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Ica Novo se lleva con su partida cierto color de renovación profunda en la canción popular

Alejandro C. Tarruella

Escribe Alejandro C. Tarruella

Ica en el dolor

La sorpresiva muerte de Ica Novo, el creativo músico de Dean Funes, cordobés en buena ley, nos encontró este martes cuando contaba 70 años. Me enteré por una comunicación de Claudio Orellano, con quien habíamos compartido una mesa larga dos días antes en “El Británico” de San Telmo. Fue María Elena Novo, su hermana, quien avisó por las redes corporativas: “Mi corazón está destrozado, después de pelearla como un campeón mi amadísimo hermano Ica Novo se fue de este mundo”. Y decía que el velatorio con canciones y buena música de los hermanos y amigos, se iba a realizar en Jerónimo Luis de Cabrera 148, en el barrio de Alta Córdoba, en cuya vereda deben estar sonando aún las guitarras y bombos de la peña de la despedida. Pepe Novo, hermano de Ica, periodista y músico, dijo por su parte que “Es muy lindo y muy lógico despedirlo tocando y cantando como nosotros hicimos con nuestros viejos”. Lo hacían en el estilo de la despedida del Chango Farías Gómez, uno de sus referentes, en San Telmo.

Ica resumió su obra innovadora, llena de propuestas, en la chacarera “Del norte cordobés” que se estará escuchando en estas horas finales, como nunca. Poco antes de que sus restos sean llevados a Deán Funes, donde una escuela local, le brindará el último adiós antes de llegar hoy, al cementerio de San Vicente, a cinco kilómetros de Deán Funes, donde había nacido el 4 de julio de 1951, este Ricardo Luis Novo.

Soledad, que grabó en los noventa difundiendo la obra de Ica, “Del norte cordobés”, ahora lo saludó así: “¡Hasta siempre Ica Novo! ¡Gracias por tu música!” El dolor entre los artistas es semejante al de Claudio Orellano a quien uno puede imaginar llorando, tomándose el corazón con las manos, a poco de su regreso a Córdoba.

Lo habían grabado “Los Carabajal” de Peteco, Los 4 de Córdoba de Lalo Márquez, y en el mundo se habla de coros de niños en la India cantando su chacarera memorable, esas que desde el norte de Córdoba trajinaban Carlos Di Fulvio como creador e intérprete y Suna Rocha como cantante notable, una de las más grandes del país.

Dicen que Pocha Barros, creadora del folklore, inspiradora de peñas, madre del Chango Farías Gómez y Marián, le había dicho a Ica: “Tenés más pinta de rockero que de folklorista”, porque el estilo de ese cordobés con pinta de tano, tan típico de su provincia y Santa Fe, estaba mixturado con las corrientes rockeras que aludían a cierta innovación a la que no fue ajeno. Ocurre que en cierta ocasión, al llegar tarde a un asado donde estaban los Farías Gómez, los Coplanacu y otros, Pocha lo retó y ante el pedido de Marián para que toque el bombo, le dijo en un estilo que era propio: “¿Cómo habiendo dos santiagueños presentes le vas a pedir a un cordobés que toque el bombo”. El resultado de ese decir de desafío fue que al regresar a su casa, Ica comenzó a pergeñar “Del norte cordobés”, ese norte de saber tulumbano que se emparenta con Santiago del Estero en el hecho de que la cultura no acepta fronteras, se fue metiendo en su propia trama para componer una de las canciones más interesante de la canción popular argentina. Muestra entre otras cosas, que en cierto modo, la tradición precisa de ciertas traiciones de frente, frescas, que la revivan para que siga siendo lo que fue en lo que es. Ica comprendió ese desafío al que, sin proponérselo, aportó Pocha.

Ella alguna vez aportó aquel gato que decía: “Yo no tengo más ropas q’estas bombachas. Y estas ushutas viejas. Que eran de Tata”, de “El huajchito”, que compuso con Enrique Farías Gómez, su compañero, para que el Chango hiciera versiones memorables. Las pequeñas traiciones se hacen tradición en el camino que inspiró a Ica Novo, que anduvo por el país con su música, vivió en los ‘80 el exilio en España, donde compartió con gitanos, andaluces, árabes y lo que venga, una disposición abierta y memorable para innovar y así sentarse en su tiempo y en sus días. Llevaba consigo la estirpe de Adolfo Ábalos que con su piano, revolucionó la canción popular incorporándole sonidos, colores y sueños para actualizar los modos de cantar y sentir. La innovación siempre cosecha rechazos para afirmarse como tradición. Si lo sabrían Jaime Dávalos y Eduardo Falú cuando hacia 1958, hicieron conocer su tonada salteña, casi un sacrilegio frente a Cuyo, “Tonada del viejo amor”, entonces un desafío, hoy, un clásico.

Cuando se escucha en las calles, en una casa, en una peña, cantar “En Santiago la chacarera tiene la gracia que en el mar tiene el pez, pero escuchen esta que traigo del fondo del norte cordobés”, se sabe que ahí hay un rostro nuevo para expresar un mundo propio, suramericano y vibrante, que expresa a un pueblo.

El sentimiento de un pueblo

El ritmo de Ica es personal y colectivo, supo imponerle su sentimiento y comprender en él a un pueblo que lo recogió para hacerlo un legado de una etapa de la historia. Todo el dolor por su partida, puede hoy tener un bálsamo en su hacer de poeta y creador incesante, creador de ideas para hacer música como la peña que creó en Villa Dolores para pasar los tiempos difíciles, un oficio al que los cantores populares no le hacen asco, y que los convierte en quijotes frente al desinterés oficial en la cultura. A eso, Ica lo cuestionaba con palabras y hechos, en ese instante, era áspero y justo.

El golpe será duro para su hijo Salvador, notable pianista creativo, que caminaba la canción junto a su padre para hallarle la novedad sin perderse, y arribar a creaciones que permitirán recordar al gran Ica. “Tocar con él es como tocar con una parte de mí mismo; hay una sintonía armónica y rítmica especial”, reconocía Ica en 2014, cuando regresaron a La Maga, en Córdoba, y encendieron la magia de su música para volver a los caminos de la provincia. Iban con ellos “Chacarera de Ischilín” y “Persiguiendo el viento”, entre otras, para sostener una personalidad difícil de olvidar.

Fue amigo de Infobaires24, de Nacho Campos, con quien compartió canciones y noches de folklore, y un servidor. Ica estaba en tarea de componer una letra que me había inspirado una lavandera del lago Lolog, en San Martín de los Andes, que quedará acaso para Salvador. Hablábamos largas horas en algún bar de Barracas, donde había vivido en sus estancias en Buenos Aires, y recuerdo su carácter altivo, que reaccionaba frente a la injusticia y el oprobio de los años duros.

En “La repiqueteada”, Ica decía como es posible que repita en este mismo instante “Caminando al compás / de a poquito empezás / ya después no sabrás / si estas bailando o echaste a volar”. Qué es lo que sucede en este instante de dolor y recuerdo. Uno recuerda el pasado porque en realidad, como lo hacía Ica, recuerda lo que vendrá porque imagina los pasos que quedan cuando un poeta de la música y la canción popular, se larga a volar porque está ahí, vivo, repiqueteando, yendo para volver, a cada día, a cada hora, como si la existencia, ese navegar para encontrarse, tuviese ese ritmo. Al que un músico de alturas como este cordobés de Dean Funes, le encontró la pequeña verdad que nos hace, por ejemplo, vivir un momento tan triste que parece un final y es apenas, chacarera mediante, un principio.

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