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Hollywood, la violencia global y la transformación posible

Alejandro C. Tarruella

Escribe Alejandro C. Tarruella

La confrontación como producto

En junio de este año, Joseph Stiglitz reflexionaba: “Parece que Estados Unidos ha iniciado una nueva guerra fría con China y Rusia a la vez. Y la dirigencia estadunidense la presenta como una confrontación entre la democracia y el autoritarismo, lo cual resulta sospechoso, sobre todo cuando esa misma dirigencia corteja activamente a un violador sistemático de los derechos humanos como Arabia Saudita. Esta hipocresía hace pensar que, al menos en parte, lo que está en juego aquí es la hegemonía global más que una cuestión de valores” (“La Jornada, México).

Y luego expresaba que “Por supuesto que Estados Unidos no quiere que lo destronen. Pero que China lo supere en lo económico es sencillamente inevitable, cualquiera sea el indicador oficial que se use. No sólo su población es cuatro veces mayor a la de Estados Unidos, sino que su economía también creció al triple (durante muchos años, de hecho, ya superó a Estados Unidos por paridad del poder adquisitivo en 2015”. Stigliz plantea siempre, que opciones a esa confrontación corporativa que enfrenta a los intereses como eje supremo frente a la humanidad y a la vida. En términos clásicos sería la usura como sistema frente a la existencia.

Los sectores que responden a la globalización y a la necesidad de sostener la violencia como política de estado, se resisten a las tendencias que intentan políticas de cambio, unidas a políticas de transformación basadas en recuperar la producción en los términos del siglo XXI, con una nueva visión del continente americano y un nuevo acuerdo a nivel mundial como propician el Papa y otras mujeres y varones. Los dueños de la guerra tienen una sola idea y fija. Ucrania o China, se parecen para ellos a un Vietnam con nuevos ingredientes. No se trata de perder la guerra, se trata de colocar sus productos para la violencia con el sobreprecio de la amenaza asentados en un sistema de comunicación permanente de la confrontación. Allí aparece Hollywood.

El periodista David Brooks, de “La Jornada” de México (4 de agosto 2022), ha revelado que existe una cultura oficial de guerra del país del norte, que pone en juego el regreso de los enemigos de otras épocas, China y Rusia, hacia donde van las misiones imposibles de los héroes del cine. Y señala en particular al film “Top Gun, que pone en juego a Tom Cruise, a cargo de un operativo para acabar con una planta nuclear de un país que no se identifica, con apoyo del Pentágono. Por supuesto, la produce Hollywood. Y ese vínculo del aparato oficial con la meca del cine, tiene un siglo a sus espaldas donde el arte fue redireccionado a la producción con fines corporativo políticos.

Las crisis como modelo

Roger Stahl, profesor de comunicación de la Universidad de Georgia, reveló aspectos de ese vínculo en la película Teatros de guerra: cómo el Pentágono y la CIA tomaron Hollywood”, en la que es director, editor y narrador y fue producida por Matthew Alford, Tom Secker y Sebastian Kaempf. En la película, se expone que hay una cantidad de páginas no reveladas que el ejército no ha querido realizar. Se sabe así que hay miles de films manipulados por militares del Pentágono o la Cia, productores que aprueban o rechazan proyectos.  Lo que importa en estos hallazgos, es el uso político corporativo del arte cinematográfico a los fines de los intereses del sector sobre la base de las paranoias “oficiales” convertidas en políticas de gobierno.

Roger Stahl

Según Stahl, no se admiten las crónicas de fracasos, los delitos legalizados por la fuerza, la exhibición de veteranos que se quitan la vida, o el racismo o actos vinculados a violencia sexual en las fuerzas de ocupación desplegadas en el planeta. Hollywood precisa de cierto tono naif aún en la violencia sin límite. Así se han controlado filmes y producciones televisivas por miles. Y eso es lo que recibe el público en las “ofertas” que van en particular en los canales de cables, donde los fines de semana se ven inundados de repeticiones sin límite ni control, de películas de guerra con niveles de violencia cada vez mayores. Es decir que además, se paga porque lo que no se quiere cuando en realidad es difusión de las ideas de las corporaciones que ven millones de jóvenes y no tan jóvenes en todo el mundo.

Un absurdo consentido por la falta de controles en las emisiones nacionales de esas fortalezas de la incomunicación. Y se trata de un modo de difusión que se multiplicó a partir de la segunda guerra mundial, cuando hubo que hacer de Hiroshima y Nagasaki y otras miserias, un mito falso a repetición. Como el rol que se asigna a China y Rusia en el imaginario del norte americano. De ahí que se señale a Discovery, History Chanel y National Geographic como fabricantes de productos militares con esos fines. Semejante esfuerzo puesto a trabajar sobre objetivos de otro carácter podrían ser vehículo de cambios profundos, dada la capacidad de crear que tienen. Lo que parece un imposible es el camino complejo a encarar.

Stiglitz propone un giro solidario de esa visión cerrada. “Estados Unidos sabrá hacer los mejores bombarderos y sistemas misilísticos del mundo, pero aquí no nos servirán de nada. Por el contrario, tenemos que ofrecer a los países en desarrollo y emergentes ayudas concretas, comenzando con la suspensión de derechos de propiedad intelectual sobre todo lo relacionado con el covid, para que esos países puedan fabricar vacunas y tratamientos por sí mismos”.

Se trata de abordar un cambio profundo, de mirada continental para salir del esquema sin solución de la guerra fría, donde los adversarios son enemigos como los que no quieren dejar de colaborar con la potencia en retroceso y pretenden equilibrar sus vínculos con las potencias. El arte puede ser un camino de transformación para salir de la manipulación y por lo tanto, hay que generar nuevos contenidos solidarios y propios de un camino de unidades. No hay destino en un imaginario de guerras (las que se comunican y las que se realizan) que conducen al absurdo y a la catástrofe que avizoraba Walter Benjamin. Y quienes conducen en esta crisis a los Estados Unidos son parte de esa necesidad común al conjunto de la humanidad.

Stigliz es una muestra cabal de que es posible aunque las dificultades hoy son muy significativas. El Papa Francisco ha resaltado que la solidaridad “está en la capacidad de cambiar nuestra actitud y hacer nuestra la necesidad de los demás”. Y es tan sencillo que a muchos actores de la humanidad, les cuesta comprenderlo. En la vida y en la pantalla.

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