Opinión

Simón Bolívar, San Martín y la integración americana

 

Escribe Alberto Lettieri*, exclusivo para InfoBaires24

 

El 24 de julio se celebró el Día de la Integración de América Latina, instaurado en el año 1993 por la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), en homenaje al nacimiento de Simón Bolívar.

Esta celebración pasó prácticamente desapercibida en nuestro país, en tanto el caraqueño experimenta un fuerte contraste entre la apelación reiterada en los discursos de presidentes y autoridades de los países miembro del MERCOSUR y de la UNASUR en su condición de mentor y ejecutor privilegiado del proyecto de Patria Grande americana, y su escuálida presencia en los contenidos escolares y en nuestras tradiciones históricas.

Esta condición lo asemeja a una larga lista de patriotas condenados a la deshonra, al anonimato o a la distorsión de su rasgos y acciones por la historia oficial –como San Martín, Juana Azurduy, Belgrano, Rosas, el Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga, el Gral. Perón, Evita, Juan Bautista Cabral (quien nunca llegaría a ser Sargento), Artigas, Andrés Guazurary, Felipe Varela….-. En el caso de Bolívar, Mitre decide presentarlo como el responsable del cierre de la trayectoria americana de San Martín, cuando en realidad esa decisión correspondió a Rivadavia, Carlos María de Alvear y sus acólitos, quienes, no conformándose con declararlo como “traidor a la patria”, tramaron una conspiración para asesinarlo en caso de que decidiera regresar al Río de la Plata. Era natural. Su arenga “Seamos libres, lo demás no importa nada”, y su acción sin dobleces para alcanzar esa meta, sonaba subversiva a los ojos de los unitarios, que sólo podían imaginar a nuestro país como un protectorado británico en aguas australes.

Pero, ¿quién fue Simón Bolívar? ¿Cuáles fueron sus ideas y los aspectos principales de su trayectoria? ¿Cómo fue su trágico final? A la espera de su inclusión más plena dentro de nuestras efemérides y nuestros contenidos escolares, resulta oportuno realizar un breve recorrido por su biografía.

 

“El hombre de las dificultades”

Simón Bolívar había nacido en Caracas el 24 de julio de 1783, en el seno de una familia aristocrática de origen vasco. Huérfano a temprana edad, debido a la muerte de sus padres causada por la tuberculosis, recibió educación en la Escuela Pública creada por el Cabildo de Caracas, donde tuvo como maestro y tutor a Simón Rodríguez. Bolívar ingresó en las Milicias de Aragua en 1792, donde no tardó en destacarse y lograr el ascenso a subteniente.

En 1799 inicio su primera etapa europea, que incluyó estudios de Matemáticas en la Academia de San Fernando, para trasladarse en 1802 a Francia, donde fue seducido por las nuevas ideas políticas, sociales y filosóficas del liberalismo, y en particular por la obra de Montesquieu, Rousseau, Voltaire y Locke. También lo sedujo una mujer, María Teresa Rodríguez, con quien contrajo rápido casamiento. Pero la tragedia perseguía a sus afectos: al año siguiente, su esposa falleció en Venezuela, donde habían fijado residencia.

Desolado, Bolívar volvió a Europa en 1803, y en este nuevo trayecto, que se extendió hasta 1806, recorrió España, Francia e Italia en compañía de su mentor, Simón Rodríguez, y estableció fluidos contactos políticos con intelectuales y políticos del viejo continente, incorporándose a la masonería. Ambos asistieron a la coronación como Emperador de Napoleón Bonaparte en 1804, que movilizaría profundamente a Bolívar, al punto de inducirlo a realizar su famoso Juramento sobre el Monte Sacro de Roma, el 15 de agosto 1805, transcripto y legado a la inmortalidad por Rodríguez:

«Juro por el Dios de mis padres,

Juro por mi Patria,

Juro por mi Honor,

que no daré tranquilidad a mi alma,

ni descanso a mi brazo,

hasta no ver rotas las cadenas

que oprimen a mi pueblo

por voluntad de los poderosos

Elección Popular

tierras y hombres libres

horror a la Oligarquía».

