilidad de construir). Cuando digo “sanfrancisqueño” no me refiero a que el ministro con ojos de perro azul haya formado parte de la congregación franciscana como el Papa Francisco, me refiero al gentilicio del que nace en la ciudad de San Francisco, ubicada en el costado derecho de la provincia de Córdoba. Misma ciudad – y mismo gentilicio- donde nació el gobernador Martín Llaryora. ¿Casualidades?
Si ser periodista durante el gobierno de Javier Gerardo Milei se parece a estar en una guerra, en la cual en la primera fila de combate se encuentran los compañeros que viven en Buenos Aires, donde cada miércoles alzan sus cámaras, sus micrófonos y su tremendo coraje para visibilizar, proteger y defender jubilados y jubiladas que reclaman por una jubilación digna (y por un país feliz, con todo el peso de esa palabra que nos han arrebatado), ser periodista en la provincia de Córdoba se parece a gritar en el desierto. En un desierto desmontado repleto de soja, claro.
Me atrevo a decir que en el interior de las provincias nos toca resistir en la cornisa, en los márgenes propios del marginado, del señalado, del acusado como “loco tira piedras”. Aquí la violencia se sublima de otra manera: con el ninguneo constante y persistente, con perfiles falsos de Facebook que muerden masivamente como pirañas digitadas por el intendente de turno, subiendo a estados de WhatsApp la foto de la persona que se atreva a cuestionarlo y señalando a esa persona de cualquier cosa, porque la verdad fue un tesoro que dejamos en el otro siglo. En el interior del interior, la lucha es un poco insólita: no te dejan participar de actos públicos del gobernador, no te brindan información pública básica del Concejo Deliberante, no te dejan acercar un micrófono y te delimitan el espacio aéreo con cintas y cuerdas (lo que entorpece cualquier transmisión). En los lugares más chicos aún, te hacen sentir ciudadano de segunda. No tendrás regalo del Día del Periodista si hacés preguntas. No tendrás pauta gubernamental. No tendrás habilitaciones comerciales si se te ocurre vivir de otra cosa. No tendrás la posibilidad de ejercer el periodismo sin ser señalado de “militante”, como si ser sincero respecto a las posturas políticas e ideológicas fuese un pecado, y no la mejor manera de ser franco con el ciudadano.
Pero cuando parece que no puede haber ningún oficio más invisible que ser periodista en un pueblo del interior, se redobla la apuesta si encima se te ocurre ser mujer. No, no es ninguna victimización; es la más empírica demostración de que todo ese ninguneo, destrato y persecución se redoblará si no aceptás ser “favor sexual” de algún funcionario público, si encima te enojás y alzás la voz, si investigás los números e indagás en contrataciones directas en obras públicas a ciertos amigos empresarios, y así podría seguir enumerando ejemplos.
Una válvula de escape gratuita y exitosa es el humor. Digo gratuita, porque los trabajadores del periodismo no tenemos plata. Un ejemplo es lo que sucede en el diario La Voz del Interior, donde un periodista con 20 años de antigüedad cobra 870 mil pesos. Sí, con 20 años de antigüedad. Sí, imaginen lo que sucede con el pibe o piba que recién empieza. Pero volvamos al humor, al mejor de todos los sentidos que es el humor. El humor ha sido históricamente una forma sútil y efectiva para cuestionar al poder. Hoy gracias a la extremista y desfachatada era de las redes sociales, los memes y los tiktoks aparecen como una suerte de salvavidas cuando la realidad se vuelve demasiado solemne (y las cartas documento aparecen en los buzones físicos).
Pero el problema es que con el humor no alcanza, y si hacés abuso de ello, el público te tildará rápidamente de bufón. Ahora bien: si escribís desde el más visceral espíritu de denuncia sobre el sinfín de atropellos que cometen contra el pueblo, el pulgar se baja por ser demasiado aburrido. Estamos en una era muy particular y quizás el desafío sea lograr la alquimia perfecta entre seriedad y diversión; entre entretenimiento y contundencia; entre visualizaciones y poder retener la atención del espectador por más de 20 segundos, sabiendo que la Inteligencia Artificial puede reemplazarnos. ¿Puede reemplazarnos?
En resumen: los políticos nos quieren edulcorados y propagandistas. Los grupos económicos nos quieren robóticos e impolutos, de traje y dientes blanqueados para que seamos presentadores de alguna conferencia. El presidente nos quiere denunciados, encarcelados, silenciados… y si me preguntan, creo que también nos quiere muertos.
Pero lo que tenemos que preguntarnos en un momento donde peligramos porque peligra la Democracia es: ¿qué quiere el pueblo de nosotros? Esa es la pregunta que me hago constantemente. Qué quieren las personas que viven al día, eligiendo si comer o pagar la luz eléctrica. ¿Qué necesitan aquellos niños cuyas raciones de taza de leche en las escuelas públicas se han visto recortadas? ¿Cómo puedo ayudarlos? ¿Qué necesitan aquellas madres que sufren en soledad, postergadas y abandonadas por sus maridos y por el Estado, cuando las adicciones de sus hijos se vuelven una amenaza constante? ¿Cómo puedo colaborar con la causa de un grupo de vecinos y vecinas que se unen frente al adoquinado mal hecho, ese que causa fracturas en los pies y en las piernas al pisarlo? ¿Cómo puedo alzar la voz en una ciudad donde crecen los casos de pacientes con cáncer cada vez más jóvenes mientras nos fumigan con avionetas sobre nuestra cabeza? ¿Qué puedo hacer para reivindicar aquellos clubes deportivos abandonados, al borde del remate, mientras se edifican más y más boliches de dudosa procedencia y financiamiento?
Poner el micrófono y prender la cámara. Darle voz a los que no tienen voz. Eso que me enseñaron en la Universidad Nacional de Córdoba. Eso que el profe Eduardo de la Cruz siempre me decía: “Ustedes son licenciados en comunicación social, no periodistas, no se olviden nunca de eso”. Ponernos al servicio del pueblo cuando más lo necesita. Corrernos del protagonismo aún cuando nos cuesta tanto despojarnos del narcisismo.
Esta nota va dedicada a Pablo Grillo, al padre Paco Olveira, a todos los jubilados y jubiladas, a todos los fotoperiodistas y periodistas que cubren cada miércoles las marchas de los jubilados. Va dedicada a mis viejos y a mi hermano, que sufren porque me atacan, y a los que quisiera cuidar mejor pero no puedo quedarme callada. Esa ya no es una opción.
Esta nota va dedicada a Alexis Oliva, mi profesor, referente e ídolo. Que brilla, acompaña y defiende. Esta nota va dedicada a Fabi Frini, que siempre está presente con su pluma sensible.
Esta nota va dedicada a todos los periodistas cordobeses que resisten la hegemonía feudal del gobierno de Martín Llaryora. Que son constantemente condicionados para elegir entre tener un sueldo o poder hacer periodismo. Y aún así, se la juegan como pueden y donde pueden, todos los días. También a mi compañero Alexis y al Pela, con quienes hacemos Sin Anestesia a pesar de los embates del intendente Chesta.
No es un día feliz para los periodistas. Pero es un día de fortalecimiento. Cuando la Patria está en peligro, todo está permitido menos no defenderla.
Hora de alzar los micrófonos.