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«Cristina no me conduce y mi banca es mía»

Ignacio Campos Hay premisas, frases o palabras que son fácilmente identificables con un sector político. Si decimos compañero o correligionario, sabemos a cuál de ellos referimos. También si hablamos de lealtad, puesto que la gran abanderada  de los humildes supo hacer uso de ella para definir a ciertos personajes que de manera oportunista se subían al gran fenómeno político naciente. Desde entonces, la palabra lealtad se ha usado tanto para ensalzar cuanto para denostar a distintos miembros del peronismo, según fuera la intención del momento.

En el pasado más reciente y a fuerza de una sabia muñeca política, Néstor y luego Cristina supieron armar un entramado de lealtades que hasta diciembre de 2015 parecía irrompible: atravesaba al Frente para la Victoria en toda su geografía y a casi todo el peronismo.

Pero dichas lealtades al parecer no eran tales y resultaron -aparentemente- sólo parte de acuerdos temporales que vencían junto con el mandato presidencial de CFK. Así es que no debió pasar mucho hasta que cada jugador comenzara a mostrar sus cartas y desnudar sus “lealtades”.

Desde el PJ más acomodado a la derecha se vieron los primeros chispazos contra la conductora, como era de esperar. Pero para sorpresa de propios y extraños, la diáspora dentro del FpV continúa y entre actores impensados, para regocijo de Sergio Massa y Mauricio Macri.

La gran apuesta del departamento de Estado es Massa, ya que Macri sólo ha llegado para “hacer el trabajo sucio”, como ha reconocido días atrás Prat Gay, y allí están puestas todas las fichas del rompecabezas del peronismo que viene.

El Movimiento Evita, en su reciente despegue del kirchnerismo, emplea argumentos demasiado endebles como poco creíbles para quienes leemos cada día los movimientos de la política.

Y aquí nuevamente entramos a preguntarnos el valor de esa bendita palabrita: lealtad.

El Movimiento Evita no habría tenido la increíble posibilidad de establecerse como una gran fuerza política de no haber mediado la intervención de Néstor y el sostenimiento de Cristina posteriormente, así como le habría sido imposible a Nuevo Encuentro su instalación nacional sin las mismas herramientas.

Lo cierto es que hoy la pelea parece estar dada entre quienes desean demostrar con mayor énfasis su despegue de la figura del kirchnerismo, como si los históricos doce años de transformaciones hubieran ocurrido hace un siglo.

Cristina no dice nada, parece como si dejara que los jugadores sigan haciendo uso de sus cartas como les plazca, pero bien sabemos que hasta se puede hablar con los silencios. Y aquí es donde no todos parecen entender las mismas cosas.

Ante un ataque sin precedentes por parte del gobierno reinante, en contra de la anterior administración  y sus miembros, en lo más parecido a una caza de brujas desde la instauración de la democracia en 1983, Cristina parece guardar un estratégico mutis, ya que según sus propias palabras, “pueden investigarme todo lo que quieran que nada encontrarán”.

Esto puede llevarnos a pensar que volverá una vez que la justicia sin más remedio y ante la falta de pruebas, deba declarar su inocencia en las causas que empeñosamente arman desde Comodoro Py y sus oficinas satélites.

Entonces, ¿no será momento de comenzar a pensar en el pueblo?; de quién hasta aquí los protagonistas de las idas y vueltas parecen haberse olvidado por completo, ya que cada dirigente que hoy ostenta un cargo electivo, no toma en cuenta que los votos de ese pueblo lo llevaron  hasta esas bancas o sillones según sea el caso, y lo hizo a través de la plataforma del FpV.

Todos parecen haber olvidado que hace apenas unos meses la Plaza de Mayo fue testigo de la despedida más emotiva que haya ocurrido para con un presidente saliente y que llevó a casi medio millón de almas a llorar abrazados unos con otros por la líder que dejaba el poder.

Un proyecto que habla de cosa colectiva y no de mezquindades individuales; más de «la Patria es el otro» que de «sálvese quien pueda», más de integración nacional que de «cuidemos la quintita»

Y aquí es donde toma mayor importancia la palabra con que he comenzado la presente nota. Son los votantes en primera instancia los que merecen la lealtad. Esos votantes que sostienen con su voluntad la continuidad de un proyecto que habla de cosa colectiva y no de mezquindades individuales; más de «la Patria es el otro» que de «sálvese quien pueda», más de integración nacional que de «cuidemos la quintita».

López, por obra del destino o de alguna inimaginable y miserable operación política, terminó por convertirse en el que desnudara finalmente lo endeble de ciertas lealtades. Párrafo aparte merecen los leales “históricos”, como Sanguchito Bossio y sus escuderos pro buitres que antecedieron a los actuales leales, quienes de manera incomprensible aseguran continuar siendo kirchneristas…¿pero de Néstor?.

Todo este juego de vanidades no sirve más que para seguir tapando el fenomenal retroceso que viene transitando nuestro país desde el arribo al poder de la derecha más recalcitrante; no hace otra cosa que ser útil al proyecto de Massa, Macri y los Estados Unidos y no consigue más que dejar con la cabeza llena de preguntas a los votantes que, peronistas o no, saben que el kirchnerismo garantizaba tres banderas tan caras a todos ellos: Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica.

De todo esto es dable suponer que quienes hoy son serviles a los proyectos de perpetuidad de Cambiemos o su más feroz variante Massa, han olvidado por quienes y para qué fueron votados.

Todo lo demás es cuento Chino.

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