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Pacto Roca-Runciman, la otra mirada

Por Alberto Lettieri, historiador para Infobaires24

 

El 1 de mayo de 1933, el vicepresidente Julio A. Roca (h) firmó en Londres el Pacto Roca-Runciman, consagrando el momento más vergonzante de la historia de la dependencia económica impuesta a nuestro país por la oligarquía terrateniente, y sólo equiparable al Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre Gran Bretaña y las Provincias Unidas del Río de la Plata el 2 de febrero de 1825, entre el Embajador británico Woodbine Parish y el infame Manuel José García, por entonces Ministro Secretario en los Departamentos de Gobierno, Hacienda y Relaciones Exteriores del Gobierno Nacional, ejercido provisoriamente por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Gral. Juan Antonio Las Heras.

Este acuerdo venía a completar el Pacto Colonial sellado entre el Partido Unitario y Gran Bretaña, tras satisfacerse el requisito previo de contratación del Empréstito Baring Brothers, impulsado por el socio de García, Bernardino Rivadavia, algunos meses antes, el 1 de julio de 1824.

Definido por Arturo Jauretche como “Estatuto Legal del Coloniaje”, el Pacto Roca-Runciman venía a concretarse en un momento en el que Gran Bretaña nada tenía de aquella orgullosa potencia decimonónica que extendía sus dominios a lo largo del mundo. La Primera Guerra Mundial había destruido su economía, y la década del ’20, con su corolario en la Crisis de 1929 y la Depresión mundial que la siguió, sólo habían profundizado la debacle. Por el contrario, las exportaciones argentinas se habían incrementado durante la Gran Guerra, y los años 20 -en particular durante la gestión de Marcelo T. de Alvear-, habían permitido incrementar el sector industrial a través de la radicación de empresas norteamericanas en nuestro país.

A través del simple expediente de vender carne a Gran Bretaña y adquirir productos industriales en los EEUU con las divisas producidas por esas ventas, la economía argentina se modernizó, el automóvil y los colectivos fueron desplazando al transporte ferroviario, sobre todo en las grandes ciudades, al tiempo que el Estado Nacional daba un impulso significativo a YPF, a fin de dar respuesta a las nuevas demandas energéticas del sector industrial y de la tecnología automotriz.

El recambio presidencial de 1928, que posibilitó el retorno a la presidencia del viejo caudillo radical Hipólito Yrigoyen, estuvo acompañado de oscuros nubarrones sobre el futuro nacional. Las pretensiones de la Standard Oil (ESSO) de poner fin a la empresa estatal YPF para apropiarse de nuestros recursos del subsuelo fueron acompañadas por un sector representativo de la oligarquía argentina, y los rumores de un inminente Golpe de Estado comenzaron a circular ya desde los inicios de la campaña electoral. La victoria contundente de Yrigoyen, con más del 60% de los sufragios, postergó pero no consiguió archivar ese proyecto, que habría de concretarse finalmente el 6 de septiembre de 1930.

Desde mediados de la década de 1920, las autoridades británicas trataron de presionar al Presidente Marcelo T. de Alvear –presuntamente un “oligarca“ para los historiadores de la UCR- para recomponer el lazo semi-colonial con Gran Bretaña, sin conseguir otro resultado que la indiferencia. Sin embargo, inmediatamente después de acceder el “democrático y anti-imperialista“ Yrigoyen, el gobierno británico volvió a la carga, comunicando a las nuevas autoridades que sólo podría continuar adquiriendo productos argentinos a condición de que las divisas generadas por ese comercio fueran aplicadas a la compra de productos ingleses, ya que habían sido desplazados de la mayor parte del mercado mundial por las manufacturas norteamericanas. Yrigoyen se manifestó sensible a la iniciativa, tal vez demasiado en realidad, al punto de solicitar informalmente, a través del Senador yrigoyenista Diego Luis Molinari, el envío de una misión inglesa para discutir cuestiones vinculadas con el comercio bilateral y la economía. Sorprendidos por el insólito presente que les hacía el presidente argentino, el gobierno británico envió inmediatamente una comitiva encabezada por el Ministro de Agricultura Británico, Lord D’Abernon, con el fin de negociar las nuevas bases del intercambio anglo-argentino. Las negociaciones, iniciadas en el mes de agosto de 1929, concluyeron tres meses después, en noviembre de 1929, y en lo sustancial establecieron los términos que habrían de ser consagrados en el Pacto Roca-Runciman, 3 años más tarde.

