Se dice liberal, incluso libertario, inhabilitando una bella palabra de los anarquistas de inicio del Siglo XX que imaginaban obreros emancipados. ¿De qué libertad habla Milei?
El pensamiento liberal, desde la revolución inglesa, al menos en lo discursivo, hizo hincapié en las libertades políticas, la participación de las burguesías emergentes en los gobiernos poniendo límites al rey. No parecen ser las libertades políticas las que orientan el ideario de Milei, basta, para comprobarlo, ver cómo golpean jubilados cualquier miércoles en la Plaza Congreso.
Es cierto que la libertad económica y de comercio, así como disputas tributarias, también fueron parte de los reclamos liberales burgueses que, en general, se subalternizaban (en lo explícito aunque no necesariamente en lo subyacente) detrás de reclamos de libertades civiles, políticas, de tránsito, etc. En esta “libertad económica” sí es posible anclar algo de lo que se escucha del sujeto que analizamos en este texto.
El debate teórico acerca de la libertad excede las posibilidades del autor y la pretensión de estas pocas líneas, lo único que podemos hacer es remitir a uno de los mejores abordajes del problema, según nuestro criterio: “El existencialismo es un humanismo” transcripción de una conferencia de Jean Paul Sartre de 1946. “Estamos condenados a ser libres” sostiene Sartre, en una libertad inconcebible sin la responsabilidad y compromiso con la libertad de todos los hombres y asociada a un proyecto trascendente.
Sin embargo, queremos señalar el aspecto subjetivo de un desaforado “viva la libertad, carajo” conjugado con promesas de exterminio a los “zurdos de mierda”, insultos a diestra y siniestra, una vida personal plagada de dudas acerca de su sexualidad (“sexo tántrico”, homosexualidad, sexo incestuoso, impotencia, imposibilidad de eyacular), sus fantasías sobre niños desnudos en un jardín de infantes, envaselinados y atados, diálogos con un perro muerto, mensajes que intercambia con dios a través de su hermana, todo esto expone una personalidad patológica, torturada, que cuando grita “libertad” probablemente pretende “liberarse”, liberarse él. Pero ¿de qué quiere liberarse Milei?
La respuesta está a la vista, de nosotros, los argentinos.
Lo ha dicho: “termino mi misión y me voy al campo”. ¿Quién le dio su misión? Probablemente dios, a través de su hermana, o, posiblemente el rabino Axel Wahnish, con quien lloran juntos en el Muro de los Lamentos, nombró embajador en Israel y reputa como su confidente. Una misión salvífica, que Milei repite pero no queremos oír: reinstalar el pueblo de dios en el gobierno terrenal, específicamente en Argentina. El pueblo de dios, para Milei y Wahnish, no tiene más que unos pocos argentinos, si es que los tiene.
La mente perturbada del degenerado quiere liberarse, quiere paz. Le han impuesto una misión que parece pesada. Lo estimulan y aplauden cuando hace daño. Encima, los límites de la realidad lo aprisionan más que el chaleco antibalas que usa diariamente. El día a día se vuelve tedioso, los especialistas de los estudios jurídicos son eficientes gobernando para sus clientes corporativos pero él está aburrido y Twitter no lo entiende. El efímero solaz de sus encuentros con “periodistas” que lo elogian le causa placer pero no deja de sospecharlo como demasiado caro (conoce la pauta publicitaria estatal).
El traje es opresivo, el sillón es opresivo, las críticas son opresivas. Escucha voces. Piensa que lo quieren perjudicar. ¿Por qué aún no le dan el Nobel de Economía?
La angustia, la falta de reconocimiento del populacho, “los argentinos de mierda” que no entienden que él es un enviado de dios y que no se resignan a ser esclavos del pueblo elegido, los números que no mejoran, las denuncias por corrupción, cada problema suma una correa a la atadura.
Necesita liberarse. Necesita libertad.
La tarea es sacarlo de la presidencia y Viva la libertad, carajo.
