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LA NACIÓN EN DISPUTA

Desde el pasado, Perón, Cooke, Ferla y Cafiero tomaban asiento en el diálogo, como voces que atraviesan el tiempo

Buscando las razones del resultado, las consultoras repiten fórmulas, encuestas y porcentajes. Pero detrás de cada número late una verdad más profunda: el pueblo habló, y lo hizo desde el bolsillo, desde el cansancio y desde una decepción acumulada. No se trata solo de una derrota electoral; se trata del agotamiento de un modo de hacer política que perdió contacto con la vida real.

La mesa de los Comensales se reunió nuevamente, como cada semana, para examinar la situación crítica que atraviesa Argentina. Con el anfitrión al frente, acompañaban Miguel, Fernando, Hipólito, Diego, Tony y Melisa entre otros, atentos a cada palabra y gesto. Esta vez, el debate se intensificaba: las elecciones recientes dejaron heridas abiertas, las cartas políticas resonaban y la amenaza de la dependencia externa se volvía cada vez más concreta.

Desde el pasado, Perón, Cooke, Ferla y Cafiero tomaban asiento en el diálogo, como voces que atraviesan el tiempo, para ofrecer memoria, análisis estratégico y advertencias sobre los riesgos que acechan al movimiento popular. La conversación no se limitaba a los números de la coyuntura: tocaba economía, deuda, industria, tecnología, educación, cultura y soberanía, siempre hilando diagnóstico y acción.

El anfitrión, con la mirada fija en la mesa y un silencio que parecía pesar sobre todos, levantó la copa y la voz, profunda y urgente: —Compañeros, la Nación sigue en disputa. Lo que ocurrió en las urnas no fue un hecho aislado: es parte de un plan que atraviesa nuestra historia y nuestras instituciones. Tenemos que mirar hacia adelante, pero sin olvidar lo que nos trajo hasta aquí. No hay tiempo que perder.

Un murmullo de asentimiento recorrió la mesa. La charla prometía ser intensa: cada pregunta, cada reflexión, cada recuerdo histórico, debía contribuir a construir una estrategia colectiva que permitiera reconstruir autoridad política, unidad y esperanza en medio de la tormenta.

—No hay misterio —abre el anfitrión—: el voto fue un grito. No contra un gobierno, sino contra un sistema que no supo responder a la angustia de la gente. ¿Dónde se rompió el hilo entre el pueblo y su representación?

Perón toma la palabra con la calma de quien ha visto caer imperios y levantarse pueblos. —El hilo se rompe cuando el movimiento deja de escuchar. Cuando la política se vuelve administración y olvida que el poder no se mendiga, se construye colectivamente, sin individualismos ni egos personales. La victoria no es un accidente ni la derrota una fatalidad. Son el resultado de un proceso de conciencia o de su ausencia.

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Perón y Cafiero

Cooke asiente y completa: —Nos dormimos en la comodidad y descuidamos al poder real: la organización del pueblo. El enemigo nunca dejó de trabajar. Mientras nosotros debatíamos matices o cargos, ellos construyeron una máquina de sentido que convirtió el odio en bandera y la mentira en verdad.

Miguel se inclina sobre la mesa. —Pero, ¿cómo se explica que un pueblo que sufrió tanto con las políticas neoliberales vuelva a votar por su verdugo?

Ferla responde sin pausa. —Porque el neoliberalismo aprendió a hablar en nombre de la libertad. Ya no promete sacrificio sino salvación individual. La política tradicional se volvió incapaz de disputar ese lenguaje. Y cuando no se disputa el sentido, se pierde el rumbo.

Fernando toma el hilo. —Eso explica el voto, pero no alcanza. También hay responsabilidad dirigencial. Nos fragmentamos por ego, por cálculos de corto plazo. El pueblo no castiga la derrota, castiga la desunión.

Cafiero interviene con serenidad, como quien ve más allá de la coyuntura. —La unidad no se decreta ni se declama; se construye en torno a una causa común. Si cada sector defiende su parcela, lo que se desintegra es la idea de Nación. Y cuando el pueblo percibe que nadie lo defiende, se refugia en el sálvese quien pueda.

