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Borges y la violencia como hilo conductor de la historia

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 Escribe Alberto Lettieri*, exclusivo para InfoBaires24

 

 

Hace algunos días, María Kodama, viuda del escritor Jorge Luis Borges, confirmó en una entrevista citada por El País de Madrid, que la Academia Sueca había sancionado a su finado marido, negándole el Premio Nobel, en 1976, debido a su decisión de aceptar un Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad de Chile.

Kodama recuerda que, enterados del inminente viaje de Borges para reunirse además con el Dictador chileno Augusto Pinochet Ugarte, una llamada de Estocolmo le advirtió que la confirmación de esa visita echaría por tierra su inminente premiación, a lo que Borges respondió: «después de lo que usted acaba de decirme mi deber es ir a Chile. Hay dos cosas que un hombre no puede permitir: sobornar o dejarse sobornar. «

La decisión principista de Borges no debe ocultarnos el fondo de la cuestión: su seducción por la violencia y los sistemas elitistas y autocráticos, así como su desprecio por todo aquello que tuviera algún tufillo de popular, por no hablar ya de las grandes mayorías populares, que le producían tanto repudio como escozor. Esa adicción por la violencia, su descalificación de la democracia, lo acompañó durante toda su vida. En efecto, ya en El Aleph (1949), en su cuento Deutsches réquiem, redactaba un terrible alegato, a través del personaje del criminal nazi Otto Dietrich zur Linde, quien luego de presentar los pergaminos familiares que lo enlazan con una excelsa tradición guerrera, pasa a presentarse a sí mismo:

«En cuanto a mí, seré fusilado por torturador y asesino. El tribunal ha procedido con rectitud; desde el principio, yo me he declarado culpable. Mañana, cuando el reloj de la prisión dé las nueve, yo habré entrado en la muerte; es natural que piense en mis mayores, ya que tan cerca estoy de su sombra, y a que de algún modo soy ellos.

          Durante el juicio (que afortunadamente duró poco) no hablé; justificarme, entonces, hubiera entorpecido el dictamen y hubiera parecido una cobardía. Ahora las cosas han cambiado; en esta noche que precede a mi ejecución, puedo hablar sin temor. No pretendo ser perdonado, porque no hay culpa en mí, pero quiero ser comprendido. Quienes sepan oírme, comprenderán la historia de Alemania y la futura historia del mundo.«

 

Como puede advertirse, Borges intenta desarrollar una justificación de los crímenes de lesa humanidad, tratando de hacer comprensibles los motivos del genocida. Un genocida, como lamentablemente experimentaríamos largamente en nuestro país, no pretende ser perdonado, ya que ha cumplido una misión que sólo sería comprensible para unos pocos iniciados.

Pero no se limita a esto, sino que además intenta desentrañar una especie de hilo conductor de la historia, identificado con una especie de violencia intrínseca del ser humano, que convierte a nuestra especie en ejecutara inconsciente de un mandato sobrenatural. Aplicando este argumento, Borges pretende reivindicar al propio Adolf Hitler, en su condición agente ciego de esa verdad oculta.

«También la historia de los pueblos –sostiene- registra una continuidad secreta. Armiño, cuando degolló en una ciénaga las legiones de Varo, no se sabía precursor de un Imperio Alemán; Lutero, traductor de la Biblia, no sospechaba que su fin era forjar un pueblo que destruyera para siempre la Biblia; Christoph zur Linde, a quien mató una bala moscovita en 1758, preparó de algún modo las victorias de 1914; Hitler creyó luchar por un país, pero luchó por todos, aun por aquellos que agredió y detestó. No importa que su yo lo ignorara; lo sabían su sangre, su voluntad. El mundo se moría de judaísmo y de esa enfermedad del judaísmo, que es la fe de Jesús; nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada. Esa espada nos mata y somos comparables al hechicero que teje un laberinto y que se ve forzado a errar en él hasta el fin de sus días o a David que juzga a un desconocido y lo condena a muerte y oye después la revelación: Tú eres aquel hombre. Muchas cosas hay que destruir para edificar el nuevo orden; ahora sabemos que Alemania era una de esas cosas. Hemos dado algo más que nuestra vida, hemos dado la suerte de nuestro querido país. Que otros maldigan y otros lloren; a mí me regocija que nuestro don sea orbicular y perfecto.«

 

Como puede apreciarse, el judaísmo, y sobre todo el cristianismo, y su mensaje de amor y de paz, constituían para Borges una enfermedad que resultaba necesario erradicar. Cómo? A través de la « violencia y la fe de la espada«. Y aunque Alemania haya sido derrotada en la guerra, y Otto Dietrich zur Linde condenado a una muerte que celebrada como el premio a la misión cumplida, concluye en que, de todos modos, es la causa de la violencia como práctica excluyente de las relaciones sociales es la que ha conseguido imponerse de todos modos, lo que no deja de constituir un motivo de celebración para el inminente ajusticiado:

«Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima. ¿Qué importa que Inglaterra sea el martillo y nosotros el yunque? Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Si la victoria y la injusticia y la felicidad no son para Alemania, que sean para otras naciones. Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno. «

 

 

Borges y sus viudas

 

Hace un par de años publiqué un artículo en Miradas al Sur, titulado Borges y la magnifica ironía de Dios, en el cual destacaba la permanente militancia del escritor a favor de los regímenes autoritarios y su desprecio por la democracia y los sectores populares. El Secretario de Redacción del medio, Alberto Elizalde Leal, me replicó con una agresiva nota una semana después, titulada Borges disciplinado, donde luego de criticarme por la aplicación del catecismo peronista, se preguntaba: «¿Creerán los lectores la imagen que nos entrega ese texto inútilmente despiadado? O se sumergirán, maravillados, en un mundo de impecables metáforas, de inquietantes universos desconocidos, de morosas poesías alejandrinas y amables aunque implacables cuchilleros?»

Cabe destacar que nunca se me ocurrió poner en cuestión los méritos literarios de Borges, sino su peculiar concepción de la violencia, su amor por la violencia y el carácter de publicista de regímenes fundados en el ejercicio del Terrorismo de Estado, preguntándome hasta dónde la acción y militancia pública de un intelectual deben ser aceptados y pasados por alto como reconocimiento a su capacidad creativa. El caso de Elizalde Leal no es por cierto el único ni el más destacado: señalo este caso porque, por un lado, se trata de un ex detenido de esa Dictadura Cívico-Militar que el propio Borges justificó, al declarar su preferencia por la «espada, la clara espada, a la furtiva dinamita«. Por otro, porque el derecho a réplica me fue negado, y así concluyó mi participación en ese medio.

 

Borges y Sábato almuerzan con Videla

La pregunta, por cierto, es la misma. Hasta donde el mérito académico, la creatividad artística o la habilidad excepcional en el uso de la lengua justifican, o permiten pasar por alto, la militancia convencida a favor de la destrucción, el autoritarismo y la muerte? En el inicio de este artículo reproduje un relato de El Aleph de Borges, publicado apenas 4 años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, en el que Borges desarrollaba con maestría la argumentación del victimario, del genocida, reclamando la comprensión social de sus motivos. Tres décadas después, esos argumentos que Borges expresaba a través de su personaje Otto Dietrich zur Linde serán asumidos a título personal por el propio escritor, en la visita a la Casa Rosada organizada por Ernesto Sabato, quien reunió a un puñado de intelectuales y religiosos, para compartir un almuerzo con el genocida Jorge Rafael Videla, con quien compartieron una almuerzo, el 19 de mayo de 1976, a menos de dos meses de instalado el Terrorismo de Estado en nuestro país.[1] A la salida, un Borges exultante declaraba:

«Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno. Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país», dijo Jorge Luis Borges. «Los periodistas de Casa de Gobierno –afirman Anguita y Caparrós- se sonrieron: ya tenían un titulo para sus notas. (…) «El desarrollo de la cultura es fundamental para el desarrollo de una Nación», dijo Videla varias veces, y los demás asentían.” [2]

 Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia

 

Borges y Pinochet

Algunos defensores a ultranza de Borges han tratado de minimizar el episodio, caratulándolo como una decisión ocasional de la que luego se habría arrepentido. Pero este inconsistente argumento resulta insostenible: la opción de Borges por el autoritarismo no era nueva, y se reafirmaría en los años subsiguientes. Tres meses después del almuerzo con Videla, Borges recibió, el 21 de septiembre de 1976, la distinción de Doctor Honoris Causa de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile. Ese mismo día era asesinado en Washington, por sicarios enviados por Pinochet, el Ministro de Defensa chileno Orlando Letelier. El discurso de aceptación de la distinción por parte de Borges –que a la postre le valdría la negativa a otorgarle el Premio Nobel- resulta memorable:

«Hay un hecho que debe conformarnos a todos, a todo el continente, y acaso a todo el mundo. En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita, Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo. Pues bien, mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad. Creo que mereceremos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por obra de las espadas, precisamente. Y aquí ya han emergido de esa ciénaga. Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una honrosa espada».

Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita

Al día siguiente, Borges sostuvo una agradable tertulia con Pinochet. A la salida, declaró: «El es una excelente persona, su cordialidad, su bondad… Estoy muy satisfecho… El hecho de que aquí, también en mi patria, y en Uruguay, se esté salvando la libertad y el orden, sobre todo en un continente anarquizado, en un continente socavado por el comunismo. Yo expresé mi satisfacción, como argentino, de que tuviéramos aquí al lado un país de orden y paz que no es anárquico ni está comunizado».

