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Maradona, el unicornio del fútbol

Aquel lejano 29 de junio de 1986, ansiosos y esperanzados, compartíamos con mi compadre Víctor Bertoncello una picada de quesos y fiambres en la previa de la gran final de la copa del mundo a jugarse en el estadio Azteca de México.

Por Héctor Etín Ponce, Secretario General de Atilra

Fue triunfo histórico ante Alemania. Bastó que el árbitro brasileño Romualdo Arppi Filho diera el pitazo final para que todas y todos los argentinos nos abrazáramos y saliéramos a las calles a festejar. ¡Y cómo! Alegres, exultantes, felices.

Lamentablemente, y digo esto porque no debería ser así, hay muy pocos acontecimientos que nos unen, que nos hermanan a los argentinos. Solo la obtención de un título de estas características pudo lograrlo. El fútbol es un puente que pasa sobre fronteras ideológicas, permite que haya abrazos inimaginables y los milagros sucedan.

Se abrazan peronistas con antiperonistas, judíos con musulmanes y católicos, el influyente hombre de negocios sonríe y le levanta el pulgar a quién a partir de mañana volverá a dispensarle un trato frío y distante. Por un momento como diría el Nano Serrat «? el noble y el villano, / el prohombre y el gusano / bailan y se dan la mano / sin importarles la facha».

Un campeonato del mundo en fútbol es un regalo que Melchor, Gaspar y Baltasar depositan en la ventana de todos los hogares sin distinción de clase social, credo o corriente de pensamiento político partidario.

Muy pocas veces los habitantes de este bendito país hemos estado unidos, y aquel festejo acaso haya sido una de las últimas ocasiones. ¡Cómo no agradecerle entonces a Maradona y sus huestes tremendo regalo!

Era el segundo campeonato mundial de mayores conseguido por Argentina y el primero cosechado fuera de los límites de nuestro país. El Diego, que ya era un dios para los napolitanos y para una gran parte de la feligresía futbolera de estas latitudes, a partir de ese evento y a raíz de otras grandes satisfacciones que nos proporcionó terminaría convirtiéndose en emérito personaje de alegrías populares. A partir de entonces también se constituiría en el dueño universal de la pelota.

Con el devenir del tiempo y por lo que hizo dentro del campo de juego y también fuera de él se convirtió en leyenda. Como la cigarra de María Elena Walsh resucitó tantas veces que muchos empezamos a pensar que era inmortal.

Fue único y será irrepetible. Es verdad lo que algunos pregonan en el sentido de que hubo y hay otros grandes jugadores, ¿pero sabe una cosa?: la diferencia entre Maradona y el resto es que todos los demás son de este planeta. ¿Se entiende, no?

El Diego fue un sujeto político que jugaba como los dioses al fútbol. A diferencia de otros ídolos deportivos él tuvo conciencia de clase y, por lo tanto, nunca fue neutral, en nada.

Se enfrentó al poder de la FIFA cuando intentó organizar y agremiar a nivel mundial a los jugadores para que éstos, los verdaderos protagonistas del inigualable espectáculo que se monta alrededor del más popular de los deportes, no fueran tratados como extras o coprotagonistas de ese espectáculo.

Enarboló sin complejos la bandera del NO al ALCA. Del mismo modo cuando los medios de comunicación de Italia, en manos del poder financiero concentrado, le pidieron a los napolitanos que apoyen y alienten a la escuadra azzurra en el encuentro que esta debía disputar frente al seleccionado argentino en el Mundial del 90´, el que justamente tenía que jugarse en Nápoles, fue el propio Maradona quien pública y abiertamente les reprochó a esos medios: «¿Ahora se acuerdan que los napolitanos son también italianos?», en obvia alusión a que el sur de la península siempre fue continua y sistemáticamente segregado por el poder político y económico de ese país.

Se relacionó sin pudor con Evo Morales, Correa, Fidel Castro, Chávez, Lula, Néstor y Cristina, o sea, no esparció semillas en la pampa húmeda, era lógico entonces que cosechara grandes tempestades. Para colmo de males en su momento osó criticar la riqueza material del Vaticano y no dudó en respaldar el proyecto que buscaba gravar por única vez a las grandes fortunas de Argentina, con un aporte solidario y extraordinario destinado a ayudar y morigerar los efectos de la pandemia, incluyéndose voluntariamente dentro de ese grupo de personas que estarían alcanzadas por ese impuesto al expresar: «Le pido a Dios que se apruebe la ley de Aporte Solidario de Grandes Fortunas. Porque en este momento de crisis, se necesita de la ayuda de los que más tenemos…»

Cartón lleno. ¿Se puede hacer más méritos para ser odiado por quienes ven amenazados sus privilegios? Por este tipo de posicionamiento político y social fue atacado duramente. Como todo peleador anduvo a los tumbos, pero nunca se quejó de los magullones. Así en la cancha como en la vida.

