
Entre el deber y el deseo: el trabajo que agota, la salud que se esfuma
“Cuando sobrevivir exige todo, vivir se vuelve imposible”

En estos tiempos, donde la palabra salud mental aparece en todos los discursos, parece necesario recordar que no se trata solo de un asunto individual o clínico. La salud mental es también, y sobre todo, un fenómeno social y político. No florece en la precariedad, ni se construye en soledad.
Vivimos días donde tener trabajo ya no garantiza bienestar. Jornadas interminables, múltiples empleos, salarios que no alcanzan para vivir dignamente, vínculos laborales atravesados por la desconfianza, la competencia o directamente el maltrato. Todo esto, sostenido por un modelo económico que ajusta desde abajo y deja a millones afuera de sus derechos básicos. Las consecuencias se expresan con claridad en el consultorio (y en la calle): ansiedad, angustia, insomnio, agotamiento extremo. Lo que el neoliberalismo llama “crisis personal” muchas veces no es más que el síntoma lógico de un sistema que enferma.
El trabajo que (ya no) dignifica
Desde la psicología sabemos que el trabajo cumple un rol fundamental en la construcción de la identidad. Ya Freud advertía en “El malestar en la cultura” que el trabajo, junto con el amor, es uno de los pilares que sostienen la vida psíquica. A través del trabajo, el sujeto se inserta en lo social, encuentra un lugar simbólico, despliega su deseo. Lacan, por su parte, también reconoce que la identidad se va construyendo a partir de los significantes que se nos imponen desde lo social, y el trabajo suele ser uno de los más centrales: No es raro que al presentarnos en alguna ronda informal, junto a nuestro nombre, agreguemos: “psicóloga”, “docente”, “electricista”. El trabajo no sólo nombra: también sostiene.
Pero para que podamos hablar verdaderamente de un estado de salud mental saludable no basta con sobrevivir. Necesitamos poder construir una vida en consonancia con nuestro deseo. Las neurociencias explican que el cerebro humano está diseñado para sobrevivir: desde tiempos ancestrales, cazábamos para comer, huíamos del peligro, estábamos en alerta constante. Pero hoy no vivimos en la selva ni escapamos de depredadores: somos sujetos atravesados por la cultura, por el lenguaje, por los vínculos. Y eso lo cambia todo. Porque ya no nos basta con estar vivos: queremos vivir con sentido. No alcanza con respirar si no podemos proyectarnos, amar, crear, elegir. La salud mental no es solo ausencia de enfermedad: es presencia de deseo.
En esta línea, autores como Facundo Manes y Estanislao Bachrach remarcan cómo las rutinas laborales impactan en nuestro cerebro, no sólo en términos de estímulo cognitivo, sino también en los niveles de dopamina, serotonina y cortisol. Un ambiente laboral tóxico, inestable o excesivamente demandante activa respuestas de estrés crónico, que no sólo alteran el estado de ánimo, sino que también afectan la memoria, la atención, el sueño y, a largo plazo, incluso el sistema inmune.
Es entonces cuando aparece el “burnout” —el famoso estar quemado—, pero también cuadros de depresión, ataques de pánico, pérdida del deseo, trastornos del sueño y la alimentación. Porque no es solo el cuerpo el que se agota: es el alma la que deja de encontrar motivos para levantarse cada día.
Los astros también se expresan: Saturno, Aries y el mandato del sacrificio
Desde la astrología, estos tiempos también pueden leerse en clave simbólica. Saturno, planeta del esfuerzo y la responsabilidad, representa lo estructural, lo normativo, el deber-ser. Pero cuando su energía se desbalancea, puede volverse opresiva: exigencias imposibles, culpa, frustración constante.
Recientemente, Saturno acaba de ingresar en Aries, luego de muchos años transitando el signo de Piscis. El pasaje no es menor: venimos de una etapa de disolución, de cansancio psíquico colectivo, de estructuras que se desarmaban como castillos de arena. Ahora Saturno en Aries impone acción, urgencia, pelea por la supervivencia. Pero cuidado: cuando el sistema nos exige autoafirmación sin sostén material, lo que se activa no es empoderamiento, sino angustia.
Por su parte, Plutón, en tránsito por Acuario, también nos habla de una transformación colectiva que pide emerger. Viejas estructuras se caen —aunque se resistan—, mientras las nuevas aún no terminan de nacer. No es casual que tantas personas estén revisando su vocación, su manera de trabajar, sus vínculos con el tiempo y el cuerpo. Estamos en una crisis de paradigma que se siente tanto en el cielo como en las oficinas, aulas y hospitales.
El ajuste entra por la cabeza (y también por el estómago)
Este gobierno ha decidido recortar donde más duele: en los derechos. La salud, la educación, el trabajo. El Estado ausente se disfraza de “libertad”, pero deja a millones a merced de un mercado salvaje donde solo sobrevive quien puede pagar su lugar. Y en ese contexto, se instala el discurso de la autoayuda como única respuesta posible: si te sentís mal, es tu responsabilidad “gestionar tus emociones”. Pero no, no es sólo tu culpa. Y no, no alcanza con meditar o respirar profundo si tenés que decidir entre pagar el alquiler o comer. Muchas personas ya no pueden sostener el estilo de vida que llevaban. Y no hablo de lujos: hablo de lo que alguna vez les daba un poco de alegría, de sentido… de lo cotidiano, de lo humano. Un mate con medialunas, una salida con amigas, un curso de algo que te motiva. En algunos casos, ni siquiera pueden comprarse unas empanadas ricas. ¿Y cómo no empatizar con lo que dijo Ricardo Darín en la mesa de Mirtha?. Si lo que vino después fue una ola de críticas absurdas: que eran empanadas caras, que no sabe lo que es una promo, que exagera. Incluso el propio ministro Caputo salió a responder con una ironía indignante, poniendo al comentario del actor en sintonía con querer comprarse “un Porsche”. Pero no, señor ministro. No es lo mismo. No es lo mismo querer alimentarse bien y rico que pretender acceder a un auto de alta gama. No es lo mismo desear un bocado sabroso que un símbolo de ostentación. Comer empanadas no es lujo: es cultura popular, es encuentro, es placer accesible. Y cuando eso también se vuelve inalcanzable, el problema no es el deseo de la gente. El problema es el modelo que se impone. Y lo triste es que ni siquiera se trata de empanadas. El punto central es otro, mucho más grave: es la pérdida brutal del poder adquisitivo, el crecimiento acelerado de la pobreza, y el vaciamiento simbólico de una vida digna. Lo que escandaliza no es el precio de una docena, sino que millones de personas ya no puedan permitirse ni siquiera ese gesto mínimo de disfrute, ni ya muchos otros.
Salud mental también es justicia social
Es hora de volver a nombrar lo obvio: la salud mental no puede pensarse por fuera de las condiciones materiales de existencia. Necesitamos políticas públicas que garanticen trabajo digno, salarios justos, espacios de descanso, y tiempo para vivir, no solo para sobrevivir. No hay salud mental cuando la vida se reduce a resistir. La dignidad no debería ser un objetivo, sino el punto de partida. Porque nadie puede sanar en un entorno que lo enferma. Y nadie puede desear cuando cada día es una batalla para llegar a fin de mes. Porque cuidar la salud mental también es cuidar los sueños. Y ningún sueño puede florecer en un terreno de miseria.
Lic. Mariana Karaszewski – IG: @soyastroypsico_