Vale la pena detenerse un momento en el Acuerdo D’Abernon-Oyhanarte. Lo primero que llama la atención es su denominación, ya que si bien Oyhanarte era el Ministro de RREE de Yrigoyen, el propio presidente decidió negociar personalmente y en secreto el convenio con el Lord británico. Lo segunda cuestión está relacionada con la pretendida adscripción nacionalista de Irigoyen, que le atribuyeron historiadores radicales como Gabriel del Mazo o Félix Luna. Una muestra contundente de su posicionamiento filo-británico la constituyen los argumentos esgrimidos por Oyhanarte para defender el proyecto de Acuerdo en el Congreso Nacional. Allí el Ministro de RREE de Irigoyen sostuvo que en la ocasión era a Gran Bretaña a quien “le tocaba recoger mejores beneficios” de la transacción, pero que ello representaba un bajo precio a pagar, ya que, en la práctica, se trataba de iniciar una nueva relación. Como si fuera la Argentina la beneficiada de restablecer el vínculo colonial…

Por si esto fuera poco, Oyhanarte concluía reconociendo que “tenemos con el pueblo inglés una grave deuda moral que nos es grato confesarla. Cuando todavía éramos una expresión imprecisa … Inglaterra llegó a nosotros trayéndonos el aporte de su fe, de su confianza, depositando aquí sus capitales … Trazando las primeras líneas de los ferrocarriles, alrededor de los cuales, como vertebrado en columnas se fue realizando paulatinamente el progreso de nuestra nación. “

Si bien el Acuerdo D’Abernon-Oyhanarte, o más propiamente D’Abernon-Yrigoyen, fue firmado por las partes, necesitaba la ratificación legislativa de las partes. En el caso argentino, la Cámara de Diputados lo aprobó sin demasiadas objeciones, pero la profundización de la crisis y la deposición de Yrigoyen impidieron su rúbrica por el Senado Nacional. En el caso inglés, el Parlamento no llegó a considerarlo, cercado por la catástrofe económica y social iniciada por el colapso de Wall Street. Con el fracaso momentáneo de la iniciativa se iniciaba una serie de circunstancias afortunadas para la UCR, que a lo largo de su historia permitirían desligarla –o bien limitar su responsabilidad en el ejercicio de la gestión pública, evitando un desprestigio todavía mayor.

El Pacto Roca-Runciman

La Conferencia de Ottawa (1932) significó el reinicio de la ofensiva inglesa sobre la economía argentina. Argumentando la presión de los estados miembro de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth), que exigían que Gran Bretaña se abasteciese de alimentos al interior de ese espacio, las autoridades inglesas recurrieron al chantaje, exigiendo una serie de condiciones inaceptables para cualquier país independiente, como condición excluyente para la continuidad de las compras de las carnes argentinas.

De este modo, desempolvando el fallido Acuerdo D’Abernon-Oyhanarte, Gran Bertaña exigió la fijación de un precio inferior al pretendido por las economías de la Commonwealth, con una disminución anual del volumen de las compras de un 5%, la liberación de impuestos para los productos ingleses, la desarticulación de industrias y servicios competitivos con los británicos –Corporación de colectivos, producción de carbón, etc.-, y la creación de un Banco Central, concretada en 1936, que entregó a los intereses británicos la soberanía financiera de la nación. Además, se incluyó un pago compensatorio a las empresas ferroviarias británicas por la caída de sus utilidades a partir de la crisis.

Para la oligarquía argentina, el acuerdo venía a poner las cosas en su lugar, a tal punto que el vicepresidente Roca, en el marco de las negociaciones realizadas en Gran Bretaña, había destacado que “por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”. Esta afirmación era desmentida por el senador santafesino Lisandro de la Torre, quien puntualizó por entonces que  “no podría decirse que la Argentina se haya convertido en un dominio británico, porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer a los dominios británicos semejantes humillaciones.”

Para la oligarquía argentina, el acuerdo venía a poner las cosas en su lugar.

Esta controversia se desarrollaría al interior de las instituciones legislativas, dejando a las claras, una vez más, hasta  dónde estaba dispuesta a llegar esa oligarquía en defensa de sus intereses sectoriales.

 

De la Torre: auge y ocaso del “fiscal de la república”

Lisandro de la Torre había nacido en Rosario, el 6 de diciembre de 1868. En 1890 se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires, y acompañó a Leandro Além en la fallida Revolución del 90 y, al año siguiente, en la creación de la Unión Civica Radical. Convertido en uno de los referentes principales de la UCR santafesina, de la Torre participó de la Revolución de 1893, donde llegó a ser proclamado jefe de gobierno por los revolucionarios de su provincia. Sin embargo, la actitud diletante de Aristóbulo del Valle, sumada a una serie de polémicas acciones de Hipólito Yrigoyen en la provincia de Buenos Aires motivaron el fracaso de la iniciativa.