Fue tan controvertido como auténtico, no se refugió bajo el cómodo paraguas que le acercaba el poder de turno para hacerlo callar, eligió y prefirió que lo salpicara la lluvia. Fue un sujeto variopinto en muchas cosas, menos en su condición de individuo con conciencia de clase.

La vida no es corta ni larga sino en función de la intensidad con que se la transita y el legado que se deja. Juana de Arco vivió solo 19 años, Alejandro Magno 32, Franz Kafka 40 y Amadeus Mozart 35. Usted me dirá que vivieron poco, más yo le respondo que solo estuvieron poco tiempo sobre la faz de la tierra, pero la huella que dejaron fue enorme.

Salvando las distancias y sin cometer el sacrilegio de comparar el legado histórico que le dejó a la patria un prócer como Mariano Moreno, emulando las palabras que éste pronunció en su injusto destierro, Maradona, desde el punto de vista futbolístico y social, también podría haber dicho: «Me voy, pero la cola que dejo será larga.»

El Diego, un primer actor de estos tiempos, vivió sesenta años, pero la forma en que transitó su existencia fue como si hubiese vivido centurias. Ha sido, lo reitero y me cuesta y rebela escribir en tiempo pasado, el ser humano, el deportista que más alegrías entregó al sufrido pueblo futbolero de Argentina.

El mundo aplaudió sus genialidades desplegadas en distintas canchas del mundo, como sus compañeros en los equipos en los que le tocó actuar lo ungieron en líder absoluto, un título que no se compra en el quiosco de ninguna esquina. Y fue ungido líder por sus compañeros porque siempre sacó la cara por ellos y, a pesar de que también se equivocó, dejó a salvo el juguete de los chicos pobres cuando luego del triste desenlace del Mundial de Estados Unidos expresó: «Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha.»

Las raíces profundas de sus liderazgos están en sus condiciones innatas, su personalidad. Nunca se escondió, tuvo la valentía, aún en soledad, de desafiar con una gomera a los cóndores que lo acechaban.

Los accionistas del poder que lo despidieron con frases benevolentes; fueron los mismos que en vida lo crucificaban. En el momento de la partida hablaron bien del Diego porque era políticamente correcto, porque el Diez ya no podía cuadrarse para enfrentarlos. Maradona fue una piedra en el zapato para los poderosos y una sonrisa y una caricia al alma para los humildes.

Ídolos no tengo, pero sí admiro a quienes cultivan en el desierto, esos que, aunque la realidad les augure solo cosechas de viento y arena, siguen sembrando. Y ese chico, luego hombre, de Villa Fiorito sembró aún a sabiendas muchas veces de que solo cosecharía tormentas de arena.

El Diego no fue ni puro, ni níveo, tampoco transitó la vida con zapatillas limpias, pero a diferencia de muchos otros artistas o deportistas supo muy bien a qué parte del camino le concernía el polvo acumulado en las suelas.

Cometió muchos errores, sí señor, algunos que todos los que lo quisimos hubiésemos deseado que no ocurriesen, porque había otros seres humanos en el medio que sufrieron a partir de los mismos. Pero este no es el objeto del homenaje en su memoria.

Hay quienes pretendieron desacreditarlo por sus reconocidas posturas contestatarias ante determinados hechos. Juzgar a Maradona por sus exabruptos o por su posición política o ideológica es como juzgar a Mozart por cómo jugaba al truco… De necios.

En el momento en el que el barrilete cósmico levantó su último vuelo hacia la eternidad, recordé a Félix Daniel Frascara cuando desde las páginas de El Gráfico despedía a Justo Suárez, el inolvidable Torito de Mataderos, cuando éste se marchaba muy joven, a los 29 años víctima de una prematura tuberculosis. Entonces Frascarita describía aquel singular momento diciendo: «Otra vez se hizo de noche en pleno día, es que un astro se ha desvanecido».

Pasado el momento de la conmoción, de la amarga sorpresa y del dolor provocado por la temprana partida del Dios del fútbol, hoy estoy seguro que Maradona, desde alguna constelación lejana estará alumbrando otras piernitas color tierra para que de algún potrero de cualquier villa argentina surja nuevamente a fuerza de hambre, carencias, sueños y talento otro Pelusa. Otro unicornio del fútbol.

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