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A la alegría del pueblo no la soporta el amargo sinsabor de los poderosos

Alejandro C. Tarruella

Escribe Alejandro C. Tarruella

Costos y límites

Los ricos, los poderosos, la presión (prisión) de los organismos internacionales de crédito (prisión), son muy caros para que un pueblo pueda continuar manteniéndolos. Cuando se ceban, son insaciables para el hambre, la desnutrición de millones de personas, la negación de la salud, la educación, la cultura a través de la legalización de la usura. Además, cuando ya tienen a sus sostenedores en el piso, reprimidos, negados hasta de la alegría, se toman sus bienes (desde los bancos, la tecnología y otros medios) y de inmediato, pretenden disponer de sus vidas. Si el pueblo toma conciencia y tiene resortes para comenzar a cuestionar la cultura del saqueo, los hechos se suceden hasta que se produce un corte como el que se observó en las calles de todo el país, el 20 de diciembre. Aunque no se considere de ese modo, lo cierto es que la presencia en las calles del país en su conjunto, de más de 6 millones de personas que recogen el guante de un triunfo deportivo, el logro del campeonato mundial de fútbol en Qatar, parece marcar inesperadamente, un antes y un después de ese estado de cosas. Y de pronto, se inicia el final de un tiempo de desposesiones masivas, injusticias, falsa democracia, negación de la persona, sus derechos, su dignidad. La alegría expresó ese corte que precisa ahora que la cortesanía política tome nota. La alegría va de la mano de lo que sucede en el planeta donde no se soporta más el saqueo a los pueblos y la prisión tecnológica globalista.

Ante la alegría del conjunto de un pueblo, que sale a las calles a expresar la necesidad de una unidad cultural política y permita acabar con la injusticia, la oposición corporativa se resiste a admitir que el pueblo, no quiere continuar manteniendo el lujo de los poderosos, la apropiación de los bienes del país y su entrega. Son muy caros los ricos y los poderosos para que los pueblos se sometan a continuar pagando con heridas y oprobios, el costo de sus excesos. La alegría entonces, masiva, popular, con sentido de la dignidad y con capacidad de conducción (se registraron escasos incidentes en una movilización que alcanzó a todo el país) tiene un mensaje. Habla de la presencia de las nuevas generaciones, de las familias, de los grupos humanos que tienen cosas en común, amigos, parejas, compañeros de trabajo o acciones diversas. También es un mensaje a los poderosos, los invita a reflexionar sobre un hecho que, si bien tuvo centro en Argentina, registró adhesiones a nivel mundial. Costa de Marfil, Egipto, Marruecos, Angla Des, países suramericanos. Se agotaron el martes 20 los pasajes desde Uruguay a Argentina por cualquier vía. Llegaron a Ezeiza, napolitanos, belgas, personas incluso desde Qatar para estar en el obelisco.

El pueblo, el presente y el padre Jorge

La alegría fue en toda la Argentina, una expresión de hermandad que cruzó clases sociales, diferencias, cruces. El macrismo, si bien continúa con una arenga de división social y política, su desprecio por el ejercicio presente de la democracia en cuanto a justicia social, y se enfrenta porque esperaban un fin de año cruento. Y se encontraron con la exposición colectiva de la alegría en términos desconocidos históricamente en la Argentina. Muchos sesudos exponentes del pensamiento, lo adjudican a la pura alegría, sin contenidos, algo así como una catarsis (Aristóteles la trató en su poética); no le encontraban el costado cultural político. Los millones de argentinos que estuvieron en la calle viviendo su presente (no el futuro que se ofrece desde las tarimas políticas), expresaron su clamor de unidad para la unidad nacional y la recuperación de dignidad en la justicia social, los derechos, la salud, el trabajo, la cultura, la ciencia, el esparcimiento. Y se sumaron muchos de los de arriba porque la movilización los invitó a reflexionar desde la emoción común.

El mundo y los poderosos de esta tierra vienen jodidos con esa visión. Lo dijo el Papa Francisco (el padre Jorge, si no saben quién es) en su homilía de fin de año: “Porque, mientras los animales en el establo consumen la comida, los hombres en el mundo, hambrientos de poder y de dinero, devoran de igual modo a sus vecinos, a sus hermanos” dijo Francisco que añadió: “¡Cuántas guerras! Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean. Y las principales víctimas de la voracidad humana siempre son los frágiles, los débiles”. “En esta Navidad, como le sucedió a Jesús, una humanidad insaciable de dinero, poder y placer tampoco le hace sitio a los más pequeños, a tantos niños por nacer, a los pobres, a los olvidados. Pienso sobre todo en los niños devorados por las guerras, la pobreza y la injusticia”.

Fin del código Martínez de Hoz

Manuel Ugarte, decía hace ya muchos años, “Si hay quienes agonizan en la miseria no es porque falte con qué alimentarlos, sino porque una criminal retención de los productos en manos de una minoría de traficantes así lo determina, sino porque hay hombres que, más por inconsciencia que por maldad, trafican con el hambre de sus semejantes”. Y es frente a ese fenómeno de injusticia y maldad, como señalaba el maestro, que un pueblo se expresa. Y lo hace con alegría porque en las calles del país, las personas daban por terminada la etapa de la pandemia que obligó a no verse, tocarse y compartir los caminos de la existencia. Por eso, se acabó ese momento, y parece que en ese sentimiento, se da una sensación de fin de la globalización y los tiempos que se iniciaron hacia 1990 de la globalización. Es mucho y ancho el camino que se abre y que precisas de resolución de problemas en el presente. Problemas que no únicamente económico financieros como lo establece el código Martínez de Hoz que arrastramos en la actualidad.

Ahora se trata de comenzar a armar un rumbo a la unidad nacional y regional fuera los discursos, en el día a día del pueblo. Para eso, la población fue a las calles en todo el país y en cada una de las provincias, por eso se rechaza el intento de la Corte y la republiqueta del puerto Larreta, de llevar los fondos de las provincias a sus arcas. Opamá la discusión (“se acabó”), se dice en guaraní en las provincias que lo hablan y en Buenos Aires, donde se escucha el guaraní desde que Garay, Ana Díaz, paraguayos criollos y guaraníes la fundaron en 1580.

El sonido de la canción de La Mosca, resuena como una letanía cuando las ciudades y los pueblos duermen luego de la gran marcha y la Navidad. Estamos mejor, un poquito, y si bien falta mucho, esto molesta a la angustia de los poderosos que deben reflexionar. Creen tenerlo todo (un imposible) y están heridos porque su apuesta a la negación del otro y de los otros, se cae. Hay entre ellos, muchos que perciben ese estado de cosas y piensan que es necesario cambiar. Eso es bueno, como que la alegría es protagonismo, es acción pacífica elocuente, justa y necesaria. Y en este caso, además, un hecho histórico.

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