«Yo estuve en muchas de las interioridades de la Junta Revolucionaria –recordaría años más tarde de la Torre- debido a la amistad que, a pesar de mi juventud, me mostraban Del Valle y Alem, y actué como centinela del gobierno revolucionario en su despacho del Parque y vi con mis ojos muchas cosas que no aparecen en los partes, que podrían vincularse a trascendentales acontecimientos posteriores.»

Decepcionado por la corrupta matriz de la política de su época y por lo que juzgaba como una traición de su sobrino Hipólito para desplazarlo de la conducción de la UCR, Além se suicidó en julio de 1896. Unos meses antes había fallecido del Valle, por lo que el liderazgo partidario había quedado vacante. De la Torre propuso cerrar una alianza con el mitrismo, para confrontar con el roquismo, que fue vetada por Yrigoyen, motivando la ruputura del rosarino con la UCR, con agrios conceptos sobre el nuevo líder radical: “El Partido Radical ha tenido en su seno una actitud hostil y perturbadora, la del señor Yrigoyen, influencia oculta y perseverante que ha operado por lo mismo antes y después de la muerte del Doctor Alem, que destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a los intereses del país y los intereses del partido, sentimientos pequeños e inconfesables”.

Las declaraciones de de la Torre concluyeron en un duelo con sables, que dejaron en su rostro una herida pronunciada, que le obligó a usar barba a partir de entonces.

Ya alejado de la UCR, De la Torre trató de consolidar su liderazgo santafesino, y creó la Liga del Sur en 1908. Esto le permitió acceder a la Legislatura provincial en 1911 y un año después, ya en vigencia la Ley Sáenz Peña, accedió a una banca en la Cámara de Diputados de la Nación a los 44 años. A partir de entonces, intentó crear un espacio político nacional capaz de nuclear a independientes y a corrientes políticas fragmentarias, sobre la base de un programa que sostenía una economía pastoril, con mayor incidencia de los sectores medios, y un alto grado de autonomía de los municipios: «Después de la disolución de los antiguos partidos, participamos del deseo general de crear uno nuevo, no para que haga vivir situaciones y partidos del pasado, sino que inspirados en la alta tradición del espíritu argentino, pueda armonizar con las exigencias presentes y futuras de nuestra sociedad, todo lo que debe ser conservado como vínculo de solidaridad entre las anteriores y las nuevas generaciones».

Su propuesta desembocó en la creación del Partido Demócrata-Progresista, pero en la práctica no consiguió trascender la dimensión regional, ante el éxito del fabuloso andamiaje electoral construido por su archi-rival Hipólito Yrigoyen. Sin embargo, pese a su profunda enemistad con el caudillo radical, de la Torre manifestó aún mayores resistencias con el programa del General Félix Uriburu, quien inició el ciclo de Golpes de Estado en la Argentina del Siglo XX:
«El programa de Uriburu –sostenía por entonces de la Torre- es más amenazador que el de Yrigoyen. El general desconfía de la capacidad del pueblo para gobernarse, no cree en la elevación moral de los hombres políticos y atribuye a las instituciones libres vicios orgánicos que la conducen a la demagogia. Yo creo exclusivamente en el gobierno de la opinión pública».

Sin embargo, el Golpe de 1930 le permitiría alcanzar a de la Torre trascendencia nacional, encabezando la fórmula presidencial compartida con el Partido Socialista, y que sería derrotada en las elecciones fraudulentas de 1932 por la lista de la Concordancia, encabezada por Agustin P. Justo y Julio A. Roca (h). Estas elecciones incluyeron la proscripción de la UCR yrigoyenista, por lo que, con su participación, de la Torre confirmó que, aunque progresista, no era estrictamente demócrata. A partir del año siguiente desarrolló una enconada oposición al Pacto Roca-Runciman, que incluyó tanto motivos éticos –que son destacados habitualmente-, cuanto intereses personales y sectoriales mucho más concretos: por un lado, significaba una especie de revancha frente a quienes lo habían vencido en la amañada justa electoral; por otro, los pequeños y medianos ganaderos y agricultores que constituían su principal base social, no obtenían beneficio alguno de este acuerdo.

