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Coto, yo te asesino (*)

Los hechos sociales, bien sabemos, nada tienen de naturales. Hay causas y, por consiguiente, efectos. Tal como lo señala el sociólogo español Josep Vincent Márques en su trabajo “No es natural”, “… las cosas no son necesariamente, naturalmente, como son ahora y aquí. Saberlo le resultará útil para contestar a algunos entusiastas del orden y del desorden establecidos, que a menudo dicen que ‘es bueno y natural esto y aquello’, y poder decirles, educadamente, “veamos si es bueno o no, porque natural no es”. 

Por Beatriz Chisleanschi

Si grandes porciones de la Amazonia se están incendiando no es por pura contingencia de la naturaleza, es por la definición tomada por un gobierno depredador en complicidad con otros gobiernos depredadores, a quienes poco le importan el medio ambiente y la humanidad.

Si se mata por la espalda, o se asesina con una patada en el pecho, es porque se habilitaron situaciones para que ello ocurra con manifestaciones del tipo, “un efectivo que cumple su obligación no puede terminar procesado”, o bien, se felicita a los ejecutores del crimen y se dice públicamente, “el que quiere andar armado que vaya armado”.

En estos últimos días nos enteramos que custodios de una sucursal del barrio porteño de San Telmo, del supermercado Coto, asesinaron a golpes a una persona de 68 años. ¿Su delito para recibir semejante castigo que acabó nada más ni nada menos que con su muerte? robarse un chocolate, un aceite y un queso. Sí, en el supermercado Coto, el del “yo te conozco”, el mismo del arsenal de armas escondidas y de las cuales nunca supimos ni por qué,  ni para qué.

Coto, el que despidió a Claudio Musacchio, al día siguiente de asumir como delegado y quien fuera empleado jerárquico de esa cadena durante nueve años. Y, en represalia, también despidieron a sus dos hijxs que trabajaban en otra sucursal.

Una clara metáfora de época: lo que importa es el mercado, no la vida humana

El espiral de violencia que vivimos, la barbarie en su máxima expresión, muestra el desprecio por el otro, ese otro que su sola mención incluía lo colectivo, al par, a la par, a unx mismx mirada en el espejo que era ese otro. Matar a un hombre mayor a las patadas (ya no importa el hecho cometido) no es más que la demostración del fin de la otredad. Si se  mata sin siquiera preguntar “quién anda ahí”, es porque, en el imaginario del asesino, no tiene enfrente un otro, tiene una nada. Tiene un ser que no le importa si vive o no vive.

Cuando una sociedad deja de ver al otro, se deja de ver a sí misma y entra en altos niveles de putrefacción.

Para el mercado, y el supemercado, el otro existe en tanto mero consumidor, tienen un valor comercial, no humano. Es un otro (u otra) construido en base a la necesidad del que domina, en este caso, la maximización de ganancias. Si no sos consumidor/a, si no sos consumido/a por el mercado, no existis como tal y por tanto, podés ser matado a golpes.

Tal como señaló oportunamente el filósofo Darío Sztajnszrajber en entrevista realizada por el portal Enredando: “Lamentablemente, vivimos en una cultura que lo que hace permanentemente se construye un otro necesario para la autoafirmación de aquel que ejerce ese poder. Y en esos términos hay un montón de otros que viven permanentemente esa doble exclusión. ¿Por qué doble? Porque por un lado se hallan excluidos en términos lineales pero al mismo tiempo se hayan excluido en nombre de cierta tolerancia, que es tal vez una exclusión, no peor en términos de violencia, pero sí peor porque está de algún modo oculto el mecanismo, lo que se conoce generalmente como el paradigma de la tolerancia, que es aquel que defiende tolerar al otro en la medida que se adapte a las reglas que alguien escribió y considera que hay que cumplir”.

El viernes 23 de agosto nos enteramos del despido de un trabajador que fue empleado durante 6 años de la empresa D´Agri. Fue el propio despedido quien contó por un posteo de Facebook que el pasado miércoles 21 no le permitieron ingresar a la planta sólo por ejercer un acto de solidaridad: La empresa es una industria de pasta que fabrica marca propia y para marcas importantes del mercado. Como por convenio nos dan 2 kg. de pastas por semana, ante la situación que vive el país comencé a juntar esos ravioles para llevar a comedores comunitarios con la buena colaboración de compañeros que se solidarizan, me daban lo que podían, a veces no juntaba los 20 kg. que los llevaba cada 15 días, había semanas que no alcanzaba a juntar lo suficiente y compraba lo que me faltaba en Día, Carrefour o Coto , para completar los 20 kg».

El primer comedor fue el lucerito del barrio el Lucero de Madero y el actual es Rayito de luz de Ciudad Evita, un comedor que necesita mucha ayuda. Bueno, llego el Sr. García de RRHH y me comunica que por esas donaciones la empresa me despide.” – relata Osvaldo Gerardo Scavone.

El macrismo está más cerca de la puerta de salida que de la entrada, pero el daño ocasionado en estos tres años y medio en términos económicos, humanos y culturales ha sido muy grande. Rompieron todo lazo solidario, instalaron el odio como un hacer cotidiano, y aún en agonía y hasta el último minuto de vida, intentan que el miedo y el terror restrinjan la conciencia y el pensamiento. Restrinjan el amor y la solidaridad.

Más allá de las acciones concretas que se lleven adelante, como la campaña ya iniciada para declararle el boicot a Coto, hoy, más que nunca antes, sabemos que la batalla es por el sentido. Como sociedad necesitamos dar vuelta la taba y que lo humano vuelva a primar sobre el mercado. La batalla es cultural.

(*) Publicado en Revista PPV, Periodismo Por Venir

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