Fermín levanta la voz. —¿Y cuál sería esa causa hoy? Porque hablamos de soberanía, de justicia social, pero la realidad es que el país vuelve a endeudarse, el trabajo se precariza y los jóvenes se van. ¿Qué bandera puede volver a unirnos?

Cooke mira a los demás y contesta con un tono más bajo. —La bandera es la misma de siempre: la liberación nacional. Solo que hoy adopta otras formas. La deuda, la inteligencia artificial, los recursos naturales, la comunicación: son los nuevos frentes de la dependencia. La disputa por la Nación se juega ahí, no en los slogans de campaña.

Tony, inquieto, introduce otro tema. —¿Y la carta de Cristina? Muchos la leyeron como un llamado a reconstruir el sentido del proyecto. ¿Fue eso o una despedida?

Ferla toma aire antes de responder. —Fue un llamado, no una despedida. Cristina señaló algo esencial: no se trata de volver a lo que fuimos, sino de repensar cómo recuperar el poder en un mundo donde la política está condicionada por los mercados, las corporaciones tecnológicas y los medios concentrados. Su carta puso en palabras lo que muchos sienten: que el problema no es de candidatos, sino de proyecto histórico.

Hipólito interviene, pensativo. —Pero, ¿cómo disputar ese poder si el pueblo está cansado, desmovilizado y desconfiado? Las calles ya no son lo que eran, y los sindicatos parecen más preocupados por negociar que por resistir.

Cafiero responde sin dudar. —La historia enseña que las mayorías se reagrupan cuando aparece una causa superior. El problema no es la apatía, sino la falta de conducción. Cuando la política se fragmenta, la gente se refugia en su sobrevivencia. Pero cuando se enciende una chispa de esperanza, la misma sociedad que hoy parece dormida se convierte en protagonista.

Melisa interviene, con la mirada puesta en el futuro. —Entonces, ¿cómo encendemos esa chispa? ¿Cómo reconstruimos un relato que vuelva a enamorar al pueblo sin caer en consignas vacías?

Cooke la mira y sonríe apenas. —Con verdad. Con trabajo y con ejemplo. No se recupera la confianza desde un set de televisión ni con marketing político. La confianza se gana cuando el dirigente vuelve a compartir la vida del pueblo, sus miedos y sus luchas. Cuando la palabra vuelve a tener el peso de la experiencia y no el vacío del discurso.

Diego toma la palabra. —Mientras tanto, el poder económico avanza. La justicia, los medios y parte de las Fuerzas Armadas se alinean con los intereses extranjeros. Y el gobierno, lejos de corregir el rumbo, profundiza el ajuste. ¿No es momento de pensar en una resistencia más organizada?

Perón asiente lentamente. —Toda resistencia necesita un horizonte. Si solo resistimos, nos agotamos. Hay que resistir construyendo, organizando, formando cuadros, recuperando conciencia nacional. La resistencia no es una trinchera para aguantar; es una escuela para preparar cuadros al nuevo ciclo.

Fernando vuelve al eje electoral. —¿Y qué aprendemos de esta derrota? Porque si no se traduce en una lección política, solo queda como una anécdota amarga.

Ferla responde con tono grave. —Aprendemos que el poder no se comparte con el enemigo. Que el diálogo con quienes quieren destruir el Estado solo sirve para que ganen tiempo. Que la moderación, sin proyecto, es rendición.

Miguel interviene otra vez. —¿Y qué hacemos con los que votaron al gobierno? ¿Los consideramos adversarios o pueblo confundido?

Cooke no duda. —Pueblo confundido. El enemigo es el poder concentrado y sus marionetas, no quien sufre las consecuencias de su manipulación. La tarea es volver a organizar, a explicar, a reconstruir la confianza desde abajo. No hay victoria sin comprensión del otro.

El Anfitrión retoma la palabra. —Compañeros, vuelvo a Cristina. En su carta desde San José 1111, reflexiona sobre las elecciones, la ofensiva judicial y el futuro del movimiento. Pero más allá de su contenido político, ¿qué lectura hacen del momento histórico que plantea?

