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Un genocidio por goteo

Por Sacha Kun Sabó. Los actuales acontecimientos de represión a las comunidades Qòm y Wichi en el NEA marcan un nuevo hito en  el desconocimiento generalizado y absoluto de la problemática de los pueblos originarios y el estado, en relación a la Convención sobre la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio sancionado por las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948. Dos muertes más se suman a la de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, antes, en el sur argentino, ahora en el Noreste de nuestro país, una la del niño Qòm, muerto en los saqueos de Sáenz Peña en el impenetrable chaqueño Ismael Ramírez y hace días la del dirigente Wichi desaparecido y asesinado Silverio Enríquez en plena lucha por la restitución de las tierras ancestrales.

Porque entiéndase con todas las letras en Chaco, en Formosa en Santa Cruz, en Salta, hay grupos parapoliciales, paramilitares grupos de tareas y fuerzas de seguridad cómplices y complacientes del estado e intereses económicos nacionales y multinacionales que exterminan en forma gradual permanente y sistémica a dirigentes y militantes de las causas originarias. Si Santiago Maldonado no hubiera sido blanco y de clase media jamás se hubiera visibilizado nacionalmente el fundamento de la lucha mapuche.

Aunque nobleza obliga la problemática es arrastrada desde la misma conquista del continente pero sin ir más lejos un ejemplo claro es la denuncia tomada por el periodista alemán corresponsal de ANred para América Latina Stefan Biskamp en el 2014 en la localidad de Ingeniero Juárez Formosa y dentro del contexto de ataques policiales: se denunciaron 17 asesinatos de niños originarios en forma serial muertos por la misma fuerza. Como también abandono de personas mayores aborígenes, violaciones sistemáticas a mujeres y niñas, muertes dudosas en hospitales de toda la región, el tráfico de órganos, sumado a la violencia generalizada en todo en norte del país.

Hay un mirar social para otro lado en cuanto a la cuestión originaria que si las diversas administraciones Nacionales desde 1983 la hubieran resuelto como Bolivia o Venezuela  mucha sangre y muertes se hubieran evitado. Ese carácter contradictorio de aceptar los requerimientos legales internacionales vigentes y por otro lado propiciar el aniquilamiento constante de conjuntos poblacionales por medio de prácticas de genocidio por goteo sin juzgar que dichas políticas de estados municipales, provinciales o de la nación misma son crímenes imprescriptibles y de juzgamiento extraterritorial, y donde ante denuncias de organismos de DDHH la convención internacional puede  poner un coto y castigo al estado ante la impunidad de dichas prácticas políticas.

Pero, ¿por qué? Todo genocidio histórico moderno o presente posee una directa relación a causalidades económicas y políticas relacionadas con el mercado y el capitalismo. Por ello las vejaciones  cometidas contra estos pueblos, exterminios y matanzas, invisibilizadas por los medios, no pueden ser concebidos fuera de estos contextos. Si excluyéramos  dichas causalidades del axioma de genocidio, estaríamos en concordancia con  el estado argentino  trocando a la Convención sobre la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio en un tratado  apenas  más que  formal, como dice Raphael Lemkin, padre intelectual  de la convención, donde sostiene que los genocidios contemporáneos son, en definitiva, “procesos de destrucción de la identidad de grupos nacionales”, sean cuales sean las tipologías de la idiosincrasia  de esos conjuntos poblacionales, diríamos nosotros, originarios o no. Porque siempre son argentinos.

Afirmamos que  la facilitación directa o indirecta del estado argentino al arrase, al aniquilamiento de estos pueblos  en función de dichos  intereses es clara. Una vez pasada la etapa de genocidio masivo de las conquistas territoriales por parte del estado nacional y terratenientes amparados por el mismo estado, podríamos definir que los exterminios que se dan son mediante una tipificación de genocidio por goteo, que es puntual, fragmentario y diacrónico y donde podríamos encontrar  un hilo conductor de lo anteriormente sostenido. Un  ejemplo claro es el de Nazareno Chávez niño Wichi encontrado arrastrándose en un camino interior, que por estar jugando en una plaza con sus amigos, fue baleado por un policía que le astillo de un balazo de plomo  la rodilla izquierda, fue, abandonado a su suerte y hospitalizado en la capital formoseña en estado de absoluta desnutrición y deshidratación.

Para dicho maquiavélico sostenimiento hay que sustanciar una mirada maniquea pero consensuada de argentinos buenos y originarios malos como colectivos diferentes que por regla, en el caso mapuche se lo instala por fuera de la argentinidad, con el agravante de su supuesta nacionalidad chilena, que  los deposita en una alteridad identitaria que alimenta una supuesta justificación del exterminio, por venganza a aquella traición malvinera.

Podríamos buscar bosquejos similares en la Alemania nazi donde se concebía  la radical  diferencia  entre alemanes  y judíos como si dicha conversión religiosa o racial no permitiera a los judíos  ser alemanes. El judío era la alteridad absoluta, en nuestro caso el mapuche, el Qòm o el Wichi son la otredad absoluta, por tanto no son argentinos: se es mapuche, se es Qòm, se es Wichi.

Es la negación a ese otro de la nacionalidad propia. Un apátrida ya que en caso mapuche, por ejemplo, en  Chile no son chilenos y en Argentina no son argentinos. Por ello debemos entender esta práctica homicida como una destrucción parcial o total de un grupo que compone nuestra nacionalidad pero que se lo entiende como una alteridad extra argentina y  un fenómeno antropoide por fuera de toda humanidad.

Por otro lado la unicidad del discurso gubernamental desconoce otras formas de interpretar la realidad y por medio de dicha práctica se propicia dirá Raphael Lemkin  “…. la destrucción de una nación o de un grupo étnico [que] tiene dos etapas: una, la destrucción de la identidad nacional del grupo oprimido; la otra, la imposición de la identidad nacional del opresor”. Un ejemplo claro es la figura de Ceferino Namuncurà absolutamente consustanciado con el modelo mapuche occidentalizado y por tanto al modelo no peligroso de conversión.

Entonces entiéndase que  la destrucción de la identidad del grupo originario debe  comprenderse como que el “grupo oprimido” no es otra cosa que el grupo colonizado. Todo aquel que sus accionares queden fuera de dichos  beaticos axiomas ejemplificadores, son plausibles desde el siglo XIX  a ser disciplinados por medio de  intervenciones represivas, por fuerzas de seguridad  militares o paramilitares, todo pueblo en resistencia u organizaciones originarias opositoras son merecedoras de la destrucción identitaria, el desalojo territorial y la  decadencia, deterioro y quebranto de los cuerpos involucrados en accionares de resistencia. La particularidad del fenómeno genocida por goteo de estos pueblos reside en que se plantea el aniquilamiento de un colectivo humano, desde una  matriz de destrucción individual, esporádica, sistemática como política , pero no en la ejecución de la práctica, con tiempos cortos de inactividad criminal, que generan la sensación de la esporadicidad  y que posee como propósito final  la desintegración de las comunidades, ya que van acompañadas  del desgaste  de los cuerpos por condiciones críticas de inhumanidad a los que son sometidos por las políticas gubernamentales en todos sus estamentos.

El estado nacional como forma política y el mercado como forma económica intentan por todos los medios a su disposición de imponer una identidad opresiva desde el recorte permanente de los derechos básicos para la supervivencia, con muertes disciplinadoras, dirigidas al campo social a moldear. Habrá decesos circunstanciales, eventuales y dispersos  que se intentarán adjudicar a los excesos de las fuerzas policiales, militares o de grupos “para”,  accidentales, contra los pueblos originarios.

La reproducción ideológica y la construcción de mentalidades racistas en la población en general  y en las fuerzas represivas en particular  desde los resortes mediales, educativos, judiciales, etc. ponen a la vista mecanismos del estado argentino en la búsqueda de consensos justificatorios del accionar genocida escondiendo la verdadera esencia del problema.

Mucho más ahora, en función de la globalización del capitalismo en un su fase neoliberal, donde  impera la necesidad de  la destrucción, en este caso de estas  identidades ancestrales,  con la imposición ya no sólo de la opresión de nuestro estado  y el mercado  terrateniente nacional como las familias Urtubey, Blaquier o Patrón Costa  sino la de corporaciones multinacionales concentradas, como el caso Benetton o Lewis. Todo grupo que no se subordina debe ser aniquilado, esto como orden explícita de la Secretaría de Estado estadounidense desde los levantamientos en Chiapas y el  fenómeno  Zapatista en los noventa.