Al retornar a Caracas, en 1806, tanto su programa político como su decisión de integrarse plenamente a la vida política estaban definidos. Por entonces se hizo cargo de la administración de los negocios familiares, y se sumó activamente a la causa revolucionaria. Así, en 1810 participó de la fallida Revolución de Independencia dirigida por Francisco de Miranda. En 1813 participó de un nuevo intento revolucionario, que tras algunos logros auspiciosos iniciales -que le valieron el otorgamiento del título honorífico de Libertador por parte de los Cabildos de Mérida y de Caracas- fue desactivado, lo cual le obligó a exiliarse temporariamente en Jamaica. Allí redacta su célebre Carta de Jamaica, en la que realiza un apasionado diagnóstico:

«El belicoso estado de las provincias del Río de la Plata ha purgado su territorio y conducido sus armas vencedoras al Alto Perú, conmoviendo a Arequipa e inquietando a los realistas de Lima. Cerca de un millón de habitantes disfruta allí de su libertad.

El reino de Chile, poblado de 800 000 almas, está lidiando contra sus enemigos que pretenden dominarlo; pero en vano, porque los que antes pusieron un término a sus conquistas, los indómitos y libres araucanos, son sus vecinos y compatriotas; y su ejemplo sublime es suficiente para probarles que el pueblo que ama su independencia por fin la logra.

El virreinato del Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es sin duda el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del Rey; y bien que sean vanas las relaciones concernientes a aquella porción de América, es indudable que ni está tranquila, ni es capaz de oponerse al torrente que amenaza a las más de sus provincias. »

Para concluir, luego de un minucioso repaso de la situación de toda la América Española:

«Este cuadro representa una escala militar de 2.000 leguas de longitud y 900 de latitud en su mayor extensión, en que 16 millones de americanos defienden sus derechos o están oprimidos por la nación española, que aunque fue, en algún tiempo, el más vasto Imperio del mundo, sus restos son ahora impotentes para dominar el nuevo hemisferio y hasta para mantenerse en el antiguo.

¿Y la Europa civilizada, comerciante y amante de la libertad, permite que una vieja serpiente, por sólo satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte de nuestro globo? ¡Qué! ¿Está la Europa sorda al clamor de su propio interés? ¿No tiene ya ojos para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido, para ser de este modo insensible? Estas cuestiones, cuanto más lo medito, más me confunden; llego a pensar que se aspira a que desaparezca la América; pero es imposible, porque toda la Europa no es España.

¡Qué demencia la de nuestra enemiga, pretender reconquistar la América, sin marina, sin tesoro y casi sin soldados!, pues los que tiene, apenas son bastantes para retener a su propio pueblo en una violenta obediencia y defenderse de sus vecinos. Por otra parte, ¿podrá esta nación hacer el comercio exclusivo de la mitad del mundo, sin manufacturas, sin producciones territoriales, sin artes, sin ciencias, sin política? Lograda que fuese esta loca empresa; y suponiendo más aún, lograda la pacificación, los hijos de los actuales americanos, unidos con los de los europeos reconquistadores, ¿no volverían a formar dentro de veinte años los mismos patrióticos designios que ahora se están combatiendo? »

Lograda que fuese esta loca empresa; y suponiendo más aún, lograda la pacificación, los hijos de los actuales americanos, unidos con los de los europeos reconquistadores, ¿no volverían a formar dentro de veinte años los mismos patrióticos designios que ahora se están combatiendo? 

Bolívar regresó poco después a su tierra, y entre 1816 y 1819 organizó la tercera revolución, aquella que permitió proclamar la Independencia de Colombia y de una porción del actual territorio venezolano. Para entonces ya había alcanzado estatura continental. Sus logros no parecían detenerse. En 1820 proclamó la creación de la República de Gran Colombia (Nueva Granada, Venezuela, Ecuador), siendo designado como Presidente. En 1821 tomó el control de la totalidad del territorio venezolano y en 1822 concretó la independencia de Ecuador.

