Arte y ciencia en el Museo Risolía de Medicina y la Cirugía
Su director, Federico Pérgola, relató durante una visita en la que guió a Télam por el espacio ubicado en la Facultad de Medicina, entre objetos que remiten a una práctica dramática aunque humanitaria, lo que permitió que estos objetos no se pierdan.
La referencia de un objeto de la vitrina dedicada a la obstetra Cecilia Grierson remite a una atemorizante pinza usada para extraer el feto muerto durante un parto frustrado.
«Un feto que está muerto, que intoxica a la madre, hay que sacarlo. Y la doctora Grierson usaba un aparato que aplastaba el craneoblasto y un gancho que lo sacaba, porque la cesárea no se había inventado todavía, y era la única forma de salvar la vida de la mujer», detalló a Télam Adolfo Venturini, curador del Museo.
Hasta entonces, una ley real española prohibía destruir un feto muerto para sacarlo del vientre, aún a costa de la vida de la madre.
Grierson fue la primera mujer en la Facultad de Medicina, de donde egresó como médica cirujana en 1889; en 1892 colaboró en la primera cesárea y fundó en 1901 la Asociación Obstétrica Nacional.
El Museo Risolía -dependiente de Humanidades Médicas e integrado a la Cátedra e Instituto de Historia de la Medicina-, ubicado en la calle Paraguay 2155, piso 15, es abierto y gratuito para el público, que debe pautar la visita guiada en el teléfono 5950-9500, internos 2201 y 2202.
Un área registra el combate librado contra la infección: «En 1850, el que tenía una apendicitis aguda se moría, porque no se abría el abdomen; pero cuando pudieron operar, aún no existían los antibióticos y se moría por una infección», indicó Pérgola.
En 1860 el higienista Guillermo Rawson, docente del Hospital General de Hombres -llamado de Clínicas a partir de 1881- «llamaba a la sepsis o infección ‘podredumbre de hospital’, y al hospital, ‘cementerio de vivos'», relató.
Venturini apuntó que el cirujano infantil Ignacio Pirovano «ya abría el abdomen en 1870, pero en 1850 Juan José Montes de Oca, una gloria de la cirugía argentina, hacía operaciones externas», así como sus dos hijos, Leopoldo y Manuel Augusto, que integraron la Academia de Medicina.
«Manuel decía ‘yo prefiero no operar a los enfermos, o si no, ir a las casas privadas’, en las que se operaba sobre unas mesas de pino porque tenían menos riesgo de infección en el domicilio», señaló.
Montes de Oca «estaba desesperado, no sabía qué más hacer, y junto con Pirovano fueron los que a partir de conocer a (Joseph) Lister en Londres, que usaba ácido fénico para pulverizar las manos y luego la esterilización con vapor, cambiaron la situación».
A esa época remiten dos esterilizadores traídos al Museo por Juan B. Justo y Nicolás Repetto -ambos cirujanos y socialistas-, que hervían el instrumental mediante dos mecheros de alcohol.
También refiere a esos tiempos una película de 1899, la primera en el mundo, de una cirugía en la que Alejandro Posadas está con ropa de calle, arremangado, operando tórax directamente con las manos, para extraer de un pulmón un quiste hidatídico.
El «Risolía» fue fundado en 1934 por Guillermo Bosch Arana, creador del equipo quirúrgico organizado, a partir de patrimonio propio y lo que fue recogiendo de otros colegas, constituyéndose en el segundo de los museos de la Universidad de Buenos Aires.
Hay cajas de cirugía de 1870 traídas desde París, pinza para cauterizar hemorroides con mango de madera para que no trasmitiera calor, candelero faringoscópico, caja de ovariotomía, instrumental para amputaciones, fórceps y estilizados microscopios.
Venturini relató que «no había anestesia hasta que llegó el éter a Buenos Aires, en 1847, y en 1848 el cloroformo, que usaban los Montes de Oca para dormir al enfermo».
Pérgola remite al cirujano Teodoro Álvarez, «que operó a Juan Manuel de Rosas de un cálculo grande como una aceituna» pero sin anestesia», porque el entonces líder de la Confederación Argentina «no quiso usar cloroformo».
«Opio, alcohol, vino, eran usados en la batalla de Maipú cuando había que amputar a un enfermo mientras era tenido entre varios», refiere Venturini, especialista anestesista.
Un espacio del Museo reconstruye un consultorio médico de la década del ’40 perteneciente a Juan Ángel Devoto, con instrumental original, vitrina de vidrio y bronce, y didáctica calavera.
Aledaño al «Risolía», el Museo «Houssay» de Historia de la Ciencia y la Técnica exhibe un quimógrafo, método electromecánico de registro gráfico inventado en 1847, usado en fisiología animal para registrar movimientos y sus relaciones temporales.
Un cilindro sobre el que gira una pantalla ahumada registra el dibujo de una fina aguja de madera con la frecuencia cardíaca y respiratoria de un perro estudiado por el Premio Nobel de Medicina 1947, Bernardo Houssay; y sus togas reviven los ‘Honoris Causa’ recibidos al descubrir el rol de las hormonas pituitarias en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre.