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El renunciamiento de Evita y sus enseñanzas frente a una nueva elección presidencial

Escribe Alberto Lettieri*, exclusivo para InfoBaires24

 

 

Entre el 22 y el 31 de agosto de 1951 se produjo el celebre “renunciamiento” de Evita. Para los mas de dos millones de participantes del Cabildo Abierto del Justicialismo organizado por la CGT el 22 de agosto, la velada renuncia de Evita a la candidatura a la vicepresidencia propuesta por la CGT, bajo el lema “Juan Domingo Perón-Eva Perón – 1952-1958, la fórmula de la patria” tuvo un efecto devastador.

 

Una especie de baño de realidad que revelaba con toda su crudeza a los ojos de las grandes mayorías populares que el poder de veto que conservaban aquellos sectores que tradicionalmente se habían auto-proclamado como dueños de la Argentina se mantenía intacto. Para Juan Domingo Perón, y para el régimen democrático, en tanto, el renunciamiento de Evita se presentaba como la prenda de paz que permitiría aflojar las tensiones y garantizar la continuidad de la vida institucional en nuestro país.

Abrumada por la impotencia y la enfermedad, que soportaba heroicamente en silencio, para postergar el sufrimiento que inevitablemente invadiría a sus “descamisados”, Evita solicitó unos días más a la multitud anhelante para comunicar lo que finalmente sería su “irrevocable decisión” de renunciar al honor conferido por los trabajadores y el pueblo de su patria, en un sentido discurso transmitido por la cadena nacional de radiodifusión, el 31 de agosto de 1951:

“Ya en aquella misma tarde maravillosa que nunca olvidarán ni mis ojos y mi corazón yo advertí que no habría cambiado mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto.

 

Ahora quiero que el pueblo argentino conozca por mí misma las razones de mi renuncia indeclinable. En primer lugar declaro que esta determinación surge de lo más íntimo de mi conciencia y por eso es totalmente libre y tiene toda la fuerza de mi voluntad definitiva.

 

Porque el 17 de Octubre formulé mi voto permanente, ante mi propia conciencia: ponerme íntegramente al servicio de los descamisados, que son los humildes y los trabajadores; tenía una deuda casi infinita que saldar con ellos. Yo creo haber hecho todo lo que estuvo en mis manos para cumplir con mi voto y mi deuda. No tenía entonces, ni tengo en estos momentos, más que una sola ambición, una sola y gran ambición personal: que de mí se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita.”

Evita había ofrecido su tributo a su líder, a su compañero y a su hombre, respaldando una decisión antipática para el pueblo argentino, a los fines de evitar un baño de sangre.

Las circunstancias eran adversas, y Perón había elegido el tiempo a la sangre para avanzar en el camino de la revolución nacional. ¿Cuál sería el precio a pagar por esa concesión, que podía ser leída tanto como una maniobra política efectiva y humanitaria cuanto como una demostración efectiva de los límites de la democracia y del modelo de justicia social en la Argentina de mediados del Siglo XX?

La respuesta sólo se conocería con el paso del tiempo. No habría que esperar demasiado para que el proceso político se acelerara. Pocos días después, el 28 de septiembre de 1951, el General Menéndez encabezó un fallido Golpe de Estado. En lo inmediato, ese fracaso fue interpretado como la exitosa consecuencia de la decisión de archivar la candidatura de Evita, lo cual habría desalentado la participación de la mayoría de los involucrados en el proyecto inicial del Golpe de Estado.

En una perspectiva de mediano plazo, el renunciamiento acabó por envalentonar a un adversario en pie de guerra, que observó con satisfacción que el movimiento nacional y popular cedía posiciones ante las presiones corporativas.

El renunciamiento acabó por envalentonar a un adversario en pie de guerra, que observó con satisfacción que el movimiento nacional y popular cedía posiciones ante las presiones corporativas

Este horizonte ya había sido avizorado por Evita hacia tiempo, y eso le hizo afirmar que el “peronismo será revolucionario o no será nada”. Por esa razón, apenas concretado su renunciamiento adquirió armas al Príncipe de Holanda para distribuir entre los obreros y sostener la revolución peronista.