Desde nuestra perspectiva este genocidio por goteo del que son víctimas estos pueblos  poseen elementos que se vinculan, por un lado con  la  destrucción identitaria, el aniquilamiento de los cuerpos del que fueron víctima y son víctimas, y las políticas opresivas relacionadas  directamente con la transformación de su idiosincrasia con el sólo objetivo de oprimirlos.

No es  posible una  visión del concepto de  genocidio hacia los pueblos originarios  si se disuelve la dimensión política/ económica, si se intenta construir un relato desde los mecanismos estatales,  donde el término opresión sea invisibilizado y donde  el marco despolitizante no sea obvio. Se podrá entender lo ocurrido entonces  con la represión generalizada a la comunidad mapuche, la desaparición seguida de  muerte a Santiago Maldonado, el asesinato  de Rafael Nahuel , la necesidad de deportación arbitraria de Rafael Jones Huala o las muertes y represiones a la comunidad Qòm en Roque Sáenz Peña. Donde todos los hechos enumerados no pueden ser entendidos en un arranque  de irracionalidad de los agentes de seguridad involucrados, o una circunstancial política de estado, sino una sostenida  estrategia de despoblamiento de las tierras en consonancia con el disciplinamientos de  pueblos originarios. Todo ello en pos de  la  toma por asalto de recursos no renovables.

Hay también una real responsabilidad de los medios de comunicación concentrados en la despolitización de esta problemática tratando de encuadrarla en accionares irracionales tanto de los originarios como de las fuerzas de seguridad involucradas intentando minimizar el anclaje metódico  de la práctica de genocida por goteo y la consecuente  invisibilización de las resistencias de dichas comunidades a los atropellos sistematizados. Lo incongruente, desde una representación amarrada en una observación histórica más puntual, deriva  que este “racismo despolitizado” como diría Daniel Feierstein  se reinvindica como el dispositivo principal de definición del fenómeno  genocida en la mass media argentina, pero  que sin  embargo esta categoría de análisis, no posee ningún  anclaje fáctico en la historia moderna. Pese a ello, los medios han construido un relato que instaura en la actualidad un  modelo elemental de conocimiento del genocidio en general  que no es otra cosa que una  herramientas de reproducción ideológica hegemónica  para  invisibilizar lo político/ económico en dichas prácticas, para que  ninguno de los  sucesos actuales, pueda ser  considerado como  calificador de genocidio, justamente  porque cualesquiera  de  ellos, siempre  poseen un porque  político/económico.

Estas conceptualizaciones hegemónicas  hacia las poblaciónes ancestrales y su más que centenaria lucha, se entiende desde  raciocinios y juicios  muy diversos sobre  cómo entender  los razonamientos y causalidades de las formas  genocidas por goteo, así como distintas conceptualizaciones  sobre  las identidades que se sitúan en juego en dicho desarrollo de destrucción. Estas justificaciones de consenso de exterminio, involucran  derivaciones muy diferentes en la arquitectura de la recordación  colectiva de los hechos y de los accionares en contra de las poblaciónes originarias  y de los perpetradores  genocidas. Ya que se sitúan en el desconocimiento de los complicados contextos políticos/ económicos  de todos los territorios en disputa, refiriéndose al  conflicto como un mero reclamo de tierras identitaria que generarían en las poblaciones de origen europeo y mestizas un etnocentrismo cerrado hacia las comunidades en lucha y reclamo.

Por ejemplo  los decires del  concejal de Esquel por el bloque Cambiemos Ricardo Parisi «Ustedes son unos negros de mierda; yo soy blanquito y no tengo sangre ni mapuche ni tehuelche», marcaría solo una línea de interpretación simplista del conflicto que se reduce al desprecio étnico y no a una ubicación holística dentro de un marco económico político por la disputa de los recursos no renovables de la región. Ya que la perspectiva despolitizada sólo presta atención a categorías  identitarias  cosificadas en el pasado, sin poder referirse a la cuestión originaria  en nuestro  presente invisibilizado así  un crítico debate multicultural y menoscabando el análisis a una reedición de la  lucha contra el indio y los malones. Siguiendo este lineamiento la llamada  “conquista del desierto” , se ha transformado en un caso paradigmático de la recitación acrítica  del  genocidio a estos pueblos, ya que la construcción del relato  de dicha operación militar manipula, sobre el presente y sirve como plafón para la apropiación y ajenizaciòn  política/económica de la  práctica de exterminio.  Y muestra a ciencia clara, el rol despolitizante   en el que intervienen las conceptualizaciones ficcionarias, sobre la problemática originaria y las  justificaciones  genocidas consensuadas. Hay en ello un advenimiento justifica torio, en la conformación  de las mentalidades  colectivas de la mass media  sobre  la forma en que dicha conquista concluyó, dejando corolarios hacia el futuro.

