Porque ha salido el sol
En literatura existe el concepto de “distopía”, que es utilizado para aplicar a cierto tipo de relatos de ciencia ficción. Por un lado, la “distopía” es el término opuesto a “utopía”. Como tal, designa un tipo de mundo imaginario, recreado en la literatura o el cine y que tiene como característica fundamental ser considerado indeseable.
Por Alma Rodríguez
La palabra distopía se forma con las raíces griegas dys que significa ‘malo’, desfavorable, y tópos, que puede traducirse como ‘lugar’; es, en definitiva, el lugar no deseado. Para los griegos, convengamos, la idea de lugar no aludía sólo y necesariamente al espacio físico o geográfico sino que también podía tratarse de un lugar figurado, sin ir más lejos, el término “lugar común” era muy utilizado por los griegos, como un recurso en Retórica y surge de la misma raíz.
La literatura distópica, por lo tanto, es aquella que narra una historia en la que el mundo se ha convertido en el lugar menos deseado, el lugar del horror muchas veces producto de un hecho catastrófico como ser la llegada de un ser maldito, la aparición de un arma letal o la caída de una bomba que destruya todo, absolutamente todo. Así como en Anochecer, la novela de Isaac Asimov en la cual Kalgash, un planeta ficticio, es destruido, la distopía es un recurso recurrente, casi un lugar común dentro de la narrativa de ciencia ficción.
Todos los relatos distópicos son anunciadores de grandes desastres para la humanidad. Sin embargo, y al igual que en cualquier relato literario, se sabe que eso no es más ni menos que literatura y que, por suerte, está mediado por lo que se llama “pacto ficcional”: lo leemos sabiendo que en verdad no va a ocurrir, entre otros motivos, porque es producto de la invención y es figurado. Distinto es el caso en el que la distopía no surge como un recurso literario y se vuelve una forma nefasta de la realidad.
TierrArrasada, el film dirigido por Tristán Bauer con guión de Omar Quiroga y Luis Bruchstein y producción de Jorge Devoto, es un claro testimonio de una gran intensidad acerca de lo ocurrido en nuestro país a partir del momento en que Mauricio Macri se consagró como el ganador de las elecciones y asumió como presidente en diciembre de 2015 desde la Alianza Cambiemos, convirtiéndose así en el abanderado de uno de los proyectos neoliberales más duros que se han vivido a lo largo de la historia argentina. En este sentido, la película narra una distopía, el peor de los futuros posibles que nos tocaría vivir a partir de ese momento.
Al comienzo de la historia, la cámara se detiene, todo da marcha atrás y la voz clara y contundente de Darío Grandinetti nos invita a recordar los momentos cúlmines del histórico discurso de Cristina durante el 9 de diciembre en la plaza. Se trata de una Cristina que, enfocada desde abajo, nos conmueve como si fuera que viajáramos con ayuda de la cámara nuevamente a ese día. Este es, quizá, unos de los momentos más logrados del documental. A partir de allí todo es un recorrido intenso de lo acontecido a lo largo de estos cuatro años que, visto así, todo junto y sin respiro, da la sensación de que fueron cuatro siglos.
Al tiempo que constituye un relato distópico del futuro por venir, el film logra contrarrestar los golpes bajos y todo el horror vivido a lo largo de esos cuatro años poniendo -a modo de “contrapelo”- como un juego de luces y sombras, el accionar por parte del pueblo organizado en innumerables modos de resistencia. En ese sentido, como suele decirse, no queda por dar puntada sin hilo. Y ese es el mayor logro del trabajo realizado por los guionistas y el director.
Por supuesto que las imágenes, junto con el relato, son conmovedoras de principio a fin: la película va mostrando exhaustivamente el modo en que fueron afectados, destruidos y dañados los diferentes sectores de la producción y la economía así como la totalidad del tejido social y cultural a partir de las políticas de ajuste implementadas por este gobierno de CEOS.
“La utopía no se alcanza pero sirve para avanzar”, decía Galeano, y así como existe la distopía, por suerte, también existe la utopía para contrarrestar. Es por eso que los diferentes modos en que el pueblo manifestó su accionar resistente a lo largo de los últimos cuatro años, y aquello que le permitió crecer a partir del empoderamiento popular, es, sin dudas, lo más parecido a la utopía que conocemos: la posibilidad de un futuro mejor, la vuelta al lugar añorado, la esperanza de un mundo feliz en el que quepamos todos y todas, la recuperación de una patria, justa y soberana.
Explicar, entender, recordar para no repetir, parece ser el objetivo fundamental de la película de Bauer. A modo de tragedia griega, se trata de una historia trágica con final feliz: el héroe regresa luego de un largo trayecto de lucha y encarnizadas batallas, regresa con la grata sensación de la tarea cumplida; el héroe es el pueblo que, este 10 de diciembre, demostró en las calles ser el protagonista de su propia historia y quien, nuevamente, eligió ganar.