Nada más lejos, por cierto, de la posición de Perón, opuesto por convicción y filosofía a armar a los obreros. Por esa razón decidió entregarlas a las FFAA. Paradójicamente, muchas de esas armas serían utilizadas para fusilar a los trabajadores peronistas, en el marco de las conspiraciones y atentados que precedieron al Golpe de Estado de 1955.

Algunos meses después, el 26 de julio de 1952, Evita ingresaría en la inmortalidad. De un lado, una multitud jamás reunida hasta entonces se movilizó, a lo largo de 14 días, para participar de sus funerales: el pueblo se negaba a despedirse de su “madre espiritual”, clamando poco después por la canonización del “Hada Rubia”, “Santa Evita”.

Del otro, las pintadas de “viva el cáncer” adornaron los muros porteños y de varias localidades de la geografía nacional, expresión de una oposición cínica que salía a celebrar anticipadamente el fin de la Revolución Peronista. En medio, la grieta, amenazante y fría, que fracturó a la Argentina en dos modelos sociales y políticos irreconciliables hasta ahora.

¿Por que Evita despertaba esos sentimientos tan encontrados? ¿Por qué razón el pueblo exigía su canonización, mientras que la reacción agradecía al cáncer y no cesaba en sus tradicionales cuestionamientos morales?

Evita fue el componente revolucionario en la construcción histórica del peronismo

Ensayar una respuesta más compleja y fundada nos requeriría escribir un ensayo mucho más amplio, por lo que realizaré un reduccionismo un tanto salvaje: Evita fue el componente revolucionario en la construcción histórica del peronismo. En tanto Perón era el estratega, el ideólogo pragmático, Evita era la llama que encendía los espíritus y convocaba a la lucha. En su célebre discurso del Cabildo Abierto del Justicialismo del 22 de agosto de 1951, la propia Evita ofrecía su propia versión de esa dicotomía que atravesaba al pueblo argentino:

Mi general: son vuestras gloriosas vanguardias descamisadas desde la tribuna pública en las que están presentes hoy, como lo estuvieron ayer y estarán siempre, dispuestas a dar la vida por Perón. Ellos saben bien que antes de la llegada del general Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las cosas, habían perdido las esperanzas en un futuro mejor.

 

Saben que fue el general Perón quien los dignificó social, moral y espiritualmente. Saben también que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria todavía no están derrotados, y que desde sus guaridas atentan contra el pueblo y contra la nacionalidad. Pero nuestra oligarquía, que siempre se vendió por cuatro monedas, no cuenta en esta época con que el pueblo está de pie, y que el pueblo argentino está formado por hombres y mujeres dignos capaces de morir y terminar de una vez por todas con los vendepatrias y con los entreguistas.

Pese a que Perón y Evita eran un equipo, en el que los roles estaban bien diferenciados y nunca el rol de Conductor fue puesto en duda, la oposición, todavía en 1951, pretendía encontrar diferencias sustanciales entre ambos.

En efecto, a regañadientes, provisoriamente o como mal menor, Perón podía llegar a ser aceptado por el establishment como garante de un orden. Si bien había implementado reformas laborales fundamentales, siempre subrayó que de ese modo se alejaba el fantasma del comunismo que recorría a Europa y a buena parte del mundo de posguerra.

Sus insumos ideológicos se ubicaban en el cristianismo, la doctrina social de la Iglesia, el New Deal, el intervencionismo estatal europeo de entreguerras, el socialismo reformista…. Antecedentes respetables a ojos de la oposición, aunque su síntesis argentina fuese francamente aborrecida.

Su lealtad al Estado y a las instituciones nacionales era indudable. Perón había desistido deliberadamente de presentarse como un dirigente obrero, reclamando en cambio el rol arbitral en el proceso de construcción de un nuevo orden y de redistribución de los bienes sociales. No cuestionaba la propiedad privada, aunque la disciplinaba y la dotaba de un sentido ético y democrático en el marco de una Comunidad Organizada. Y a pesar de todo esto, mientras Evita era aun la actriz Eva Duarte, Perón había sido representado por sus opositores como un Satanás dispuesto a corroer su paraíso de privilegios.

