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Europa avanza… hacia ningún lado

Eduardo J. Vior

Mientras que EE.UU. juega al “que sí, que no” con Rusia, la UE adopta sanciones contra Moscú que sólo la dañan a ella misma y paralizan al bloque.

Por Eduardo J. Vior

Los líderes norteamericanos y europeos piensan que son astutos. En su relación con Rusia juegan todos los días al “policía bueno y el policía malo”. El martes 4 el presidente Joe Biden reiteró su disposición a encontrarse con su colega ruso Vladímir Putin durante el viaje que en junio hará a a Europa. Lo dijo tan solo un día después de que la Unión Europea (UE) reclamara severamente ante Rusia por las sanciones que ésta adoptó contra autoridades del bloque como respuesta a las que previamente decretó la Unión y un día antes de que el secretario de Estado Tony Blinken anunciara que en su viaje a Ucrania el próximo sábado 8 llevará consigo a la subsecretaria Victoria Nuland, la responsable del golpe de Estado de 2014.

Nadie puede hacerse el distraído: las sanciones europeas contra funcionarios rusos, la declaración del habitante de la Casa Blanca y el grosero gesto del jefe de su diplomacia son las dos caras y el canto de la misma moneda. EE.UU. ha retomado la vieja política británica dirigida a separar a Europa de Rusia para dominarlas. A diferencia de lo sucedido en los primeros quince años del siglo, esta vez la UE será la mayor perjudicada, pero sus dirigentes se hacen los tontos. Es que en Bruselas faltan visiones, autoconfianza y liderazgo. La Europa de los 27 está a la deriva.

El martes pasado el presidente Joe Biden ratificó su voluntad de encontrarse con Vladímir Putin en el marco de su próximo viaje a Europa, del 11 al 13 de junio, cuando vuele a Inglaterra, para conferenciar en Cornwall (en el Oeste del país) con sus socios del G-7. De la isla el presidente piensa seguir viaje a Bruselas, donde se reunirá con los líderes de la UE y el 14 de junio participará en una cumbre de la OTAN. De realizarse el parlamento, probablemente lo hagan en Finlandia o en Austria, los pocos países neutrales que quedan entre el Atlántico y el Ural.

A pesar de la insistencia de Biden, Putin todavía no ha respondido a la convocatoria. Durante una conversación telefónica que mantuvieron en abril pasado, Biden propuso a Putin reunirse en junio, para tratar todos los incordios que separan a ambas potencias, pero a los dos días decretó sanciones contra Rusia y expulsó a diez de sus diplomáticos, un gesto que no favorece precisamente un acercamiento civilizado.

Apenas un día después de la última declaración presidencial, el secretario de Estado anunció que aprovechará su viaje a Kiev el próximo fin de semana, para “apoyar enérgicamente” al presidente Volodymir Zelensky en sus conflictos con Rusia en Crimea y en la Cuenca del Don. Para subrayar el desafío a Moscú, Blinken llevará consigo a la subsecretaria de Asuntos Políticos Victoria “Toria” Nuland, la misma funcionaria de carrera que en febrero de 2014, durante el golpe de Estado neonazi que derrocó al presidente Yanukovich, aventó por teléfono los reparos del embajador norteamericano en Kiev por la falta de acompañamiento de la Unión Europea con un sonoro Fuck the EU (me cago en la UE) que la inteligencia rusa se encargó de difundir por todo el mundo. Si el secretario Blinken quiere destruir los puentes de diálogo con Moscú, no puede elegir mejor acompañante.

Victoria Nuland, subsecretaria de Asuntos Políticos del Departamento de Estado

Como parte del carrusel de sanciones, este lunes la Unión Europea protestó ante el embajador ruso en Bruselas por las sanciones impuestas por Moscú a ocho altos dirigentes europeos, entre ellos el presidente de la Eurocámara, David Sassoli, y la vicepresidenta de la Comisión encargada de Valores y Transparencia, Vera Jourová. Por su parte, Moscú lanzó su última rueda de sanciones como respuesta a las aprobadas por la UE por el caso del estafador ruso Alexéi Navalni, convertido en mártir opositor por acción de la prensa occidental.

