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Vargas Llosa retoma el drama de Guatemala en una novela llena de vibración y realismo

Alejandro C. Tarruella

Fue Tony Raful, poeta e historiador, quien una noche en Santo Domingo le adelantó a Mario Vargas Llosa la base de su relato sobre el golpe de Estado del general Carlos Castillo Armas contra su par Jacobo Árbenz, en 1954, que echó por tierra un proyecto democratizador para la castigada Guatemala.

Escribe Alejandro C. Tarruella

La noche de Centroamérica

“Mario, tengo una historia para que la escribas”, recordó que le dijo Tony en aquella cena de amigos. El escritor peruano nacionalizado español, que jamás rehuyó a su estirpe de palabrero, tomó la posta y elaboró una hipótesis de trabajo sorprendente. Creyó a partir de su reconstrucción para la novela “Tiempos recios”, que acaba de presentar en la Casa América de Madrid, que encontraba una respuesta a la relación de los Estados Unidos respecto al continente americano.

Descubrió que la estigmatización comunista fue el eje de la reacción del gobierno de Dwight Eisenhower, llamado Ike por sus amigos, ante el proyecto democratizador del militar guatemalteco

Vargas Llosa sostiene con razón que no había casi comunistas en el proyecto Árbenz, ya que el efecto arrollador del golpe para el que usaron la reacción del dictador dominicano Trujillo, sirvió para radicalizar los procesos políticos de la región. Fidel Castro, unido a las ideas de democratización de la región del Caribe, se corrió a la izquierda desde una posición de centro, y la Unión Soviética, que no tenía posibilidades mayores de injerencia, comenzó a ser evaluada por los jóvenes para enfrentar a la reacción conservadora de los Estados Unidos. Eisenhower sostenía a los tiranos locales para resguardar los intereses de sus mercaderes de turno.

Vargas Llosa llegó a sintetizar el espíritu de su novela al explicar que “Sin el golpe de la CIA en Guatemala, Fidel no se habría radicalizado”. Expresó el escritor que “Árbenz quería hacer de Guatemala una democracia capitalista. Este esfuerzo generó un interés enorme. Cuando se frustró, provocó manifestaciones en toda América Latina”. Reseñaba que el conjunto de la América de habla castellana estaba gobernada por regímenes cuestionados y, salvo Costa Rica y Uruguay, los Estados Unidos preferían gobiernos duros y alineados para los que no existía siquiera la oportunidad de una democracia en los términos del capitalismo.

Los sátrapas del azúcar amargo

La novela se inicia con el relato de las andanzas de dos personajes, Sam Zemurray, un judío que nació cerca del Mar Negro, y huyó de los progromos rusos a los Estados Unidos, dueño de la United Fruit bananera y criminal, y el experto en relaciones públicas, Edward L. Bernays, sobrino de Segismund Freud. Ambos se reunieron, en 1948, a pedido de Zemurray, que quería mejorar sus comunicaciones. En su libro “Propaganda”, de 1928, Bernays planteaba: “La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen el gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país…”. Así, el asesor se convirtió en una pieza clave de la expansión de la United Fruit, a la que aludirían los poetas Nicolás Guillén y Ernesto Cardenal en su obra.

Entre el 15 de marzo de 1951 y el 27 de junio de 1954, Arbenz intentó con recortes al poder por la tierra de los grandes terratenientes, dar un salto democrático y productivo, sumando a los indígenas a la propiedad de tierras y el cultivo, que no fue jamás exagerado ni afectó propiedades en estado de producción. Fue Bernays quien recogió el guante que ofrecía el senador republicano Joseph McCarthy en su cruzada anticomunista. La manipulación del poder, los militares y las corporaciones, abrumaron hasta destruir el poder popular en Guatemala.

El crimen fue el vehículo que se utilizó para afirmar el poder de la United Fruit

La novela abunda en datos concretos de la política guatemalteca de aquellos años y la relación de la política con el poder, ofrece un personaje principal en la madeja de vínculos que unieron a Castillo Armas, el golpista, con Rafael Trujillo, y otros, en la gesta de un contubernio tramado en sangre para sostener un orden que bendijera Washington. Miss Guatemala, Marta Parra, renace en el relato como un puente entre las distintas razones de las miserias que el régimen de ese país precisó para ir al golpe y sumirse en la razón psicopática de la paranoia cortesana.

Espías, asesinos y amantes

Un recorrido de espías, embajadores, personeros de toda laya, son recogidos con precisión y escritos con la sencilla artesanía de un narrador a ras de tierra, como es Vargas Llosa

Tal vez luce contradictorio desde sus novelas recientes como “La Fiesta del Chivo”, vinculada a “Tiempos recios” o “Cinco esquinas”, donde se muestra crítico del sistema capitalista. Al plantear la proyección del macartismo en Centroamérica, y el arrastre de las políticas de las corporaciones retrógradas en sus territorios, muestra la ambigüedad propia de alguien que ha elegido un renglón del arte para expresar ideas que no sostiene en su vida.  

El asesinato de Castillo Armas, la huida de los espías de Trujillo y Marta Parra, que logra convertirse en amante del dictador, la posterior conversación de Vargas Llosa con ella muchos años después, le dan un grado intenso de realismo que refuerza la ficción en una estructura viva, centelleante, donde reaparecen como fantasmas históricas novelas de la realidad centroamericana. En ese lugar se apunta el escritor para reformular un tiempo histórico que precisa revisiones, relecturas y nuevas ideas para movilizar a quienes son protagonistas de su presente.

“Detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen”, expresaba Balzac como si fuera un personaje de Vargas Llosa, anticipando a Bakunin, quien estimó que “Los estados poderosos sólo pueden sostenerse por el crimen”

En el silencio de los tiempos, los tiranos dejan argumentos que la literatura recoge para ensayar una respuesta. El escritor de “Conversación en la catedral” hizo a su modo un diálogo con las épocas que siempre se remedan a sí mismas, y recuperó una vez más en las letras cierto don de saber que perdió en las tablas de la política. Esta vez recordó que, en ciertos pasajes de su existencia, la capacidad de escriba se unía a su calidad de convicción y aportó una mirada que puede recogerse ahora para discernir acerca del destino de América, el continente que confirma la universalidad. Lo dijo, sin que lo sepa Vargas, la filósofa Amelia Podetti.

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