Pero cuando la actriz Eva Duarte comenzó a convertirse en “Evita”, a la vuelta de su gira como “Dama de la Esperanza”, la reacción se aplicó a demonizarla. Según los estereotipos culturales de esa oposición aculturada, hipócrita y conservadora, había aparecido algo mucho más temible que el propio Perón.

 

Pero cuando la actriz Eva Duarte comenzó a convertirse en “Evita”, a la vuelta de su gira como “Dama de la Esperanza”, la reacción se aplicó a demonizarla

Un cóctel revulsivo que se componía de varios ingredientes falaces y otros descarnadamente reales. Entre los primeros se alegaba su pretendida condición de hija natural y de moral “dudosa”. Entre los segundos, que esa mujer del pueblo no había olvidado sus orígenes humildes tras su llegada al estrellato, que vivenciaba y denunciaba de manera sanguínea y primitiva cada una de las vejaciones, de las postergaciones, de las miserias a las que los trabajadores habían sido sometidos antes del peronismo, que se preocupaba por ancianos, niños, madres solteras, presidiarios, enfermos y marginales, del voto femenino y de la salud y del techo de los mas débiles, dignificándolos como sujetos de derecho. Un cóctel absolutamente inaceptable para los “finolis” y los aspiraban ilusamente a llegar a serlo algún día.

Yo no soy más que una mujer del pueblo argentino –puntualizaba Evita ese 22 de agosto de 1951-, una descamisada de la Patria, pero una descamisada de corazón, porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando codo a codo, corazón a corazón con ellos para lograr que lo quieran más a Perón y para ser un puente de paz entre el general Perón y los descamisados de la Patria.”

Para esas clases propietarias, Perón era la expresión de un orden peligroso, temido, pero orden institucional al fin. El referente de un Estado interventor y multiplicado en beneficio de los desposeídos, que venía a reemplazar a aquel otro Estado creado por la Generación del 80 como instrumento de las clases acomodadas.

Para esas clases propietarias, Perón era la expresión de un orden peligroso, temido, pero orden institucional al fin

Ellos –la oligarquía, aseguraba Evita esa misma jornada- no perdonarán jamás que el general Perón haya levantado el nivel de los trabajadores, que haya creado el Justicialismo, que haya establecido que en nuestra Patria la única dignidad es la de los que trabajan. Ellos no perdonarán jamás al general Perón por haber levantado todo lo que desprecian: los trabajadores, que ellos olvidaron; los niños y los ancianos y las mujeres, que ellos relegaron a un segundo plano.

Ellos, que mantuvieron al país en una noche eterna, no perdonarán jamás al general Perón por haber levantado las tres banderas que debieron haber levantado ellos hace un siglo: la justicia social, la independencia económica y la soberanía de la Patria.

Y pese a que las afirmaciones de Evita describían con crudeza la aciaga realidad de nuestro país, en 1951, para esa oposición que sentía cada conquista de los trabajadores como un golpe demoledor a esos tradicionales privilegios a los que no estaba dispuesta a renunciar, Perón era aún, y a su pesar, la encarnación de un orden institucional, estatal, con constitución –aunque no fuera la “sagrada” carta de 1853-, con garantías a la propiedad, con un Ejercito que lo referenciaba y que también le imponía sus límites, como en el caso del veto a la candidatura de Evita.

La “Abanderada de los Humildes”, en cambio, era la barbarie, la “resentida”, la “bastarda”. Aquella que Nini Marshall representaba como prostituta haciendo las delicias de los selectos participantes de las fiestas de los “pitucos” de la época. Evita era la acción directa, inmediata, que obraba a nombre de una justicia primitiva, del derecho a la vida y a la igualdad. Evita era lo imprevisible, la invitación a lo imponderable, que siempre genera desvelos en aquellos que tienen algo para perder, sobre todo cuando cargan con la certeza de que sus privilegios se han levantado sobre la argamasa de la sangre y la miseria de las grandes mayorías populares.