Cristina habló sobre Perón e hizo una autocrítica sobre los planes  sociales: "Cada uno debe producir al menos lo que consume" – La Noticia 1

Perón responde con firmeza. —Mire, compañero, Cristina hace un diagnóstico que no carece de razón: señala una ofensiva contra el peronismo que no es nueva. Lo que ella llama “la Corte de los tres” no es más que la reedición de un viejo método: desarticular al movimiento popular mediante el lawfare, es decir, la persecución judicial como sustituto del golpe militar.

La novedad no está en la intención, sino en los medios. Antes fueron las bayonetas; ahora son los expedientes. Pero el fin es el mismo: proscribir la voluntad nacional.

Miguel interviene. — Cristina advierte que su prisión y proscripción buscan disciplinar a toda la dirigencia política. ¿Coinciden en que hay un intento de destruir la organización popular?

Cooke asiente. —Totalmente. Pero ese intento no empezó con Cristina. Antes encarcelaron a Amado Boudou por defender la soberanía sobre los fondos de pensión y enfrentarse a los grupos financieros. Después a Julio De Vido, símbolo de la obra pública estatal y de la reconstrucción productiva. Esos casos fueron los ensayos del poder judicial y mediático: probaron hasta dónde podían avanzar en la demonización del peronismo, en el aislamiento de sus dirigentes y en la naturalización de la prisión política.

La actual proscripción de Cristina no es un hecho aislado: es la culminación de una secuencia perfectamente planificada. Lo que buscan no es castigar a personas, sino disciplinar a la clase política que osa representar intereses nacionales.

Fernando interviene. —Entonces, ¿podríamos decir que el lawfare fue el reemplazo institucional del viejo golpe de Estado?

Ferla asiente. —Exactamente, compañero. Y eso Cristina lo expresa con claridad, aunque quizás sin nombrar todos los hitos previos. La prisión de Boudou, la de De Vido, la persecución contra Milagro Sala, Moreno o Sabbatella… son las estaciones de un mismo recorrido.
No hay proscripción sin antes un disciplinamiento social, mediático y judicial. La novedad es que hoy ese proceso ocurre con un pueblo fatigado, fragmentado, con un sistema político colonizado por el miedo y los intereses económicos globales.

Por eso, cuando Cristina habla del “efecto devastador” de las decisiones políticas erradas o del “miedo” como actor electoral, está poniendo el dedo en la llaga: la subjetividad popular está siendo moldeada para aceptar la injusticia como normalidad.

Tony toma la palabra. —Pero Cristina también insiste en la unidad y en el coraje de los dirigentes. ¿Qué lectura hacen de esa apelación final? ¿Es un llamado a resistir o una advertencia?

Cafiero reflexiona. —Es ambas cosas, compañero. La compañera habla desde el encierro, pero también desde una posición de conducción. Su carta tiene la estructura de un parte político: diagnóstico, antecedentes, identificación del enemigo y convocatoria a la acción.
Cuando dice que la dirigencia está “en libertad condicional”, lo que está diciendo es que el poder real ya no tolera una política que confronte con los intereses externos y financieros.

Por eso la unidad no puede ser solo electoral: tiene que ser doctrinaria y programática, como ella señala. Pero me permito agregar algo: la unidad no es posible si no se reconstruye la confianza del pueblo en sus dirigentes. Y eso no se logra sólo con denuncias del enemigo, sino con la recuperación de la iniciativa política.

El Anfitrión retoma. —Cristina también hace una lectura electoral: reconoce errores tácticos, pero contextualiza la derrota en una ofensiva más amplia. ¿No hay allí también una autocrítica implícita?

Perón responde. —No llega a ser una autocrítica, pero es valiosa. Y hay que entenderla dentro de su lógica de conducción. Cristina marca que el desdoblamiento electoral en Buenos Aires fue un error, pero no reniega del proyecto.

El problema, compañeros, no fue solo táctico: fue la pérdida del contacto entre la conducción y la base, entre la política institucional y el sentimiento popular.

Y cuando eso ocurre, el enemigo gana sin necesidad de convencer: le basta con que el pueblo se ausente.

Yo lo dije una vez y lo repito: cuando el pueblo vota en contra del pueblo, es que alguien le mintió.

