
Succession
Por Juan Alonso

La serie refleja la ambición de poder sin límites ni moral del magnate de medios y entretenimiento, Logan Roy (Brian Cox), especie de Tony Soprano de los dueños de monopolios gigantescos dedicados a la manipulación masiva de las emociones con envase de noticias.
Su canal insignia ATN está dirigido por una ejecutiva con cara de hueso y cuerpo consumido que lleva los años en un traje de apariencias. Ojos de lince hambriento, odiosa defensora de conductores racistas y nazis, suele discutir con el yerno de Logan (un patán melancólico sometido en matrimonio con la hija más inteligente del bimillonario) sobre contenidos y el presupuesto.
El resto de la progenie de Logan no es mejor que su entorno de fenicios modernos: un hijo mayor adicto a las drogas y en tránsito de redención constante, su hermano psicópata e incapaz de seducir a una mujer con cierta elegancia sin caer en el egocentrismo más abyecto y propenso al espejo de Onán, sin olvidar al hermano mayor de identidad política oscilante entre la beneficencia delirante y el liberalismo libertario de los talibanes del mercado que no quieren pagar impuestos.
El reino de Logan podría ser semejante al del Grupo Clarín en la Argentina. Salvo por un detalle no menor: en la serie de HBO existe un conglomerado mediático que se opone al derechismo de Logan y sus medios llenos de pura basura. O sea: hay una alternativa del típico periodismo estadounidense defensor de valores democráticos. Pero todo tiene un precio. Y la oferta para unificar negocios supera los 24 mil millones de dólares. La mitad de la deuda externa admitida por Mauricio Macri con el FMI.
Aquí Clarín controla la tevé por cable, Internet, la Agroindustria, las telecomunicaciones a través de Telecom, con nexos de interés con fondos buitres, y el dominio asociado del comercio de la televisación del fútbol en sintonía con la multinacional Disney.
Para Héctor Magnetto y para Logan Roy no existe la comunicación como un derecho. El ejercicio de la prensa -periodistas incluidos- para ellos es una mercancía como el uso descartable de una lata de arvejas o de un paquete de preservativos.
A Roy lo obsesiona la competencia y quiere comprar todo lo que existe para pervertirlo. El caso de Magnetto es distinto. Posee casi todo lo que se mueve y sus socios juntan millones de dólares como monedas de un peso. No saben qué demonios hacer con las ganancias que les da el periodismo independiente.
Logan Roy tortura a sus directivos con chicanas psicológicas y de las otras. Los lleva a Hungría para cazar jabalíes que salen a correr desesperados y son masacrados con rifles desde los cuatro puntos cardinales. De noche, Roy promueve la borrachera conjunta de sus lacayos y condena a tres sospechosos de traición a convertirse en cerdos. Hombres grandes simulan ser chanchos y Roy les arroja dos salchichas para tres. Los ejecutivos millonarios que desconocen el precio del litro de leche en los mercados, mastican la humillación con ruidos de auténtica pesadilla moral. Porque carecen de toda moral y se han traicionado a sí mismos para comer de la mano del magnate que sobrevivió a un ACV para convertir al mundo en su propio chiquero apestoso. Hasta se da el placer de hacer esperar al presidente de EE UU en el teléfono y manipular a sus hijos que no sirven para nada que no sea hacer el Mal a granel.
La Argentina enfrenta uno de sus máximos desafíos este domingo. Y la hegemonía mediática quiere que gane la derecha y la ultraderecha. Se trata de proteger negocios y fugar divisas. Los argentinos tienen el equivalente a un PIB en el exterior. 200 mil millones de dólares.
El magnate Logan Roy se parece demasiado a la clase dominante criolla. Debajo del disfraz del status quo del sistema brilla la codicia y el chantaje. Para los sujetos como Roy o Magnetto no existen los hombres. Ellos ven a la humanidad como una gran fábrica de porquería.
Ojalá se tratara solo de ficción.