El Tratado del Pilar, antecedente histórico de la Argentina actual

El Tratado del Pilar fue firmado el 23 de febrero de 1820 por los gobernadores de Santa Fe, Estanislao López, de Entre Ríos Francisco Pancho Ramírez y de Buenos Aires, Manuel de Sarratea.

Los jefes precisaban acabar con los enfrentamientos entre esas provincias, luego de la batalla de Cepeda en la que López y Ramírez derrotaron a las tropas del Directorio Porteño, que cayó sin atenuantes, al mando de José Rondeau. El Tratado se convertiría en uno de los “pactos preexistentes” a los que hace referencia el Preámbulo de la Constitución Argentina, que no pudo ser derogado por la reforma de 1994 –de inspiración británica, denominada en Europa: Acuerdo de Versalles argentino, montada sobre el Pacto de Madrid de 1991 que firmaron Menem y Cavallo. No hay caso, la historia se anuda en el espacio del tiempo como las lianas que crean oxígeno en la selva.

En esos años, el horno no estaba para bollos. En noviembre de 1919, la provincia de Tucumán se declaraba independiente luego del levantamiento de algunos jefes de su guarnición. El General San Martín, era convocado por el Directorio para reprimir a los federales, y desobedeció al Directorio, en tanto se expresaba en favor de la causa federal frente al vasallaje porteño. El 9 de enero de 1820 se sublevaba en San Juan expresando su “viva la federación”, el batallón nº 1 de Cazadores del ejército de los Andes y en la posta de Aréquito, Santa Fé y lo hacía también, el Ejército

Buenos Aires mordía su aduana

Buenos Aires no recibió con entusiasmo el acuerdo porque afectaba intereses de sus comerciantes (entre los que se destacaban los de origen británico que servían a la corona), filibusteros y usureros de toda laya, que entendían que se había cedido “derechos” que tenía la ciudad desde su designación como capital del Virreinato en 1776, cuando los Borbones inauguraron la etapa liberal y negó a Córdoba su aduana seca, que funcionó hasta entonces.

La Batalla de Cepeda tuvo importantes consecuencias políticas y sociales para Argentina. En primer lugar, la derrota de los unitarios debilitó su influencia y poder político, consolidando la posición de los federales en el país a través del protagonismo de las provincias que incluso hoy, se niega. Esto llevó a la adopción de un sistema federal de gobierno, en el que las provincias tenían mayor autonomía y poder de decisión. Además, la batalla dejó en evidencia las profundas divisiones y rivalidades existentes en el país, lo que llevó a una mayor polarización y conflictos en los años siguientes. Estas tensiones se mantuvieron durante mucho tiempo y tuvieron un impacto duradero en la historia argentina.

Tratado de Pilar, Llaryora, Kicillof y Pullaro, la historia que regresa

El hecho histórico fue minimizado ene relato oficial, porque ayudó a definir el sistema político argentino acentuando las ideas del federalismo. A su vez, destacó el rol de los caudillos y líderes regionales que en el sistema unitario, eran poco menos que delincuentes y anticipó la llegada al gobierno, de Juan Manuel de Rosas. Estanislao López y Ramírez, dejaron ver su capacidad de conductores en días en que se imponía el crecimiento de la figura del general San Martín.

Vicente Fidel López en “Historia de la República Argentina (1883-1893)”, expuso que la rebelión del litoral federal contra el Buenos Aires unitario y centralista no fue una espontánea reacción del interior contra el gobierno porteño. Los líderes federales, eran la voz de las masas de criollos y gauchos, y de de las comunidades aborígenes regionales, comerciantes y ciertas zonas de los habitantes cultos y urbanos de sus provincias. Cepeda expresó el fin de un proyecto de país de entrega que tuvo otras batallas, pero fue marcando sus hitos, dejando ver sus héroes y el papel central de un pueblo que nunca se entrega. Valor que se resignificó en estos días en la lucha contra la dictadura militar, en la movilización de masas del 19 y 20 de diciembre del 2001, y en las micro movilizaciones de estos días, la marcha de la CGT, las CTA, los movimientos sociales el 24 de enero, que replicó en todo el país. Podría decirse que Cepeda está viva como expresión de soberanía desde las provincias hacia el centro. Esa movilidad se va a expresar posiblemente una vez más en este escenario de hoy. La iniciativa de los gobernadores de Córdoba y Santa Fe por intentar exportar su producción a través de la provincia de Buenos Aires, saliendo del eje del puerto virreinal que ofrece el gobierno de la entrega, parece un capítulo redivivo de las luchas históricas de la Argentina.