Fermín toma el hilo. —En la carta hay una idea de continuidad histórica: Cristina cita a Néstor, y alude a la historia del movimiento. ¿Podemos pensar que busca reinstalar una pedagogía política en medio del desánimo?

Cooke asiente. —Sin dudas. Cristina vuelve a poner la historia en el centro. Cuando cita a Néstor, cuando recuerda a Churchill o a Kissinger, está diciendo que la política necesita lectura histórica, no solo de coyuntura. Eso es lo que nos separa del liberalismo: ellos piensan en trimestres, nosotros en generaciones.

Pero cuidado: la historia no puede ser refugio; tiene que ser instrumento de combate. La compañera tiene razón cuando dice que “no hay derrotas definitivas ni triunfos eternos”, pero esa frase no puede ser consuelo: debe ser una orden de reorganización.

El Anfitrión resume.—Entonces, compañeros, ¿cuál es la enseñanza central de este documento?

La Ciudad de Buenos Aires obtuvo un triunfo en la Corte en su disputa con  Nación - Forbes Argentina

Ferla responde. —Que estamos ante un nuevo tipo de proscripción, más sofisticada, menos visible, pero igual de efectiva. El enemigo aprendió que no necesita tanques: le alcanza con fiscales, jueces y titulares de diarios. Y que, frente a eso, el peronismo necesita organización y audacia, no sólo memoria.

Cafiero concluye. —Coincido. La carta de Cristina no es un lamento: es una advertencia estratégica. Nos dice que el poder real ha decidido ir por todo, y que el único antídoto posible es la unidad con programa y conducción. Y, sobre todo, que sin militancia no hay futuro. Porque, como decía el General, solo la organización vence al tiempo.

El Anfitrión cierra la ronda. —Entonces, compañeros, parece que el mensaje está claro: la historia se repite, pero también enseña. Cristina habla desde la prisión, pero interpela a todos los que creemos que la política no se rinde. Y como alguno de ustedes dijo, cuando la justicia se vuelve injusta, la verdadera justicia es la organización del pueblo.

Y continua diciendo. —Entonces la tarea es doble: resistir y reconstruir. Pero, ¿por dónde empezar?

Cafiero se inclina hacia adelante. —Por la palabra. Por la verdad dicha sin miedo. Por volver a hablar con el pueblo cara a cara. La política perdió su alma cuando cambió el encuentro por el algoritmo. Hay que volver a la plaza, al sindicato, al aula, al barrio. Donde se teje comunidad, ahí renace la Nación.

Hipólito agrega, casi como una confesión. —Durante años creímos que el Estado bastaba. Que con políticas públicas alcanzaba. Pero el Estado sin pueblo organizado es una estructura vacía. El poder real está en la conciencia colectiva.

Miguel retoma la idea. —Entonces, ¿el desafío es espiritual además de político?

Perón responde con firmeza. —Siempre lo fue. La política es la organización del amor por el pueblo. Sin esa pasión, solo queda gestión. Y sin gestión con justicia, solo queda dominación.

Fermín, con voz serena, introduce la última pregunta. —¿Y si ya no alcanza con recordar el pasado glorioso? ¿Cómo se proyecta una épica nueva en un tiempo donde todo parece diseñado para despolitizar?

Cooke lo mira con gravedad. —La épica no se hereda, se construye en cada generación. Si la nuestra fue la independencia económica, la de ustedes será la soberanía tecnológica, la defensa del trabajo digno y la reconstrucción del Estado como instrumento del pueblo. La historia no se repite: se continúa o se abandona.

Un silencio espeso recorre la mesa. Afuera, la noche avanza como un telón que cubre las derrotas, pero también prepara el amanecer.

Y entonces, Perón, en un tono que mezcla balance y profecía, cierra el encuentro: —La Nación está en disputa, compañeros. Lo estuvo siempre. El enemigo no descansa, pero tampoco lo hace el pueblo cuando comprende su destino. No hay victoria sin doctrina, ni doctrina sin organización. De cada derrota surge una nueva generación que entiende que la independencia no es una fecha sino una tarea. Volvamos a creer en nosotros mismos. Volvamos a organizarnos. Porque solo la organización vence al tiempo.

 

«La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse.»

José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.

 

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