DesVidalizar la universidad pública o cómo hacer soberanía académica
Esta semana que acaba de terminar, Alberto Fernández volvió a dar clases en la Facultad de Derecho dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Un día antes, en sus redes, el Presidente había expresado: “Feliz de que nuestra querida Universidad de Buenos Aires se consolide como la mejor universidad iberoamericana. Mañana, con mucho orgullo, retomo el dictado de las clases a distancia de Teoría del Delito y Sistemas de la Pena. #OrgulloUBA”.
Por Alma Rodríguez, docente de la UBA
Ese mensaje de Alberto en las redes tuvo su relevancia para muchos sectores, no sólo por su vuelta a las aulas virtuales de la universidad sino también porque, en estos mismos días, la UBA se consolidó como la principal universidad de América Latina y escaló hasta el puesto 66 a nivel global, registrando así un nuevo ascenso. Recordemos que en 2015 se hallaba en el puesto 198 y logró subir hasta el 66 en sólo siete ediciones y tras un período de políticas neoliberales caracterizadas por un nivel de ajuste ilimitado.
Luego de casi tres horas de exposición teórica, la clase contó con la aparición de Dylan en pantalla y un Alberto entregado cien por ciento a la docencia con la calidez y el tono de voz paciente y paternal que lo caracteriza diciendo a sus alumnos: “Mi mayor preocupación es que no pierdan el cuatrimestre. Lo que queremos es que no pierdan ni las clases ni las fuerzas. ¿Saludé a todos, quedó algún hijo, madre, padre por saludar?”
Cuando el encuentro parecía estar terminado y la conectividad estaba a punto de llegar a su fin, salió de la pantalla la voz de un joven diciendo: “Yo sólo quería decir una cosa, profe. Usted hace historia haciendo esto, ningún presidente en ejercicio dio clases en la universidad que Perón creó para los hijos de los trabajadores.” La voz de ese alumno resumió en tan sólo una oración y un par de segundos toda la historia de la educación superior en nuestro país y, al mismo tiempo, la existencia de dos modelos que viven en puja permanente por hacer de éste un país más inclusivo para todos, todas y todes frente a uno que, cacerola en mano, se empeña en poner por delante sus privilegios de clase.
Hoy volví a dar clase de Teoría del Delito y Sistemas de la Pena en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, por primera vez por videoconferencia. Gracias a mis alumnas y alumnos por la paciencia y la dedicación. Lo disfruté mucho. pic.twitter.com/XmSMVnbBzq
— Alberto Fernández (@alferdez) June 10, 2020
Porque en esa frase y en la voz conmovedora de ese joven, resonó, principalmente, una de las medidas más importantes logradas durante el peronismo: fue en noviembre de 1949 cuando el entonces presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, firmó el decreto 29.337 de supresión de aranceles universitarios, conformando así un verdadero sistema amplio y democrático en consonancia con las Bases liminares de la Reforma de 1918.
En la justificación del texto se decía que “el engrandecimiento y auténtico progreso de un pueblo estriba en gran parte en el grado de cultura que alcance cada uno de los miembros que lo componen” y “que una forma racional de propender al alcance de los fines expresados es el establecimiento de la enseñanza universitaria gratuita para todos los jóvenes que anhelen instruirse para el bien del país”.
Como se sabe, esta medida no sólo significó la inclusión de los sectores más marginados y vulnerables, sino que además permitió concebir a la educación universitaria no como privilegio sino como un derecho, concepción retomada y profundizada durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner con la creación de las distintas universidades nacionales que dieron la posibilidad de acceso a la educación superior a los pibes y pibas que de otra forma no hubieran podido llegar nunca.
Así es como, en su condición de públicas, gratuitas, masivas y de calidad, nuestras universidades albergan actualmente a miles de estudiantes de innumerables países y constituyen un ejemplo de calidad académica para toda la región
No olvidemos que venimos de un período de cuatro años de gobierno conformado por CEOS que concebían a la educación pública como un gasto y no como una inversión, durante el cual todo fue pensado como una empresa en términos de pérdida o de ganancia y no como parte de un programa de políticas públicas educacionales inclusivas.
No olvidemos tampoco que hace apenas dos años, la provincia de Buenos Aires estaba en manos de una gobernadora que durante un almuerzo organizado por el Rotary Club en el hotel Sheraton daba un discurso en el que se preguntaba si “es justo llenar la provincia de universidades cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”. Hoy contamos con un Presidente que, además de ser un ferviente defensor de la universidad pública, forma parte de ella haciendo de cada clase un ejercicio de soberanía académica.
En este contexto de pandemia, y por primera vez en la historia, la universidad pública está entrando a las casas y en muchos casos probablemente sea la primera vez que eso esté ocurriendo. Este hecho debe constituir una oportunidad para quienes, como docentes, formamos parte de ella y quienes tenemos en nuestras manos tan alta responsabilidad. Es por eso que hoy más que nunca, y para garantizar el derecho a la igualdad, es fundamental y necesario reafirmar fuertemente nuestro compromiso con ésta, nuestra universidad pública.
“¿Saludé a todos, quedó algún hijo, madre, padre por saludar?”, preguntó Alberto al finalizar la clase. Y sí, faltaba saludar al hijo de la clase trabajadora que pudo estar allí presente gracias a que en nuestro país la universidad es pública, gratuita, masiva, incluyente y de calidad. Sólo resta decirle a ese joven que su profe, como mayor representante del Estado, además de estar haciendo historia está haciendo soberanía académica.