 

 

Borges y la democracia

La elección de sus compañeros de mesa, así como la encendida justificación de sus acciones por parte de Borges, no tuvieron nada de circunstancial. Unos cheques enviados más tarde, de manera ocasional, a las Madres de Plaza de Mayo, o la firma de una solicitada avalando sus reclamos, no autorizan a sostener la tesis de su supuesto “arrepentimiento”. Más bien todo lo contrario. En 1971, Borges fue entrevistado por el periodista –más tarde desaparecido- Dardo Cabo de Extra. El encuentro fue interrumpido drásticamente por el escritor cuando Cabo le manifestó su condición de peronista…. En 1979, justamente por los tiempos en que accedía a un breve encuentro con las Madres, Borges renovaba su compromiso con el autoritarismo, a través de la revista Visión, de Mariano Grondona:

«¿El pueblo debe intervenir en la elección del gobierno? –se preguntaba- ¿Para qué? ¿De dónde sale eso? ¿Acaso debe intervenir el pueblo en la elaboración de la química, que es una ciencia especializada, como el gobierno? No hace demasiado tuvimos elecciones ¿y qué pasó? Siete millones de imbéciles volvieron a votar a Perón que sólo trajo desórdenes, robos y servilismo. Llevar hasta sus últimas consecuencias la democracia es un error». No satisfecho con estas declaraciones, agregaba: «Creo que este país iba mejor cuando estaba gobernado por un pequeño grupo de personas que quizá engañaban un poco cuando hacían política, pero que convertían poco a poco al país en un gran país».

Creo que este país iba mejor cuando estaba gobernado por un pequeño grupo de personas que quizá engañaban un poco cuando hacían política, pero que convertían poco a poco al país en un gran país

El remate de la nota era, nuevamente, brutal: «los indios han sido siempre nuestros enemigos aquí. Mi abuelo se batió con ellos (…) los cristianos degollaban a los indios. Creo que se había vuelto necesario» Tan necesario, a los ojos de Borges, como el genocidio encarado por los Videla y los Pinochet, a quienes defendía con fervor. Con ese mismo fervor que expresó al arribar a Chile en 1976: Lo defendí –a Pinochet- «porque emocionalmente sentí que debía hacerlo. (…) Yo siempre he sentido afecto por Chile y me parece que si ahora Chile está salvándose y de algún modo salvándonos, le debo gratitud. Yo, como argentino, le debo gratitud».

 

El barco que se hunde

Hacia fines de la dictadura cívico-militar Borges intentó despegarse de los uniformados en declive, formulando ciertas críticas formales a sus procedimientos, aunque sin dejar de considerar a sus intervenciones como producto de la necesidad histórica en la lucha contra la “barbarie” que, a su juicio, significaba el peronismo. Más aún, nos relata Néstor Montenegro, con la victoria de Alfonsín:

Jorge Luis Borges no es el mismo. “Ha ocurrido algo asombroso, inesperado”–declara Borges-, y hasta grita “¡Viva la Patria!” cuando visita al nuevo presidente. “¿Y qué sucedió en usted para que cambiara su habitual escepticismo por este optimismo que ahora se le nota? –pregunta Montenegro- Porque usted confió en el Proceso, luego se desilusionó, lo atacó y ahora no ocultó su emoción al hablar con Alfonsín…? -Desde luego –apunta Borges-, estaba con una emoción increíble y sigo todavía maravillado de que haya ocurrido esto. Estaba seguro de que ocurriría lo contrario, que ganarían los peronistas; tenía miedo de volver al país. Y aquí estoy otra vez, para colaborar con esta democracia.”[3]

Las expresiones, las acciones públicas de Borges y muchos de sus textos sintetizan y traducen la convicción de un segmento de nuestra sociedad -al cual han adherido muchos reconocidos intelectuales y académicos-, para el cual la democracia sólo les resulta deseable en tanto esté desprovista de su contenido popular y reivindicatorio de los más débiles y excluidos. Luego de 32 de vigencia ininterrumpida y consolidación de las instituciones democráticas, es hora de profundizar los consensos sociales y de favorecer el pluralismo y la diversidad entre todos los argentinos, aprendiendo a aceptar y convivir con nuestras diferencias en el marco del Estado de Derecho. Sin ocultar ni justificar argumentos autoritarios como los de este escritor excepcional en el manejo de la lengua, pero cuyas ideas sociales y políticas deben servirnos como faro para no repetir los errores de nuestro terrible pasado.

*Alberto Lettieri es Historiador. Docente. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego

[1] Hector D’Amico: “Sabato y Borges almuerzan con Videla”, La Nación, 2/5/2011.

[2] Caparrós, Martín y Anguita, Eduardo, «La Voluntad», Tomo III, Norma, 1998, pág 72

[3] Gente, 15/12/|1983

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