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Barrio, memoria y resistencia: la identidad que Milei no puede borrar

Escribe Diego Molinas

La movilización en defensa de los jubilados es más que una protesta: es la reafirmación de una identidad colectiva que resiste. En los barrios, en los clubes y en la memoria de quienes forjaron el país, persiste la solidaridad como núcleo de la Argentina real.

Un país que no se rinde

En la Argentina barrial, en los clubes de barrio, en las calles y en la memoria de los jubilados, sigue latiendo la esencia de un país que nunca dejó de pensarse como comunidad. Mientras el gobierno avanza con su agenda de ajuste y desarticulación del tejido social, la resistencia se expresa en la defensa de quienes representan la memoria viva del país.

Este miércoles, la imagen de miles de hinchas de fútbol acompañando a los jubilados será más que un acto de solidaridad: será la demostración de que la identidad nacional no se define en un despacho ni en un programa económico, sino en las tramas cotidianas, en los espacios de encuentro, en la voluntad de sostener un proyecto colectivo aún en los momentos más adversos.

Los jubilados como referencia ética y social

En cada abuelo hay una historia que mezcla culturas, anécdotas, infancia, sueños y sabiduría. Son ellos quienes construyeron, con esfuerzo y solidaridad, el país que hoy el gobierno intenta desmantelar. Su lucha no es solo por derechos adquiridos, sino por el sentido mismo de una nación que entendió siempre que nadie se salva solo.

El desprecio oficial hacia los jubilados no es solo una cuestión económica: es un ataque a la idea de comunidad. Pero ahí está la respuesta: cuando un gobierno los humilla y los empuja al olvido, la sociedad los abraza y los pone en el centro. Son nuestra referencia ética en este tiempo, el espejo en el que nos miramos para entender que la dignidad no es negociable.

Clubes de barrio: bastiones de la identidad colectiva

Los clubes de barrio han sido históricamente el corazón de la vida comunitaria. En ellos se teje la identidad barrial, se transmiten valores y se construye el sentido de pertenencia. No son solo espacios de recreación: son trincheras de la memoria, refugios frente a cada crisis, reductos de una identidad que se resiste a ser vaciada.

Como en Luna de Avellaneda, donde la amenaza de convertir un club en un casino simbolizaba el avance de la especulación sobre la comunidad, hoy estos espacios vuelven a ser el escenario donde se libra una batalla mayor. Son la prueba de que el país no se reduce a un balance fiscal ni a la lógica de la motosierra: en cada club que sigue de pie, en cada hinchada que se organiza, hay un ensayo de ciudadanía que persiste más allá de cualquier gobierno.

El fin del miedo: el criptogate, de la ficción de la motosierra a la realidad

El criptogate fue como quitarle la sábana al fantasma: se perdió el miedo y quedó en ridículo. Detrás de la escenografía terrorífica de la motosierra y la violencia discursiva, lo que apareció fue la mediocridad de un personaje ajeno al “nosotros”. La casta, esa que prometió destruir, estaba en su propio entorno, beneficiándose de la especulación y el engaño.

El relato del miedo se construyó para desmovilizar, para imponer la resignación. Pero cuando la mentira se cae, cuando la motosierra deja de asustar, lo que queda es la certeza de que la resistencia no es solo una reacción, sino una afirmación de identidad.

No somos cómplices: la solidaridad como identidad nacional

A quienes alientan el pesimismo diciendo que «la Argentina de Milei» representa el fin de una era, la respuesta es clara: la conducción del Estado puede ser circunstancial, pero la identidad de un país no se define desde un despacho, la comunidad resiste, porque el Estado no sintetiza todo lo que somos. Lo que persiste es un modelo de ciudadanía basado en la solidaridad, que trasciende gobiernos y se mantiene en las calles, en los clubes, en cada acto de organización barrial.

Este miércoles, la convocatoria de los hinchas para acompañar a los jubilados no es solo un gesto: es un síntoma vital de un país que en su huella genética lleva la certeza de que el maltrato, el hambre y la humillación no pueden pasar inadvertidos. No somos cómplices de Milei. Los jubilados no son cincuenta, somos millones. Y acompañarlos no es solo nuestro deber: es nuestro orgullo.

 

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