Su próximo objetivo consistía en completar la independencia del Perú, donde el Gral. José de San Martin había hecho un aporte decisivo a través de la implementación de su Plan Continental. La célebre entrevista de Guayaquil, el 26 de julio de 1822, significó el retiro del militar argentino de la gesta independentista americana, dejando en manos del caraqueño la concusión de su obra.

Mucho se ha especulado sobre esta misteriosa y secreta reunión, y las razones del retiro de San Martín. En un cuento titulado Guayaquil, incluido en el Informe de Brodie, Jorge Luis Borges sintetiza los argumentos urdidos por la historia oficial para tratar de demonizar a Bolívar: “Las explicaciones son muchas… algunos conjeturan que San Martín cayó en una trampa, otros, como Sarmiento, que era un militar europeo perdido en un continente que nunca entendió; otros, en su mayoría argentinos, le atribuyen un acto de abnegación; otros, el cansancio. Incluso hay quienes hablan de una orden secreta de no sé qué logia masónica. «

Hace unos pocos años, el enigma comenzó a resolverse, a favor de la tesis revisionista que sostenía que San Martín, aislado y amenazado por Rivadavia y el unitarismo porteño -que incluso había hecho pesar sobre él un cargo de traición a la patria-, se encontraba por entonces francamente debilitado en su capacidad operativa y, sobre todo, había comprendido, mucho antes que Bolívar, que los enemigos de la independencia americana no sólo eran los europeos. La clave está en una carta confidencial recientemente hallada que Bolívar hizo redactar por entonces a su secretario, el General José Gabriel Pérez, dirigida al Intendente de Quito, sintetizando la reunión. Allí se da cuenta de que se trató de una reunión cordial, en la que San Martín lamentaba el abandono que había sufrido de parte de sus camaradas de armas, al tiempo que anunciaba su voluntad de renunciar al Protectorado de Lima y de retirarse una vez concluida la guerra. Si bien hubo diferencias de ideas respecto del régimen más conveniente para implementar en el Perú independiente, San Martín coincidió con la propuesta de Bolívar de creación de una Federación de Estados Americanos, expresando conceptos sumamente elogiosos, aunque señaló las dificultades que se encontrarían para sumar a Buenos Aires, en manos por entonces de un partido unitario que aspiraba a consolidar un vínculo neo-colonial con Gran Bretaña.

San Martín, aislado y amenazado por Rivadavia y el unitarismo porteño se encontraba por entonces francamente debilitado en su capacidad operativa y, sobre todo, había comprendido, mucho antes que Bolívar, que los enemigos de la independencia americana no sólo eran los europeos

La entrevista se desarrolló en un tono amigable, y San Martín dejó en claro que su visita no tenía carácter oficial ni objetivo político ni militar alguno, manifestándose dispuesto a sumarse a una eventual conducción militar de Bolívar en la empresa de concluir la tarea revolucionaria en los confines de Colombia y Perú, propuesta que fue cortésmente declinada por Bolívar. A los ojos del caraqueño, quedaba claro que San Martín no contaba con las fuerzas ni el respaldo indispensables para llevar adelante la ofensiva final y que, aunque inmensamente dolido por el giro reaccionario el gobierno porteño y la traición de varios de sus camaradas más cercanos, no estaba dispuesto a retacear ningún sacrificio a favor de concluir con la empresa de concretar la independencia definitiva de América.

¿Arando en el mar?

Una vez concretado el Encuentro de Guayaquil, San Martín renunció a cargos y honores en el Perú, y debió marchar al destierro, enterado de que Rivadavia, Carlos María de Alvear y otros conspicuos miembros del Partido Unitario estaban tramando su asesinato. El 3 de agosto de 1823, tras soportar una dolorosa enfermedad, moría en Buenos Aires Remedios de Escalada, quien no fue satisfecha en su voluntad final de contar con la presencia de su marido en su lecho de muerte por una dirigencia unitaria que reconocía a San Martín como paradigma de una soberanía nacional y americana que estaba en las antípodas de su proyecto político y económico.

