
Perder vidas para no enfriar la economía: la opción que la Argentina descartó y que podría afectar a Trump y a Bolsonaro

Se sabe que no todas las muertes son iguales. Las invisibles, aunque sean numerosas y reiteradas, son naturalizadas y no producen impacto. Las que nos trae ahora el coronavirus podrían ser capaces de sacudir estructuras y producir cambios.
Por Claudio Siniscalco
Y no precisamente porque al capitalismo financiero mundial le importe la muerte de diez mil, veinte mil o cincuenta mil personas en una pandemia, sino porque esa batalla global entre el virus y la humanidad deja expuestos con nitidez los distintos comportamientos de los responsables de enfrentar al covid 19.
En la Argentina, la amenaza de la enfermedad tuvo la rara virtud de abroquelar al sistema político, que se alineó bajo la firme conducción del Presidente, cuyas medidas drásticas y oportunas (tanto para el combate del coronavirus como para apuntalar a la castigada economía) cuentan con la adhesión de una enorme mayoría de la sociedad. Como repiten algunos, “en esto no hay grieta”.
Tras cuatro años de gobierno de Mauricio Macri, la catástrofe heredada podría haber sido un argumento para el Gobierno a favor de relajar la batalla contra la pandemia, a cambio de no paralizar la actividad económica. Sin embargo, la posibilidad de sacrificar vidas humanas nunca fue una opción en nuestro país. La concepción humanista del peronismo impide al jefe de Estado y a su base de sustentación, el Frente de Todos, siquiera considerar esta posibilidad.
En este marco, el PRO y el radicalismo en la alianza Cambiemos no tenían margen para no acompañar a Alberto Fernández. En caso de seguir siendo gobierno, probablemente se hubiesen inclinado por la “solución final”, no por no enfriar la economía –que de hecho la destrozaron- sino para no distraer recursos y energías en su objetivo de saquear el Estado. Pero ahora, como oposición a una administración que gestiona sin excusas, las chances de no encolumnarse son nulas.
De Asia a Europa y Estados Unidos
En el resto del mundo, la expansión vertiginosa del virus demuestra la absoluta incapacidad de los sistemas sanitarios privados de proteger a la población y pone en debate el rol de los Estados, que en varios de los países más afectados desfinanciaron a la salud pública y ahora enfrentan las consecuencias.
Tras la contención en China y en otros países asiáticos, el epicentro del covid 19 se trasladó al corazón del capitalismo mundial, causando daño de variada intensidad en Italia, España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos.
A diferencia de Alemania, que posee el sistema de salud más robusto de Europa, tiene la capacidad de realizar 160 mil pruebas de diagnóstico semanales y muestra una tasa de mortalidad de 0,5% (34.009 casos hasta ayer con apenas 172 muertes), Italia, España y en menor medida Francia vienen padeciendo un elevado número de víctimas.
Dos tipos audaces
Sin embargo, y como no podía ser de otra manera, las reacciones más impactantes frente a la pandemia (que en América Latina son hegemonizadas por Jair Bolsonaro) provienen del primer ministro británico Boris Johnson y de su principal aliado, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, los más altos exponentes de la idea de que es preferible dejar morir a unos cuantos miles antes que paralizar la economía.
“Debo ser claro con ustedes y con la ciudadanía británica: muchas familias van a perder a sus seres queridos antes de lo que pensaban”, decía Johnson el 12 de marzo último. El Gobierno apostaba a que la mayoría de la población desarrollaría inmunidad, protegiendo sólo a los mayores de 65 años y dejando que el virus se propagara alegremente y murieran unos cuantos miles de ciudadanos.
Sin embargo, en los últimos días, la aceleración de la cifra de contagios y muertos, y las llamadas de alerta de la comunidad científica obligaron a un cambio de estrategia.
Nueva York contra Trump
«Si se trata de la salud pública contra la economía, la única opción es la salud pública. No podemos ponerle valor a la vida humana», reflexionó el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, que envió un mensaje de urgencia a la Casa Blanca para que llegue la asistencia de 30 mil respiradores y poder hacer frente a la máxima ola de contagios en territorio estadounidense.
«La tasa de nuevas infecciones se está duplicando cada tres días aproximadamente», alertó Cuomo en su conferencia de prensa diaria para dar cuenta de las acciones frente al virus que ya cuenta con más de 25.000 contagiados y 157 muertes solo en el estado de Nueva York. «No estamos dispuestos a sacrificar al 2 por cientos de los neoyorquinos. No somos así», sintetizó el gobernador.
Pero el presidente Donald Trump sintoniza otra frecuencia. El lunes, el día más mortal en la lucha de Estados Unidos contra la pandemia, dijo que “ciertamente, esto va a estar mal”, pero argumentó que “si fuera por los médicos, ellos podrían decir que mantengamos el encierro: apaguemos el mundo entero”.
Y agregó: “Nuestro país no fue construido para ser cerrado. Vamos a abrir nuestro país para los negocios porque nuestro país fue destinado a ser abierto”.
Por su parte, el Trump sudamericano, Jair Bolsonaro, desafía las recomendaciones de aislamiento, cuestiona medidas aplicadas por algunos gobernadores, y señala que no quiere alimentar la «histeria» que generan los medios con respecto al coronavirus, al que llama «gripecita».
La polémica actitud que viene exhibiendo Bolsonaro provocó varios cacerolazos por parte de los ciudadanos y críticas desde distintos sectores del sistema político.
El futuro es incierto, y si bien la falta de memoria es un flagelo que nos excede, y alcanza dimensiones planetarias, esta crisis puede presentar una real oportunidad de cambio. En la Argentina, la toma de conciencia sobre el daño que provoca el neoliberalismo había comenzado antes de que nos atacara la pandemia, que ahora vino a fortalecer esa comprensión de la realidad.
El desafío es salir mejores de esta emergencia inédita que vivimos. Y salir mejores significa con más justicia, oponiéndonos a todas las muertes. Las mediáticas y las silenciosas.
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