OpiniónPrincipales

Libertad para odiar

Mariana Karaszewski

“Basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera”.

J.P. Sartre

La aparición del coronavirus en nuestro país sin dudas ha sido un hecho disruptivo, inesperado, que ha llegado a nuestras vidas para marcar un antes y un después, que nos obligó a hacer un “parate” en nuestras rutinas y que -si tenemos suerte- hará que nos replantiemos algunos comportamientos que a lo largo de la historia adoptamos como individuos y como sociedad.

Por la licenciada Mariana Karaszewski

En relación al comportamiento humano, la pandemia no ha hecho más que exacerbar los sentimientos y las pasiones de la mayoría de los mortales, aunque claro que no es poca cosa. Como se dice vulgarmente, en estos tiempos estamos con la sensibilidad “a flor de piel” y la ebullición de algunas emociones puede llevarnos a lugares extremos y hasta peligrosos.

La palabra odio deriva del latín “odium” y es definida por la RAE como “la antipatía o aversión hacia alguna cosa o persona cuyo mal se desea” e incluye el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo. También se lo conoce como sinónimo de hostilidad, resentimiento o rencor, que genera un sentimiento de profunda enemistad y rechazo que conduce a provocar el mal hacia una persona o grupo, o el deseo mismo de enfrentamiento y eliminación. Esto sin dudas conlleva consecuencias destructivas que incluyen diferentes tipos de violencia (verbal, psicológica y física).

Este sentimiento fue pensado y teorizado por diferentes disciplinas, como la filosofía y la psicología, entre otras. Dentro de la primera, Aristóteles lo delimitó como “el deseo de eliminar un objeto, que es incurable con el transcurrir del tiempo”. Por otro lado, Descartes lo caracterizó como “la conciencia de que un objeto, situación o persona es mala/o”, y lo más sano para el individuo es alejarse.

Dentro de la psicología, el odio es pensado como un sentimiento intenso que produce ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto. En palabras de Sigmund Freud, “el odio es un estado del Yo que desea destruir la fuente de su infelicidad” y en su cara más extrema, lo piensa como el rechazo del ser que se dirige ciegamente a la destrucción del otro.

Para el padre del psicoanálisis, el odio es un dato clínico clave. Junto con el amor, constituyen “las fuerzas maestras desplegadas por el Yo en su lucha con el mundo externo, a fin de afirmarse, conservarse y sobrevivir”. El individuo odia, detesta y persigue, con la intención de destruir a todos los objetos que constituyen una fuente de displacer, aunque eso implique enfrentarse con figuras familiares o cercanas.

Este odio primordial entonces condiciona la relación con el mundo exterior; mundo que en un comienzo resulta extraño y provoca excitación y alboroto. El mandato religioso y cultural de “amar al prójimo como a uno mismo” hace que se repriman los pensamientos negativos como el odio aunque, como todo lo reprimido, siempre pugna por salir a la luz.

Freud también remarca la tendencia instintiva de los seres humanos a la maldad, la agresión y la destrucción, que deriva de ese odio primordial y tiene incidencias sociales desastrosas, sobre todo porque las personas satisfacen su necesidad de goce a expensas del otro, pasando por alto algunas prohibiciones y reglas de la cultura. El ser humano es capaz de violar, castigar, humillar,destruir, lastimar e incluso… matar.

Dicho esto, ¿cómo calificar las agresiones sufridas por trabajadores de prensa en la movilización convocada en el Obelisco el 9 de julio, sino como una expresión de odio? ¿De verdad alguien puede creer que las mal llamadas “marchas anti-cuarentena” son convocadas por los argentinos y argentinas arrasados por las consecuencias de este virus y subsumidos en la pobreza?.

Más bien pareciera que se trata de una nueva expresión de la derecha más radical (¿ahora oposición?), de la clase “media” siempre individualista que teme que se acorte la brecha con las clases populares, de los que se proclaman “defensores de la democracia y la república”, de los que reclaman libertad de expresión mientras le gritan al mundo sus deseos de eliminar a todo lo que no se parece a ellos… de los mismos de siempre, de los “odiadores seriales”.Los que odian a quienes luchan por cualquier otro derecho que no sea el suyo propio. Los que ayer celebraban la maldita enfermedad de Evita al grito de “Viva el cáncer”, hoy alzan pancartas deseándole “muerte a la Kretina” y después agreden duramente a quienes estúpidamente creen que son la causa de su malestar y el por qué de sus miserias.

Al igual que sucede con el coronavirus, todavía no hay vacuna contra el odio serial (visceral), pero si podemos estar advertidos de lo que entraña este sentimiento y detectar de dónde proviene, tendremos más herramientas para evitar el contagio.

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