No me interesó jamás la insidia ni la calumnia –continuaba Evita- cuando ellos desataron sus lenguas contra una débil mujer argentina. Al contrario, me alegré íntimamente, porque yo, mi general, quise que mi pecho fuera escudo para que los ataques, en lugar de ir a vos, llegaran a mí. Pero nunca me dejé engañar. Los que me atacan a mí no es por mí, mi general, es por vos. Es que son tan traidores, tan cobardes que no quieren decir que no lo quieren a Perón. No es a Eva Perón a quien atacan: es a Perón.

A ellos les duele que Eva Perón se haya dedicado al pueblo argentino; a ellos les duele que Eva Perón, en lugar de dedicarse a fiestas oligárquicas, haya dedicado las horas, las noches y los días a mitigar dolores y restañar heridas.

Esta sinceridad brutal, su compromiso con un derecho natural, visceral de la especie humana, su desprecio por la burocracia, por las jerarquías sociales artificiales, no podían ser digeridos por ese tercio opositor que tradicionalmente, desde entonces y hasta nuestros días, ha preferido hipotecar su futuro amarrándolo al carruaje del demonio antes que aceptar la legitimidad de la expresión de las mayorías…

Aún a sabiendas de que de la mano de esa sentencia popular vendrán aparejados tiempos de bonanza y de expansión económica que beneficiarán a tod@s. Con su agudeza característica, Arturo Jauretche afirmaba, medio siglo atrás, que “la clase media vota bien cuando está mal y vota mal cuando está bien”. 

 

¿Hasta cuándo los argentinos deberemos cargar con el lastre de esa grieta que nos desangra y que en cada renovación presidencial nos pone de caras al abismo entre la alternativa de un país para tod@s, sobre la base de la continuidad y profundización de las políticas de desarrollo social, industrialización, integración latinoamericana, consolidación institucional e inclusión social, características del gobierno popular, y la opción de echar por tierra de un saque todo lo que trabajosa y esforzadamente venimos construyendo, renovando la matriz de la exclusión social, la dependencia y la agrarización de la patria?

¿Hasta cuándo los posicionamientos y rencores sociales y políticos generados en nuestro pasado podrán imponer su ciega lectura sobre las auspiciosas perspectivas de nuestro porvenir? Hoy, como ayer, la alternativa entre un país para todos y otro país para unos pocos, nuevamente se dibuja en el horizonte. Parafraseando a Roque Saénz Peña al anunciar la proclamación del sufragio universal, obligatorio y secreto en 1912, podría hoy ampliarse su arenga “Quiera el pueblo votar” por el futuro, a favor del programa que plantea la reconciliación, la unión y la solidaridad entre tod@s l@s argentin@s.

De las tres alternativas presidenciales disponibles, una propone volver a los 90 y otra presenta un programa electoralista, irrealizable en la práctica. Solo la alternativa nacional y popular constituye una garantía hacia el futuro. Frente a los profetas del odio, los peronistas debemos ser capaces de convocar al conjunto de nuestros compatriotas para sumarlos a una propuesta fundada en el amor cristiano, el desarrollo económico, la consolidación institucional y la inclusión social. Nuestra victoria debe ser la victoria de tod@s l@s argentin@s. Como guía, nada mejor que apelar a las palabras con que Evita anticipó veladamente su renunciamiento el 22 de agosto de 1951, asegurando que la mayor aspiración que debe guiar al gobernante popular es la de hacerse merecedor del amor del pueblo argentino.

 

Yo siempre haré lo que diga el pueblo, pero yo les digo a los compañeros trabajadores que así como hace cinco años dije que prefería ser Evita antes de ser la esposa del presidente, si ese Evita era dicho para calmar un dolor en algún hogar de mi Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita sé que siempre me llevarán muy dentro de su corazón. ¡Qué gloria, qué honor, a qué más puede aspirar un ciudadano o una ciudadana que al amor del pueblo argentino!

*Alberto Lettieri es Historiador. Docente. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego

 

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