En 1934, de la Torre impulsó la creación de una Comisión Investigadora en el Congreso de la Nación, a fin de examinar los oscuros procedimientos del frigorífico Anglo, sospechado de falsificar datos contables a fin de evadir impuestos. Su primer ataque, fue para un miembro del gabinete nacional, “el ministro argentino, señor Duhau, parece el ministro de algunos de los dominios británicos. El ministro de Agricultura sabe perfectamente que los frigoríficos constituyen un monopolio escandaloso; el ministro de Agricultura sabe perfectamente que realizan ganancias ilícitas; el ministro de Agricultura sabe mejor que yo que se quedan con la mitad de los cambios.

Esta es obra del monopolio…; pero nunca se ha visto un gobierno como el actual y sobre todo un ministro de Agricultura como el actual, entregado desembozadamente a la tarea de impedir que comience, aunque sea débilmente, la exportación cooperativa. Incumplimiento de leyes; suspensión del cobro de multas; falta de fiscalización en el pago de impuestos, regalo de un 25 por ciento de divisas; tolerancia del apoderamiento de los beneficios en el cambio; ocultación de los bajos precios de compra de los novillos mediante la publicación de estadísticas inexactas; ignorancia igualmente oficial de los precios de venta; persecución a las compañías frigoríficas argentinas; regalo de la cuota del 11 por ciento durante dos años a los frigoríficos del pool extranjero; aceptación de que los argentinos sean inhibidos, que Inglaterra sea dueña de mantener un monopolio sobre la exportación del 85 por ciento de la carne argentina, eligiendo ella los importadores, condición deprimente esta última que no se ha atrevido a imponer ni a sus propios dominios. «

A continuación la emprendía contra la espuria alianza colonial con Gran Bretaña: «El gobierno inglés le dice al gobierno argentino ‘no le permito que fomente la organización de compañías que le hagan competencia a los frigoríficos extranjeros’. En esas condiciones no podría decirse que la Argentina se haya convertido en un dominio británico, porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer a los dominios británicos semejantes humillaciones. Los dominios británicos tienen cada uno su cuota de importación de carnes y la administran ellos. La Argentina es la que no podrá administrar su cuota. No sé si después de esto podremos seguir diciendo: «al gran pueblo argentino, salud».

En 1935, la Comisión presentó su informe, que demostró la existencia de graves actos de corrupción que involucraban al entorno del presidente Justo, y en especial a sus ministros de Hacienda, Federico Pinedo, y de Agricultura, Luis Duhau. El 23 de julio Duhau agredió a de la Torre en el recinto del Senado Nacional, mientras un sicario suyo, Ramón Valdez Cora, efectuaba una serie de disparos, que provocaron la muerte de Enzo Bordabehere, compañero de bancada del rosarino. El crimen permaneció impune, de acuerdo con los procedimientos fijados por una oligarquía que consideraba al Estado como su instrumento y agente de operaciones, y decidida a eliminar cualquier obstáculo que se opusiera a sus intereses, tal como ya lo habían experimentado en el pasado pueblos orginarios, gauchos, negros, mulatos, zambos y anarquistas. A de la Torre le quedó en compensación el reconocimiento social como fiscal de una república corrupta y oligárquica, y un nuevo duelo a pistolas, esta vez sin consecuencias, con el ministro Duhau.

A partir de entonces de la Torre debió luchar contra sus fantasmas, ocupación que mechaba con críticas cada vez más espaciadas al régimen oligárquico del Fraude Patriótico, como por ejemplo las vertidas en ocasión del tratamiento de una Proyecto de Ley para reprimir a los militantes comunistas:
«El peligro comunista es un pretexto, es el ropaje con que se visten los que saben que no pueden contar con las fuerzas populares para conservar el gobierno y se agarran del anticomunismo como una tabla de salvación. Bajo esa bandera se pueden cometer toda clase de excesos y quedarse con el gobierno sin votos. Yo soy un afiliado a la democracia liberal y progresista, que al proponerse disminuir las injusticias sociales trabaja contra la revolución comunista, mientras los reaccionarios trabajan a favor de ella con su incomprensión de las ideas y de los tiempos».

El 5 de enero de 1939, se descargó un tiro de escopeta en la soledad de su departamento de la calle Esmeralda. La enseñanza era concluyente: la salud de la república no podía restablecerse a partir de las acciones moralizantes de políticos de la vieja escuela oligárquica. Cuatro años después, las masas irrumpirían en la vida política argentina, con su savia democrática intacta, de la mano de un líder dispuesto a construir una Argentina soberana, transitando el camino de la democracia y de la justicia social.

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