Si sólo analizáramos la conquista del desierto, concentrándonos sólo en el daño estructural generado a las comunidades originarias  que habitaban el territorio argentino, parecería que  se trata de una manifestación que se entendería, por no haber aquejado mucho  la identidad nacional argentina.

Puede observarse que  el argentino medio,  puede poseer un variable  grado de solidaridad con las víctimas en su potencial resistencia o en su rechazo ante el horror de la conquista, advirtiéndose también  como posibles  ejecutores  ante tal o cual circunstancia histórica, dígase el malón o la cautiva.. En esta exégesis  es que los argentinos de fines del siglo XIX asesinaron a los mapuches tehuelches y pampas, depositando en la otredad a mapuches tehuelches y pampas, como no  argentinos: el relato está constituido desde la visión de los ejecutores de la conquista: los mapuches  eran extraños a la cultura occidental y cristiana y a la argentinidad en construcción.

 Al definirlos como mapuches  se los define como no argentinos, no occidentales, no cristianos. Entonces en el relato hay dos identidades nacionales primarias, la primera la de los ejecutores la otra la de las víctimas estas interpretaciones selladas  no dejan observar los fundamentos del problema del genocidio o sea  indispensablemente la desintegración  de las diversidades identitaria dentro de la misma sociedad perpetradora. En decires de Julio Argentino Roca Sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta nacionalidad argentina, que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto y el poder de los imperios, a costa de la sangre y el sudor de muchas generaciones”  o en las afirmaciones de Daniel Feierstein” Era precisamente el nazismo quien postulaba la necesidad de un Reich judenrein –un territorio libre de judíos–, en tanto se consideraba que estos grupos no eran, no habían sido jamás, ni podían ser parte de la sociedad alemana, polaca, húngara o lituana; porque eran seres ajenos a la propia identidad europea que compartían estos grupos, como posibles habitantes del Reich”.

El problema mapuche entonces  no es su ser mapuche, sino el paradigma mapuche dentro de una argentinidad donde no se puede tener una visión alternativa de la realidad  del  estado, de la religión, del  mercado, de los territorios, de la  problemática de género, de la niñez, de los recursos no renovables. El genocidio masivo y sistemático que significo la “conquista del desierto” y el posterior genocidio por goteo instituyeron hacia el presente  una forma  subrepticia, oculta, callada, pero abismalmente práctica de consensuar y legalizar  la doctrina  genocida, en lo que concibe a sus formas de pensar y la destrucción de las  identidades de los territorios en disputa.

Al revisar las consecuencias del genocidio de la conquista y el posterior genocidio por goteo vemos la destrucción de la pluralidad  étnica y de su pensamiento alternativo a los estados nacionales y al capitalismo extractivo y consumista. El sentido del terror se sustenta en objetivos estratégicos, ideológicos y políticos, la aniquilación no se centraría en el exterminio de los cuerpos de las comunidades originarias sino que  en dicha supresión étnica se planteaba y plantea esencialmente en el  fundamentar  la  sociedad argentina con un sentido univoco sin un replanteamiento de su argentinidad occidental y cristiana.

La desaparición de los pueblos originarios  y su cosmovisión de la realidad transforma nuestra sociedad desde sus mismas raíces, la falta de dichas comunidades, forja en los supervivientes aborígenes, una metamorfosis ominosamente exitosa al mercado.

El desvanecimiento de la pluralidad étnica y la riqueza de cosmovisiones diversas  como parte basal de la argentinidad es una de las características más acentuadas de este proceso. Ya que el genocidio masivo y por goteo perpetrado contra las comunidades apunta al mismo corazón de la sociedad argentina, como que  a partir de la desaparición de porciones sociales de sí misma, sus ausencias, menoscaban su  constitución. Su exterminio deteriora el propio ser argentino.

