El Bicentenario y la política de los pueblos
La adversidad es el campo de trabajo.
Estar en el ágora
Geoge Steiner dijo por estos días que “hay una enorme abdicación de la política. La política pierde terreno en todo el mundo, la gente ya no cree en ella y eso es muy muy peligroso. Aristóteles nos dice: “Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandidos te gobiernan”. Y sobre este punto es posible reflexionar en el presente, que no un lugar en el que abunde el poder porque es habitual escuchar que hablan del pasado y prometen el futuro imposible según la asignación de un pensador menor, Jaime Durán Barba.
No se trata de disminuir el peso de la sociedad sino todo lo contrario. La sociedad, el pueblo, si se comprometen en la razón propia, si encaran la difícil tarea de hacer el día a día, es posible pensar en un presente mejor.
Esto ocurrió y ocurre cuando esa exigencia tiene esa voz acallada, disminuida y hasta despreciada en las alturas de los cortesanos y sus mandantes de la corporación que arrastra al país de crisis en crisis.
Albert Camus, reflexionaba que cierta izquierda histórica hacía promesas para el más adelante mientras que la iglesia prometía “el más allá”. Ese modo de medir el tiempo del hombre tiene incluso en la iglesia a un líder del pensamiento de la humanidad como lo es el Papa Francisco, Jorge Bergoglio, preocupado hoy por los inmigrantes arrojados al mar, los pobres y los desposeídos, plantea los asuntos del hombre en la dimensión de la tierra. Recupera así el valor de la actividad de los pueblos y su voz como una presencia viva, que gravita cuando está en la formulación de los derechos que le son propios y cuya delegación no aparece como un silencio de representación ajena. Bergoglio propone actuar ahora, no delegar el manejo del espacio en el que se convive.
El régimen quiere ajenos
La representación ajena, “ciudadanos afuera” suele presentarse como un deber cerrado de las instituciones cuando estas cumplen ese rol cuando lo hacen como parte de una organización social. No como un traslado inerte, sin vida, de un rol que acaba en una negociación externa a sus intereses, que a lo sumo le entrega una dádiva en virtud del poder de un renglón que se sitúa por fuera de su órbita. El cambio, podría ser la hipótesis, pasa también por la mayor participación de los ciudadanos en los asuntos públicos. Así como se rebela frente al tarifazo de Aranguren, debería actuar frente al conjunto a los problemas que surgen de la misma vida en sociedad. Y ese es un tema donde incluso dirigentes sin sostén social, si institucional de instituciones vacías, no quieren saber nada. Son los socios de otros dirigentes de partidos reaccionarios, hoy en el poder, que buscan mejorar su situación arrojando alguna dádiva por el camino.
Las instituciones son válidas en tanto y en cuanto facilitan el traslado de un orden que pertenece a esa sociedad y a ese pueblo. No es una propiedad privada que se ejerce desde la picardía o el sometimiento. Por eso, la representación se ejerce en contacto vivo y permanente con los representados. Ahí entonces, hay un vacío cuando no se verifica esa interacción. Hay un concepto falso en las alturas y también en la sociedad. La sociedad por no exigirlo de modo más evidente y desde las alturas cuando se niega ese intercambio que es también institucional. No se realiza cuando están únicamente las sacrosantas instituciones. Los dirigentes no mandan por orden cerrado sino como conducción de contenidos logrados en la interacción permanente que legitima los poderes que se otorgan. Y el poder se legitima en el día a día de la actividad de los ciudadanos que es lo que hay que recuperar en esta etapa de la vida nacional.
La necesidad y el derecho
“Donde hay una necesidad hay un derecho”, proclamó Evita en uno de los valores históricos que surgieron del peronismo en su base histórica. La resolución de las necesidades del pueblo de ese modo, son parte del ejercicio del poder que nace en las mismas bases de la sociedad. No se trata de hablar en abstracto de la felicidad “de la gente” a futuro, un modo de lanzar la solución de las demandas al espacio turbio, inaccesible, de la nada. Son las instituciones y el poder del Estado los que deben encontrar la salida en presente, no en consignas vacías de contenido. En tiempos de Bicentenario, vale recordar a Manuel Belgrano que aludió a la felicidad del pueblo, como lo hizo décadas después Perón y a las que aludieron Artigas, Dorrego, Yrigoyen y otros líderes históricos de la Patria Grande. La independencia fue así, un valor con contenidos en los que se comprometía la política con los pueblos.
Hay quienes confunden, a veces por ignorancia, otras por mala fe, la política con la cortesanía de ser funcionario. Pero existe una responsabilidad, tal vez indirecta pero funesta, del hombre común cuando deja el hacer en manos de esos cortesanos del poder y la buena vida. El Bicentenario de la Independencia, tendría entonces que apoyar un camino a la recuperación de la ciudadanía, los trabajadores y el pueblo, en la participación en el diseño y la producción de los hechos que van a realizar la transformación del país en la Patria Grande. Es un desafío que no precisa de intermediarios sino de los que convencidos, deciden ocupar el ágora como en las grandes jornadas históricas.