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El imperio del odio y la desinformación

Por Alma Rodríguez

Alma Rodriguez

Se llama “teléfono descompuesto” a un juego infantil que consiste en la transmisión de una palabra a lo largo de una sucesiva cantidad de participantes. El primero de la ronda o fila empieza con una palabra o frase dicha al oído y ésta va transmitiéndose de uno a otro a lo largo de toda la cadena de jugadores. La gracia del juego consiste en la diferencia que existe entre la palabra o frase inicial y la resultante final. La gracia la produce la distorsión del significante de la palabra, lo que se dijo al oído y lo que llegó. El juego termina ahí y se pasa a la siguiente ronda. Se va complejizando y haciendo más entretenido a medida que la palabra o la frase es más extensa o más compleja para pronunciar. Lo inocente del juego consiste justamente en confiar en que la palabra que el otro transmite es la que se dijo originalmente. Pero siempre hay algún participante tramposo que, con saña, la cambia y lo distorsiona todo, incluso las reglas.

En la comunicación, podría establecerse una analogía entre el “teléfono descompuesto” y los procesos de codificación y decodificación que deben hacer el emisor y el receptor en el momento de transmisión del mensaje. Por lo general, si la comunicación es interpersonal, y transcurre en el mismo tiempo y lugar, el mensaje suele llegar sin mayores dificultades ni distorsiones: X codifica un mensaje en palabras, se lo envía a Y e Y lo recibe, lo decodifica y lo responde. Hasta ahí todo está más o menos dentro de lo previsible.

Desde que nacemos se nos educa en la lengua y la comunicación para que la transmisión de un mensaje sea una acción posible, cosa que no siempre ocurre, y que por lo tanto la palabra constituya una herramienta para llegar a mutuos acuerdos: por más que no haya un acuerdo ideológico debería existir al menos un acuerdo lingüístico.

Sabemos que, al momento de la comunicación, pueden surgir diferentes inconvenientes referidos al código (es decir, a los signos usados para comunicar), al canal (es decir, al medio que se utiliza para la transmisión del mensaje) o incluso al receptor: puede pasar que éste tenga dificultades para la comprensión. Tranquilamente puede pasar.

Cualquiera de esos inconvenientes puede derivar en lo que comúnmente se conoce como “malentendido” que puede atribuirse a componentes que resultan ajenos a los participantes: ruidos molestos, tinta corrida en un papel, algún mensaje enviado que no llegó entre muchas variables.

O puede ocurrir algo más complejo, por ejemplo, que alguien entienda perfectamente el mensaje, lo reelabore y lo distorsione. En ese caso no se trata de un “malentendido” sino de un acto malintencionado como el del niño tramposo en el juego del teléfono.

Recordemos la secuencia: llegan miles de dosis de vacunas, la oposición comienza una campaña antivacunación con Carrió a la cabeza, se piensa en la posibilidad de una campaña de vacunación en la que participen distintos referentes, se le comenta esto al editor de Siglo XXI (nexo entre Soledad Querehilac- esposa de Axel Kicillof- y Beatriz Sarlo por ser editor de ambas) quien le envía un mail a Sarlo para proponerle ser parte de la visibilización. Hasta aquí la secuencia de hechos tal como ocurrió.

Al momento de la decodificación, Sarlo convirtió este mensaje en un acto de saña que derivó en beneficio propio y de los medios corporativos. No fue un malentendido sino la distorsión de un mensaje con una finalidad clara y una mala intención definida. Y éste es sólo un primer punto: cómo un mensaje puede decodificarse “erróneamente” al momento de la recepción y la reproducción.

En el esquema tradicional en el que sólo participan el emisor y el receptor, la comunicación se vuelve un tanto lineal dado que no se tiene en cuenta un montón de factores como los elementos extra lingüísticos (por ejemplo: tonos de voz, movimientos del cuerpo, emociones, accesorios, distancia entre los hablantes). Ahora bien, todo este proceso de transmisión de información se complejiza cuando el emisor y el receptor no son una persona frente a otra sino un medio de comunicación frente a una audiencia, es decir cuando el emisor se potencia y pasa ser una corporación que produce sentido y forma opinión y el receptor se multiplica por millones. Entonces ya no es un juego de niños con alguien que hace trampa sino alguien que actúa irresponsablemente al momento de comunicar.

Esta semana una nueva operación montada por el grupo Clarín evidenció la maquinaria comunicativa/ productora de sentido y opinión pública que se pone en funcionamiento cada vez que algo de lo planeado por las políticas públicas llevadas a cabo por un gobierno peronista funciona beneficiando a las mayorías. No sólo se trató de las declaraciones de Sarlo, que luego fueron reformuladas en su presentación ante la Justicia, sino la tapa del diario Clarín del día jueves en la que ya hecha la supuesta “autocrítica” vuelve a cargar las tintas titulando en primera plana “Sarlo dijo que la esposa de Kicillof le ofreció una vacunación vip” actuando como un perverso mecanismo de refuerzo. Como si esto no alcanzara,  a últimas horas de ayer tres dirigentes del macrismo presentaron una denuncia penal contra Soledad Quereilhac por la misma fake news.

Ya no es un juego ni son dos niños haciendo trampa. Se trata de un grupo concentrado de comunicación que cuenta con una maquinaria multimediática enorme, que produce sentido, genera opinión y responde a intereses claros:  el poder judicial y el poder comunicacional unidos conformando una alianza.

En una semana en la que la campaña de vacunación en la provincia de Buenos Aires fue un éxito, en la que Rodríguez Larreta demostró una vez más la incompetencia de su gobierno y su ineptitud para organizar el funcionamiento de vacunatorios en CABA y en la que un juez de la Corte suprema de Brasil ordenó anular las causas contra Lula está a la vista el triángulo de lawfer conformado por Clarín, Comodoro Py y el macrismo y está a la vista la desesperación por ganar las próximas elecciones.

Por suerte, el imperio del odio tiene una contracara: a cada fake, una vacunación exitosa; a cada injuria, la convicción de las ideas que sostienen un gobierno que pone por delante la salud, el bienestar de la mayoría y la justicia social como bandera.

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