La percepción política/económica del aniquilamiento de los pueblos originarios nos concede ensanchar la curva  de connivencias en la organización  y cumplimiento del exterminio, al poder visualizar el papel de aquellos que  terminaron siendo favorecidos  no sólo del genocidio, sino, esencialmente, de la metamorfosis de desintegración cultural  del propio colectivo originario. Esferas corporativas y políticas que en sobrados lapsos genocidas han permanecido invisibilizadas, protegidas por la impunidad, que han logrado desde distintos mecanismos desdibujarse, emparentando   únicamente a los partícipes materiales inmediatos, fuerzas de seguridad y militares, enajenando de la responsabilidad a la civilidad y el poder eclesiástico.

La problemática en este caso es presa no solamente del  propósito geopolítico de aniquilamiento absoluto o fragmentado de una comunidad, sino de la cacería de un colectivo humano, en donde la eventualidad hegemónica de un análisis que contenga categorías de  ejecutores y víctimas como componentes de un mismo colectivo, se halla definitivamente  obturada. Hay argentinos y aborígenes.

Esta perspectiva nos permite también observar que la infamia de los actos de estado en relación a los pueblos originarios no son ni fueron perpetrados por seres perversos e irracionales sino todo lo contrario son llevados adelante por individuos absolutamente burocratizados en sus formas genocidas. Otra maniobra será el formateo de la mass media mediante los medios concentrados  en la instalación de un “eje de mal” como parte del ser indio. Una remake del enemigo interno y un supuesto  obstáculo para la soberanía nacional, pero donde en el fondo hablamos de una estrategia global para la apropiación de recursos naturales y regiones geopolíticas estratégicas para las potencias dominantes.

En este contexto expresado, las comunidades como la Qòm de Sáenz Peña Chaco,  o la Pu Lof Cushamen, mapuche luchan por sus territorios ancestrales que no son sólo sus tierras, ya que como expresa la auto denominación mapuche  son gente de la tierra, lo cual implica que en la tierra se desarrolla toda su cultura en forma holística, la tierra es si misma su idiosincrasia. El genocidio masivo a finales del siglo XIX como el genocidio  por goteo desde entonces, han generado un proceso paulatino de desculturalización donde se han  expulsado a estos pueblos a vivir en condiciones de una precariedad absoluta, sellados por una pobreza estructural y una exclusión imposible de soportar.

Entre los habitantes de las regiones circundantes a su hábitat, en general descendientes de colonos europeos hay un sentimiento negativo de fuerte componente teocéntrico y una negación supina al derecho de las comunidades al reclamo de las tierras usurpadas, con la convicción errada de la supuesta no nacionalidad originaria. Muchas poblaciones originarias  subsisten en el aislamiento  en forma silenciosa otros están transitando el camino de la resistencia real en sus tierras ancestrales.

Podemos entender esta lucha reivindicativa como absolutamente desigual. Hay que destacar  que  no todas las comunidades tienen la misma forma y tendencias de lucha. Algunas con más vehemencia que otras, a tal punto, que mismo Presidente Mauricio Macri llegó a señalar de terroristas a las comunidades mapuche en lucha en la sospecha infundada de una intentona de fundación de una república independiente.

En el caso puntual mapuche algunas  comunidades rehúsan al accionar de  los grupos más radicalizados en la demanda, pero en conjunto acuerdan en la reivindicación por la tierra. En concreto, el pueblo mapuche reivindica el territorio que ellos denominan Mapuche Wallontu Mapu o simplemente Willmapu (‘tierra circundante’), dividido en dos partes por el Pire Mapu (cordillera). Del lado chileno se asienta la zona conocida como Ngulo Mapu y del lado argentino el área llamada Puel Mapu. “La lucha del pueblo mapuche continúa y sigue fortaleciéndose en la propuesta política que se desarrolla en reclamo de nuestros derechos”, Lonko’ (cacique) Facundo Jones Huala.

La exacerbación del problema  comenzó  a fines de los años 60. Y desde entonces, las comunidades lidian por una mayor autonomía: recobro de sus territorios  ancestrales y reconocimiento de una identidad cultural. Aunque la falta de respuestas al conflicto ha fomentado el surgimiento de una tendencia que pretende una sistémica independencia del Estado Argentino. Desgraciadamente desde la recuperación de la democracia ningún gobierno atinó una solución al problema mientras tanto desde el Chubut Ancestral o desde el Chaco profundo las venas abiertas siguen sangrando.

*Sacha Kun Sabó  es Asesor en la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Rector/presidente de la Fundación Universitaria Popular de Escobar FUPE. Co autor del Libro de fotografía y resistencia Aluvión.

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