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CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

El presidente Javier Milei anunció en cadena nacional un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional

El gobierno de Javier Milei celebra un acuerdo millonario con el FMI como si fuera una refundación histórica.

Detrás del salvataje financiero se esconde el regreso de una vieja receta que fracasó demasiadas veces. Pero lo que está en juego no es solo un modelo económico: la verdadera pregunta es qué país queremos los ciudadanos de a pie.

El presidente Javier Milei anunció en cadena nacional un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional por 20 mil millones de dólares. Lo presentó como un hito, un antes y un después. “Argentina pasó de ser el peor alumno al ejemplar”, dijo con tono de victoria moral. Pero detrás del discurso refundacional se esconde una realidad más antigua y conocida: a cambio de dólares frescos, el país vuelve a someterse a las reglas del juego del FMI, con ajuste fiscal, liberalización del mercado cambiario y el espejismo de la confianza financiera como único horizonte.

El acuerdo, que incluye un desembolso inmediato de 12 mil millones de dólares, implica la eliminación del cepo cambiario, el establecimiento de bandas de flotación para el dólar y el abandono de la intervención oficial del Banco Central. Para los mercados, es una señal de apertura. Para la economía real, es una nueva fuente de presión inflacionaria. El dólar oficial podrá trepar hasta los 1400 pesos, lo que anticipa una devaluación progresiva que afectará directamente el precio de los alimentos, los servicios y el nivel de vida. Las empresas podrán girar utilidades sin trabas y los exportadores perderán el dólar blend. En paralelo, se promete superávit fiscal ampliado y máxima ortodoxia monetaria. En otras palabras, ajuste sin red.

El Gobierno publicó el DNU y aprobó el nuevo acuerdo con el FMI | TN

Luis Caputo, el ministro de Economía, celebró el acuerdo como si fuera una revancha personal. El mismo funcionario que firmó el acuerdo fallido con el Fondo en 2018 regresa ahora con un discurso similar, aunque con más épica y menos autocrítica. Promete crecimiento récord, estabilidad a largo plazo y un país entre los mejores preparados del mundo. No explica, sin embargo, cómo se sostiene ese modelo con salarios pulverizados, con una inflación acumulada que desarma cualquier ingreso y con un consumo que se derrumba día tras día. La confianza del ministro no alcanza para resolver el hambre ni para recuperar el empleo.

Pero lo que está en juego va mucho más allá de las variables macroeconómicas. No se trata solo de un tipo de cambio, una meta fiscal o una curva de reservas. Lo que se debate en el fondo es qué país queremos los ciudadanos de a pie. ¿Uno donde todo se rige por la lógica de los mercados, sin regulación ni solidaridad? ¿O uno donde el Estado sea capaz de garantizar derechos básicos, como la salud, la educación, la vivienda, el trabajo digno, entre otros?

El modelo que impulsa este acuerdo con el FMI no es neutro: promueve un país para pocos. Es funcional a sectores financieros, exportadores, energéticos, grandes empresas. Pero excluye a millones de personas que viven de su trabajo, que necesitan protección frente al vaivén de los precios. Es un país en donde el esfuerzo se exige abajo y la ganancia se acumula arriba. En ese esquema, la democracia corre el riesgo de vaciarse: porque cuando las decisiones se toman en Washington y no en el Congreso, cuando el ajuste es permanente y no se discute, la política se reduce a administración de lo inevitable.

Milei y Caputo juegan a fondo con esta estrategia. Apuestan a que los mercados crean, a que los dólares compren tiempo, a que la inflación se discipline sola. Las cámaras empresarias aplauden. Los medios oficialistas celebran. Pero la historia argentina ya vio esta película. Y no terminó bien. La fiesta dura poco, y la resaca siempre la pagan los mismos.

Por eso, ante esta nueva entrega al FMI, la pregunta no es sólo si el acuerdo será eficaz en términos técnicos. La pregunta profunda es si estamos dispuestos a aceptar, otra vez, que nos definan el destino desde afuera. Si naturalizamos que la economía sea un territorio ajeno, reservado para expertos y tecnócratas. O si, por el contrario, recuperamos la capacidad de decidir entre todos qué país queremos construir. Porque, en definitiva, eso es lo que está en juego: el modelo económico es el envase, pero el contenido real es la vida de millones de argentinas y argentinos. Su dignidad. Su esperanza.

“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia y la soberanía no se entrega”.
Por José “Pepe” Armaleo: Militante, Abogado, Magister en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la realidad política y social Argentina Arturo Sampay.

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