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EE.UU. no controla siquiera el estanque de su jardín

Eduardo J. Vior

La intervención norteamericana y del Grupo de Contacto prolonga la crisis de Haití y demuestra cuán débil se ha hecho la hegemonía de Washington sobre el Caribe.

Por Eduardo J. Vior

A pesar de que una masiva intervención extranjera lograra este martes 20 imponer el remplazo del primer ministro interino de Haití, Claude Joseph, por Ariel Henry, la crisis política persiste. Al no haberse nombrado nuevo presidente interino y no existir Congreso, el nuevo jefe de gobierno acumula todas las funciones ejecutivas y legislativas, pero sin la autoridad ni el poder para convertirse en dictador. Al mismo tiempo, la intervención directa de Washington y sus aliados confirma que la crisis se ha escapado de su control. EE.UU. carece de plan y concepto y no sabe qué hacer en Haití, ni cómo y cuándo salir. Para peor, el retorno al país del ex presidente Jean-Bertrand Aristide (1991-91, 1993-96 y 2001-04) promete catalizar la oposición popular.

Trece días después del asesinato del presidente Jovenel Moise este martes asumió en Port-au-Prince el nuevo gobierno con la promesa de “tender la mano” a la oposición. Ariel Henry, un respetado neurocirujano, es el nuevo primer ministro, pero sin depender de un jefe de Estado ni tener el contrapeso del Congreso, que está clausurado desde enero de 2020.

Ariel Henry, primer ministro de Haití con la suma del poder ejecutivo y el legislativo

Henry había sido nombrado para el cargo por el presidente Jovenel Moise el pasado 5 de julio, pero el magnicidio ocurrido dos días después frustró su investidura y dejó el gobierno en manos de su antecesor, Claude Joseph, quien intentó perpetuarse en el mando hasta el lunes pasado, cuando anunció su renuncia, apenas dos días después de que la ONU, la OEA y el llamado Grupo de Contacto (Estados Unidos, Francia, Canadá, Alemania, España, la Unión Europea y Brasil) exigieron que asumiera Henry.

En su discurso de investidura el nuevo primer ministro aseguró que su gobierno, integrado por 18 ministros, es un gabinete “de consenso” e “inclusivo” que incorpora a algunas figuras de la oposición, así como a técnicos y a personalidades de la sociedad civil. Para mostrar su amplitud, al frente de las carteras más importantes, como Justicia, Economía o Exteriores, se mantienen sus actuales titulares; en este último caso, el hasta ahora primer ministro Joseph.

Esta circunstancia, sumada al apoyo internacional a Henry, ha alimentado los recelos de la oposición e incluso ya se han formulado llamados a protestas por parte de algunas fuerzas de izquierda. Una comisión que aglutina a numerosos grupos de la sociedad civil, que en los últimos días venía manteniendo reuniones para aportar soluciones a la crisis, también se ha desvinculado del nuevo gobierno.

La investidura del nuevo ejecutivo se solapó con el comienzo de las honras fúnebres para el presidente asesinado, quien recibirá sepultura el próximo viernes en su panteón familiar, en la ciudad de Cap-Haitien, en el norte del país. Aunque las ceremonias tengan carácter estatal, la familia de Moise anunció que costeará todos los gastos, según el deseo de su viuda.

Si bien la crisis política haitiana se agudizó este año tras la disolución del Congreso por el presidente Moise, el intento de éste por permanecer en el poder más allá del fin de su mandato (que debió finalizar junto con el del parlamento) y, finalmente, por el asesinato del jefe de Estado, el conflicto viene de lejos. Después de la intervención militar de la ONU en 2004, para combatir un golpe de estado que derrocó al presidente Jean-Bertrand Aristide, del movimiento popular Lavalas (La avalancha popular), pero sin reponerlo en el mando, en 2010 EE.UU. impuso la elección fraudulenta de Michel Martelly (2010-16), del recién creado Partido Haitiano Tet Kale (Partido Haitiano Cabeza Calva, PHTK). Éste mantuvo su control sobre el poder gracias a la elección fraudulenta de Jovenel Moise en 2016, la que los activistas haitianos llamaron golpe de estado electoral. Ambos comicios se celebraron bajo la ocupación de la ONU, con el patrocinio del gobierno estadounidense y la colaboración de los demás países reunidos en el “Grupo de Contacto”.

Jovenel Moise, presidente de Haití, asesinado el 7 de julio pasado

El asesinato de Jovenel Moise por un escuadrón asesino profesional no ha alterado el apoyo de Estados Unidos al régimen del PHTK. A menos de que se produzca una oposición masiva por parte de la opinión pública estadounidense y de miembros del Congreso, cabe esperar que gobierno de Joe Biden continúe apoyando al actual régimen del PHTK, que perpetúa la corrupción generalizada, facilita el acaparamiento de tierras y el despojo de los agricultores haitianos, así como impulsa el saqueo de los vastos recursos naturales del país (oro, petróleo, bauxita y otros) y lleva a cabo una guerra contra la mayoría popular a través de horribles masacres en barrios pobres, asesinatos y violaciones de activistas de derechos humanos.