Por su parte Bolívar fue designado Dictador del Perú y el 9 de diciembre de 1824 las tropas al mando del Gral. Sucre se impusieron en la batalla de Ayacucho, sellando el aniquilamiento definitivo del poder español en América. Había llegado el momento de cumplir con otra de las arengas del caraqueño: “Las armas os darán la independencia, las leyes os darán la libertad.” Sin embargo, la tarea no era sencilla.

Ya en su citada “Carta de Jamaica”, redactada durante su exilio de 1815, Bolívar había manifestado su convicción de que no bastaba con expulsar al poder español de América para garantizar la independencia, sino que también resultaba necesario disciplinar las acciones dispersas y fragmentarias de los caudillos y a las élites regionales americanas, subordinándolas a un poder único y centralizado capaz de articular una república lo suficientemente poderosa como para resistir las presiones coloniales de cualquier potencia imperial.

Una vez concretada la derrota española, Bolívar intentó abordar el proceso de institucionalización política. Sin embargo, la organización de un régimen unitario institucionalizado, con un presidente vitalicio y una gran extensión territorial, se estrelló frente a las tendencias federalistas que privilegiaban las autonomías regionales y a la vocación de poder de muchos de sus antiguos oficiales. Por su parte, las clases dominantes no estaban dispuestas a aceptar un régimen político sólido, siendo de su preferencia un poder debilitado y fragmentario, para utilizarlo fácilmente como instrumento para sus intereses y proyectos. En el marco de este resurgimiento de intereses privados, antiguas rivalidades y localismos radicalizados, la autoridad política se fue escurriendo entre las manos del Libertador caraqueño, quien sería despojado de todos sus cargos para 1830.

En el marco de este resurgimiento de intereses privados, antiguas rivalidades y localismos radicalizados, la autoridad política se fue escurriendo entre las manos del Libertador caraqueño

Por entonces, su salud lucía deteriorada: la tuberculosis que le había robado la vida de sus afectos más íntimos ahora se ensañaba con él, provocando su deceso el 17 de diciembre. Moría en Santa Marta –Colombia- pobre, enfermo y endeudado, tras haber tenido que malvender  su vajilla de plata, sus alhajas y sus caballos. Según el comunicado oficial, A la una y tres minutos de la tarde murió el sol de Colombia”, simples palabras que resbalaban por las grietas de la injusticia y el maltrato sufrido en las postrimerías de su vida. Al año siguiente, la Gran Colombia se disolvía definitivamente.

Simón Bolívar falleció sumido en la decepción y el convencimiento de que su fabulosa empresa libertadora había concluido en el fracaso. Fundador de la Gran Colombia y actor protagónico en la gestas de independencia de las actuales naciones de Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, la voracidad de la política americana había acabado por destruir su convicción en la inevitable victoria de la causa de la independencia y la unidad de la Patria Grande. Ya no se consideraba a sí mismo como “el hombre de las dificultades”, ni sostenía que “el arte de vencer se aprende en las derrotas.” En el epílogo de su vida, su balance adquiría tono dramático: “La América es ingobernable… El que sirve a una revolución ara en el mar.”

Afortunadamente el tiempo, ese maravilloso administrador de justicia, vendría a poner las cosas en su lugar. En efecto, el proyecto de la Patria Grande Americana acuñado por San Martín y Bolívar se mantuvo vigente y aportó una de las banderas más distintivas de los movimientos nacionales y populares latinoamericanos. En la actualidad, el MERCOSUR y la UNASUR constituyen las pruebas más acabadas de que, pese a la profunda decepción final de Bolívar, América es efectivamente gobernable y soberana, unida por la voluntad de sus pueblos y de su dirigencia. Demostración incontrastable de que nuestros patriotas revolucionarios no araron en el mar, sino sobre territorio fecundo.

*Alberto Lettieri es Historiador. Docente. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego

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