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Pichetto se acerca a Videla al descalificar a los pobres y pedir que los dinamiten

Alejandro C. Tarruella

El senador macrista Miguel Ángel Pichetto lo dijo con rencor, tal vez con odio, pero, sobre todo, con claridad para que se entienda y nadie se confunda. Se refería a habitantes de la Villa 1-1-14, sin nombre, pero con número como los prisioneros de Auschwitz:  «Había dos colas. Una que manejaba el narcotráfico paraguayo… para no ponerle calificación de nacionalidades, porque después se enojan conmigo, una nacionalidad determinada, que tiene vinculación con la marihuana, hacía la venta de marihuana. Y otros muchachos de afuera del país, también que han venido a este país tan generoso, vendían cocaína. Todo esto fue tomado por un drone y después entró la Gendarmería. La verdad, habría que dinamitar todo, que todo vuele por el aire».

Escribe Alejandro C. Tarruella

Pichetto puede expresar en el macrismo lo que no dijo en el peronismo. Un pensamiento muy cercano a Jorge Rafael Videla, el tirano que fundó un régimen de violencia sin ley como el que promete el compañero de fórmula de Macri. Los sociólogos y especialistas, incluso los presuntos o de servicio, podrían analizar estas expresiones. Las mismas pueden incidir ahora en conductas de filonazis, ya que son una suerte de “autorización” para encarar episodios como los que exigió el senador.

Videla expresó, en términos que se leen en el libro “El dictador”, que escribieron María Seoane y Vicente Muleiro: “No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos 5.000. La sociedad argentina no se hubiera bancado los fusilamientos: ayer, dos en Buenos Aires; hoy, dos en Córdoba; mañana, cuatro en Rosario, y así hasta 5.000. No había otra manera. Todos estuvimos de acuerdo en esto. Y el que no estuvo de acuerdo se fue. ¿Dar a conocer dónde están los restos? ¿Pero, qué es lo que podemos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder…”

No es lo mismo. No es la misma época ni se trata de los mismos protagonistas. Sin embargo, hay una peligrosa y temible semejanza

El odio a los habitantes de la Patria Grande por parte de Pichetto es alarmante. Odia a los paraguayos, que fundaron la ciudad de Buenos Aires acompañando a Garay y a Ana Díaz (dejemos en claro que no fue fundada por Horacio Rodríguez Larreta). Odia a los peruanos que murieron luchando en las Islas Malvinas, odia a cualquier persona que provenga de un país del sur de América y sea pobre.

Matar para disciplinar

También Pichetto tiene profundas semejanzas a los objetivos que explicó Videla alguna vez ante un periodista cercano: “Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo…”. Los términos del tirano bien pueden ser los que expone el malogrado candidato a vicepresidente que imaginó Macri.

Videla explicaba que era necesario acabar de ese modo con los jóvenes y todos los insurgentes u opositores porque… “no podíamos fusilarlos. Tampoco podíamos llevarlos ante la justicia”. Pichetto dijo al modo de aquel tiranuelo: «la Argentina es un país muy generoso, acá viene gente y lo que hace es salir a hacer venta ambulante, de contrabando, y después agarran y terminan vendiendo droga».

La violencia, sin embargo, no proviene de los pobres como facilita Pichetto

Javier Auyero, sociólogo argentino de la Universidad de Texas, explicó las razones del desastre social de principios de siglo, de este modo: “En 2001 fueron relaciones clandestinas entre sectores del poder político, la policía y los especialistas en perpetración de violencia. Hay quienes se especializan en la violencia: llaman a otra gente o fuerzan la primera persiana de un comercio, y hay gente que mira y que, creada la oportunidad, la aprovecha”. En 2001, las oportunidades se crearon a partir de estas relaciones entre la policía y sectores políticos”, expuso hace tiempo. Es autor junto a Fernanda Berti, de un libro: “Cadenas de violencia”. En Buenos Aires, es posible encontrar también otra obra: “Inflamable. Estudio del sufrimiento ambiental”, que escribió con Débora Swistun.

Javier, hijo de Carlos Auyero, reconoce la existencia de lo que denominó “zonas marrones”. Las describió así (ver “Anfibia”): “regiones neofeudalizadas” donde “la destrucción de la legalidad inutiliza los circuitos regionales de poder, incluyendo aquellas agencias del Estado, de dimensión pública y legal, sin las que el Estado nacional y el orden que respalda desaparecen.” Zonas desaparecidas se podría decir, donde Pichetto alucina actuar para disciplinar no con acción del Estado sino a través de la eliminación del otro por las corporaciones que necesitan una población disciplinada para ejercer su poder. Para ello, precisa de la ilegalidad, de los actores ilegales para fundar episodios ilícitos en una escala rutinaria, fuera del Estado de Derecho. Y eso es lo que propone llamando a “dinamitar todo” para no dejar rastros.

Resulta penoso que el Parlamento en su conjunto, o acaso los que no están de acuerdo con los dichos de Pichetto, no hagan una declaración de repudio a su negación democrática y a la evocación de la dictadura

Por cierto, hay muchas cosas a recomponer una vez que el voto del pueblo argentino debilite la acción verbal del senador que ganó Macri. Lo único que pudo sumar a sus logros en estos días.

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