Para dar una “batalla cultural” debe existir una nueva cultura que contienda con la vigente. Cuando no hay demasiada cultura que prevalezca, ni hay ninguna que enfrente a la que existe, la “batalla cultural” no es más que un zafarrancho.
El domingo 16 de noviembre de 1919 por la noche, el Partido Socialista de Milán, que había obtenido una victoria electoral histórica -convirtiéndose en la fuerza más importante del Parlamento italiano- se presentó frente a la casa en Milán del líder de los Fasci di Combattimento, Benito Mussolini, blandiendo antorchas y cargando una especie de féretro. Luego, el diario socialista Avanti se mofaría del futuro Duce: “hay un cadáver en estado de putrefacción que ha sido sacado del canal”. Se refería a un muerto político.
En marzo de aquel mismo año, el “cadáver” había fundado su propio movimiento político: los Fasci di Combattimento. Unas semanas después del alumbramiento, a mediados de abril, el movimiento -caracterizado por su violento rechazo al socialismo internacionalista del Partido Socialista de Italia- asaltó la redacción del Avanti, dejando 4 muertos y 39 heridos. El odio como estrategia de gobierno suele acarrear en el narcisismo de las pequeñas diferencias (Sigmund Freud) el amor por lo parecido y el desdén por lo diferente. Para un sujeto primario nada es más distinto que el conocimiento.
El nuevo orden que erigiría el fascismo tenía partes de sumisión, pero también propuestas de cooperación, segmentos de racionalidad planificada y, a la vez, de determinismo histórico. Era necesario un liderazgo que se propusiera la conquista del Estado, pero también una oferta a ciudadanos confundidos que convirtiera su desasosiego en una experiencia de enajenación. O sea, cultura, desde Curzio Malaparte a Gabriele D’Annunzio.
Ramsey Clark, el ex fiscal general de los Estados Unidos, dijo que “un derecho no es algo que alguien te da; es algo que nadie te puede quitar”. Para eso la humanidad concibió a las Naciones Unidas. El Brazo Armado de La Libertad Avanza, en cambio, opone a Clark y a la ONU que el almanaque 2030 de Desarrollo Sustentable arrastra un “final de ciclo”, en el cual “el colectivismo y el postureo moral de la agenda woke se han chocado con la realidad, y ya no tienen soluciones creíbles para ofrecer a los problemas del mundo. De hecho, nunca las tuvieron”.
Las Fuerzas del Cielo consideran que los derechos de los pueblos indígenas para promover el acceso a la justicia, la protección del medio ambiente y la preservación de culturas y lenguas de pueblos originarios son temas que interesan a “la izquierda”. Se atribuye a indígenas americanos el proverbio: “nosotros no heredamos la tierra de nuestros ancestros; solo la tomamos prestada de nuestros hijos”. Los batalladores pensarán que tiene “esencia revolucionaria”.
También rechazan la adopción de una resolución sobre la prevención y eliminación de todas las formas de violencia contra mujeres y niñas. La violencia de género, así, no sería -como dijo Eli Wiesel– una atrocidad sobre la que tenemos que tomar partido dado que el silencio estimula al verdugo, sino más bien una opinión de las oprimidas, si la fuerza del opresor les otorga tiempo para escucharla.
Consagrados totalmente a la identificación de traidores a la patria dentro del servicio exterior argentino, los victoriosos defensores públicos resolvieron que la Argentina se retirase intempestivamente en Bakú de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29). De este modo, habrán pensado que pusieron el patrio color azul celeste, a salvo del sucio color trapo rojo.
El mundo es un lugar peligroso, cada día más, aunque no tanto a causa de los que hacen el mal, sino por culpa de aquellos que no tratan de evitarlo, pensó Albert Einstein. Por paradojas como esta es que hay que aumentar masa muscular en la producción cultural, para poner a salvo lo que somos respecto del brazo armado que se opone.
Rara vez el odio usa la máscara del coraje como propia. Habrá que ver con cuál aparece cuando mire y ya no haya amor por la servidumbre, ni aceptación de la obediencia indebida.
Fuente: La Política Online