Maria Zajárova, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia

Siguiendo el juego de ping-pong, la portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia, María Zajárova, declaró este lunes en una entrevista con RT que las sanciones contra el país representan un «gesto de desesperación» debido a la incapacidad de las naciones occidentales para aceptar los evidentes éxitos de la economía rusa y el aumento de su competitividad internacional.

Además, señaló, Rusia está trabajando para minimizar los posibles riesgos y los daños económicos que podrían producirse, si fuera desconectada del sistema de transferencias bancarias internacional SWIFT.

Otra fuente de tensión entre Rusia y EE.UU. es la construcción del gasoducto Nord Stream. Sólo falta tender 25 km de tubería, para que el ducto alcance la costa alemana en el Estado de Mecklenburgo-Antepomerania, pero el boicot norteamericano a la obra no cesa, al punto de que el propio Parlamento Europeo votó mayoritariamente la semana pasada contra la terminación del emprendimiento. En realidad, se trata de una medida suicida, impulsada por un pseudo principismo ecológico, ya que Alemania cerró todas sus centrales nucleares, sin haber desarrollado todavía suficientes fuentes alternativas. Si no recibe el gas ruso, entonces, se hará extremadamente dependiente del gas licuado norteamericano que llega a través del Atlántico. Éste es el quid de la feroz campaña antirrusa que asola a Europa.

La relación económica y comercial entre Rusia y la Unión Europea tiene un potencial inmenso, pero cada uno de los interesados ve el vínculo desde perspectivas encontradas. Mientras que el liderazgo ruso busca ampliar el comercio y las inversiones extranjeras en su país, para sustituir importaciones y agregar valor a sus exportaciones, las principales potencias europeas pretenden mantener a la Federación Rusa como proveedora de productos primarios (principalmente hidrocarburos y minerales) y compradora de productos elaborados. Sobre este vínculo influye decisivamente Estados Unidos que, bajo todos los gobiernos desde principios de siglo trata de reducir al mínimo los lazos comerciales y financieros entre la UE y Rusia, por un lado, para ahogar económicamente a ésta, debilitarla y alcanzar el viejo objetivo estratégico británico del siglo XIX de dividir el país para someterlo. Al mismo tiempo, si EE.UU. lograra cortar los lazos comerciales y financieros entre la UE y Rusia, aumentaría la ya enorme dependencia de Europa respecto de su aliado atlántico.

El proceso de integración europeo vivió y creció desde 1949 en torno a la alianza franco-alemana. El fin de la era de Angela Merkel en Alemania ha creado un peligroso vacío de liderazgo que el debilitado Emmanuel Macron no puede llenar. Es la hora, entonces, de los mediocres atlantistas que en Bruselas calientan los sillones directivos del bloque. Ciegamente plegados a la estrategia de cambio energético propugnada por Shell (la Reina Máxima), George Soros y Bill Gates con el apoyo de Joe Biden, no tienen empacho en aumentar durante un largo, impreciso período de transición la dependencia europea del abastecimiento gasífero estadounidense. Junto al gas incorpora también su discurso de “derechos humanos”, su conducción militar y sus guerras.

La “coronacrisis”, la crisis económica, la climática, la migratoria y la demográfica ofrecen oportunidades irrepetibles para que las potencias que hoy compiten por el liderazgo mundial busquen alternativas. Pero para ello hacen falta liderazgos con conciencia histórica, confianza en sí mismos y voluntad de hallar entendimientos que hagan posible llegar a soluciones de mutua conveniencia. Hoy en Europa no existen ni unos ni otros. El continente marcha sin rumbo… hacia ningún lado.

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