Desde que el difunto presidente asumió el poder, el pueblo haitiano ha salido a las calles por cientos de miles una y otra vez enfrentándose a munición letal, gases lacrimógenos, detenciones arbitrarias, torturas, violaciones y ejecuciones extrajudiciales por parte de la Policía Nacional de Haití (PNH), entrenada por los funcionarios de ocupación de la ONU y por la policía estadounidense, entre otras la de Nueva York. La PNH también ha sido financiada por el gobierno norteamericano con millones de dólares al año, habiéndose producido un significativo aumento durante el gobierno de Donald Trump (2017-21). Sin embargo, a pesar de este masivo apoyo, Moise ha sido incapaz de mantener la «ley y el orden» y las protestas se han multiplicado. Al mismo tiempo, los paramilitares respaldados por el régimen, como el escuadrón de la muerte G9, dirigido por el ex policía Jimmy «Barbecue» Cherizier, siguen aterrorizando en Puerto Príncipe a los pobres de todas las edades mediante secuestros, torturas, violaciones y asesinatos. El G9 y la violencia paramilitar han desplazado a miles de personas que se han visto obligadas a abandonar sus barrios tras el incendio de sus casas y la masacre de sus familiares y vecinos.

Más recientemente Moise cometió el error de enfrentarse también a miembros de la pequeña y poderosa clase alta haitiana, como Reginald Boulos y otros oligarcas. En la ocasión Moise fue acusado de querer consolidar su dominio de forma similar a los Duvalier (François “Papa-Doc”, 1957-71, y Jean-Claude “Baby Doc”, 1971-86).

Como hizo en muchas otras áreas y contra su retórica, al asumir el gobierno, Joe Biden continuó la política de su antecesor. Sin embargo, el 26 de abril en una carta 68 miembros de la Cámara de Representantes cuestionaron al gobierno su apoyo a Jovenal Moise. A raíz de esta misiva, el secretario de Estado Antony Blinken anunció el 9 de junio que EE.UU. ya no apoya el plan del régimen haitiano para celebrar este verano boreal un falso «referéndum» que debilitaría aún más la Constitución de Haití. No obstante, Biden no tomó ninguna medida y siguió sosteniendo al régimen a pesar de la creciente oposición en el Congreso.

Hoy en día, el pueblo de Haití está luchando con valentía para establecer su propio gobierno de transición de Sali Piblik (salvación pública) apoyándose en profesionales y activistas de todos los sectores de la sociedad haitiana, un gobierno capaz de estabilizar la sociedad y de atender las necesidades más acuciantes del pueblo, organizando al mismo tiempo elecciones verdaderamente justas y libres. En esta lucha, Fanmi Lavalas, el partido del movimiento Lavalas, sigue siendo una fuerza vital, basada en hablar de las necesidades de la mayoría pobre. El pueblo haitiano no ha olvidado lo que Lavalas pudo lograr durante el breve periodo de democracia real antes del golpe de Estado de 2004. En esos tres años se construyeron más escuelas que en los 150 años anteriores, se amplió la asistencia sanitaria, se construyeron viviendas asequibles, se formaron cooperativas, se disolvió el temido ejército y se ampliaron los derechos de las mujeres, junto con muchos otros logros. Y todo esto se hizo con un presupuesto nacional ínfimo, mientras que Washington intentaba estrangular económicamente a Haití cortando la ayuda y los préstamos. Por el contrario, el régimen del PHTK ha sido totalmente respaldado por los EE.UU. y ha tenido un presupuesto 14 veces mayor y, sin embargo, sólo puede mostrar una pobreza y miseria cada vez mayores, incluyendo la duplicación de la desnutrición infantil grave, junto con masacres generalizadas y graves violaciones de los derechos humanos.

El ex presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, en el aeropuerto de Puerto Príncipe el pasado viernes 16 de julio

Por estas razones, las potencias ocupantes y la oligarquía haitiana contemplan con pánico el retorno del ex presidente Aristide, de 68 años. Tras curarse de Covid en Cuba durante tres semanas, el amado líder volvió a Port-au-Prince el pasado viernes 16 de julio. En el aeropuerto fue recibido por unos pocos centenares de partidarios y aún no se sabe, si piensa ponerse nuevamente al frente del movimiento Lavalas, pero su arribo en medio de la profunda crisis que vive el país ha repercutido en todo el Caribe.

Todavía no se sabe quiénes fueron los instigadores del asesinato de Jovenel Moise el pasado 7 de julio, pero es evidente que se trató de un ajuste de cuentas dentro de la elite haitiana, posiblemente en connivencia con la DEA norteamericana. Esta lucha dentro de la clase dominante del pequeño país en el contexto de un creciente alzamiento popular democrático indica que la crisis tiende a agudizarse, sin que todavía pueda preverse su resolución. Si en EE.UU. aumenta la presión dentro y fuera del Congreso, quizás el gobierno de Joe Biden se avenga a pactar una salida democrática. De lo contrario, algún caudillo puede pretender recurrir a la dictadura militar-policial y provocar un nuevo baño de sangre o suceda que la crisis se prolongue sin definición, produciendo el mismo efecto destructivo, pero de modo interminable.

Cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, el sufrimiento se acumula y se prolonga. Desde la invasión a Cuba y Puerto Rico en 1898, los Estados Unidos han visto al Caribe como un lago interior de su geografía. Hoy no controlan ni el estanque de su propio jardín. El problema reside en que no se atreven a reconocerlo.

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