
Francisco se nos fue, pero está aquí, con nosotros
Un adiós de dolor y esperanza

Su llegada al papado fue un paso más en su razón de peregrino, un punto difícil del camino que realizaba como un punto más en su derrotero. Fue tan así, que asumir el papado, no cambió ni sus zapatos, usó los mismos que caminaron Buenos Aires, los colectivos y el subte que tomaba desde Plaza de Mayo a Flores. Cuentan que, al asumir, cuando aún no había tomado el cargo, y le trajeron unos zapatos rojos representativos, los devolvió a quien se los entregaba y dijo a los presentes: “Señores, en el Vaticano se acabó el circo”. Y los devolvió para siempre. Uno recuerda en el dolor y en la herida en un torrente de imágenes y palabras.
Su compromiso con los pobres del mundo, los de su Patria adormecida por un neoliberalismo saqueador y sin destino, es también su legado. Así lo demostró a cada paso de sus viajes que comenzaron a poco de asumir cuando visitó a los inmigrantes arrojados a Lampedusa, y estremeciendo a Italia donde lo amaban desde el primer día cuando llegó a Roma. Fue en el papado, el mismo seguidor del Cura Brochero, o del jesuita chileno Alberto Hurtado, que acabó con los privilegios de los obispos que habían abandonado la doctrina social de la iglesia, y permitió en estos días, que los pobres de Roma duerman alrededor de la sede vaticana y recibieran comida, baño y duchas. Al mismo tiempo, habilitó el sostén de unos dos mil comedores para los necesitados en Italia. Fue el mismo que, por razones ajenas a su deseo, no pudo llegar nunca a la Argentina como Papa, en el rumbo de San Martín o de Rosas. Las condiciones políticas de los gobiernos de Macri y de Milei, habilitaban a suponer que iban a boicotear su presencia y no quería prestarse al rechazo de los poderosos frente a su pueblo. Sufrió un exilio no declarado que le imponían las condiciones trazadas por ciertos miserables sedientos de poder. Estos episodios se pueden analizar cuando ya no está entre nosotros y es esperanza para cada día, para cada dolor, para cada distancia. A pesar de todo eso, en la unidad por sobre el conflicto y las diferencias, está uno de los secretos del legado del cura Jorge.
Una gran pensadora, teóloga, Emilse Cuda, explica con sencillez el concepto de unidad en Francisco, base de su pensamiento de los caminos: “Si no tenemos unidad, que es el primer bien común, entonces no devenimos sujeto jurídico para tomar decisiones. Esta es la iglesia y esto es lo que el Papa Francisco está predicando de manera lacónica, porque él habla con frases cortas, “nos unimos o nos hundimos”, “la unidad en la diferencia”, pero toca a los teólogos y a los politólogos desarrollar esta idea, que no viene de la nada, sino que viene del Evangelio: cuando el joven rico pregunta al Maestro que debe hacer para salvarse, Jesús dice que debe unirse, ser uno, como el Padre es uno. El problema del joven rico no fue vender los bienes, fue no poder tomar la decisión de unirse”.
Bergoglio y Guardia de Hierro
Me tocó acercarme a su vida al escribir “Guardia de Hierro. De Perón a Kirchner”, que en su segunda edición (Punto de Encuentro editorial) se subtituló “Guardia de Hierro. De Perón a Bergoglio”. Allí revelé que el cura Jorge no había sido jamás integrante de Guardia de Hierro. Tuvo relación con un grupo de la organización que se disolvía, en los años de la dictadura en la Universidad de El Salvador. Con ellos, ayudó a muchos a salvarse de caer en las garras de los esbirros de la dictadura. Chacho Álvarez, Horacio González, Tito Bacman, entre otros, estaban en El Salvador por esos días y Bergoglio no preguntaba a nadie de donde venía y adónde iba. Al dar una imagen cierta de su labor en los años duros, contar que fue solidario y arriesgado en su dar de cada día, gané reconocimiento y rechazos. Luego ahondé mi conocimiento sobre la labor de Jorge Bergoglio en la dictadura, y confirmé su compromiso responsable y arriesgado con perseguidos, como fue el caso de Alicia Olivera, a quien protegió de la dictadura luego de ser expulsada como jueza. El mismo Bergoglio, la llevaba escondida en un automóvil a visitar a sus hijos cuando estaba buscada por el régimen. Alberto Sily, que fue provincial jesuita luego de Bergoglio en los años ’70, me contó que, en 1965, la orden jesuita votó a favor del golpe de Estado contra el presidente Arturo H. Íllia. “Toda la orden votó a favor de apoyar el golpe. Solo hubo un voto en contra. Era el de Jorge. Ahí tenés en claro cuál es su personalidad”, concluyó.
Como no tengo formación católica, cuando quería entrevistarlo o acercarme para entrevistarlo, sus cercanos no me la hicieron fácil y seguí la investigación sin esa ventaja. Como en el peronismo nadie pregunta de dónde venís, siempre asistí a misas, milité cerca de Luis Farinello en Quilmes como con Pepe Tedeschi en Villa Itatí y hasta los últimos curas obreros franceses en Bernal Oeste, y siempre tuve vínculos de ese tipo. Fui a sus misas y en una que dio a los taxistas, me hizo estremecer por su profundo vínculo con los temas y las personas implicadas. Luego lo vi varias veces en el subte “A”, yendo a Flores, supongo. “Estuvo un mes visitando casas de taxistas para preparar sus parlamentos, me dijeron. Recién cuando Bergoglio fue Papa, tuve un vínculo indirecto. El entonces embajador en El Vaticano, Eduardo Valdés, me llamó un día a su regreso de El Vaticano, pidiéndome un ejemplar de mi libro “Autoayuda para peronistas” porque me lo mandaba a pedir el Papa. Entonces le envié también la nueva edición de “Guardia de Hierro. De Perón a Bergoglio”.
Hoy, cuando la frialdad del gobierno de entrega ya no sorprende, luego de los insultos con que fue tratado una y otra vez, sé que su legado es de unidad y esperanza. Es recordar que dijo que el renacimiento de un país se hace “de la periferia al centro”, que “la unidad es superior al conflicto” y que la esperanza debe ser el símbolo de unidad de los argentinos en una hora de angustia. Angustia que recorre el país, que tiene provincias desde Tierra del Fuego y Malvinas, a Misiones y Jujuy, que La Pampa, San Luis, Salta y Chubut más las demás. Provincias con dolor y necesidades a las que aludió en sus palabras siempre vivas. Dolor y heridas que resuenan en sus pueblos, de Sanagasta a Los Antiguos, de Cerrillos a General Pico. Su muerte es nuestro dolor profundo, nuestra falta insustituible y es nuestra esperanza. Por lo que fue, porque lo que es y será. La esperanza está en nuestras manos y nuestros pasos ahora que ya no lo tenemos y lo sentimos.