El federalismo y Rosas

Un asunto central del acuerdo de 1820, consistía en que Buenos Aires perdía su posesión de la Aduana y debía ahora, compartirla con las provincias. Un hecho reiterado en el devenir del país. Las provincias que firmaban, adherían desde entonces, al sistema federal que debía ser aprobado por los pueblos de las provincias. Santa Fe y Entre Ríos, solicitaban a Buenos Aires su apoyo ante una posible invasión luso-brasileña. También se impuso la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay a los fines del comercio de las provincias y una amnistía para los exiliados. Por último, ponía condiciones para el retiro de tropas y los prisioneros de Cepeda.

La batalla de Cepeda, se produjo el 1° de febrero de 1820 en la Cañada del Arroyo de Cepeda, donde se encuentra el límite presente entre las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Allí dirimieron fuerzas, el ejército del Directorio, a manos de Rodeau, representando a las ideas unitarias; tenía 900 infantes y 1.100 jinetes más una pieza de artillería. López y Ramírez reunieron 1.100 soldados apoyados en la caballería guaraní, gaicuró y abipona, estos últimos, chaqueños. El mestizaje se daba hasta en las batallas. Los federales rodearon a Rondeau y lo sorprendieron por la espalda barriéndoles del campo de batalla. Hay historiadores que denominan al combate como “Primera batalla de Cepeda”, confrontándola con la que sucedió en 1859, cuando Buenos Aires enfrentó a la Confederación Argentina.

Juan Manuel de Rosas, Comandante del 5° Regimiento de  Campaña, adhirió a la causa de López y Ramírez y lo expreso en una proclama en la llamaba a reclutar voluntarios luego de la batalla, que conviene recordar:

“[…] Ved, mis compañeros las circunstancias en que por segunda vez salimos á campaña á engrosar un ejército que debe darnos la paz y restablecer el orden,  mostrando á los que nos envuelven en sangre, la última lección de la imperiosa urgencia que reclama por la unión, olvidando perjuicios locales y políticos, y otros motivos propios solamente de la degradación en que nos han sumido la discordia y el furor anárquico. Vamos á concluir con la guerra y á buscar la amistad que respeta las obligaciones públicas, para conseguir retirarnos a los placeres de la vida privada. La campaña hasta aquí ha sido la más expuesta y la menos considerada: comiencen desde hoy mis amigos a ser la columna de la Provincia, el sostén de las autoridades y el respeto de sus enemigos. […] Nada más os pido firmeza: desconfiad de los que os sugieren especies de subversión del orden y de insubordinación: reproducir conmigo los juramentos que hemos hecho de sostener la representación de la Provincia, y confiad en que los trabajos y sacrificios que costará esta segunda campaña serán provechosos, y que traerán mil bendiciones sobre el 5° regimiento, sobre sus virtuosos jefes de escuadrón, honrados oficiales, y sobre todos los amigos y paisanos que acompañan al comandante en jefe”.

Es posible que los argentinos estemos en vísperas de un hecho histórico que es dolor y alegría en términos contradictorios, y es advenimiento un tiempo de recuperación de valores históricos para proyectar una alborada, días de transformación en un escenario mundial convulsionado. Acaso se nos exijan esfuerzos, unidad profunda y hasta capacidad de entrega para volver a amanecer en los términos en los que estamos inscriptos en una historia valerosa y heroica. Desde las provincias y los pueblos hacia el centro para reunirnos en un nuevo abrazo en el despertar. El país nos espera y nos auspicia.