Ricardo Ragendorfer, notable narrador de tiempos insoportables
El escritor Ricardo Ragendorfer confirma en su nuevo libro “Los doblados”, la jerarquía de un relato descarnado, por momentos abismal, a través del que busca reconocer aspectos de la brutal etapa política que vivió el país en los años setenta.
Por Alejandro C. Tarruella
Ricardo Ragendorfer se mete, ahora, como antes lo hizo en “La bonaerense” o en “La secta del gatillo”, título que tomó de un relato policial sobre aquellos días que realizó Rodolfo Walsh en el histórico periódico de la CGT de los Argentinos, con un caso singular:
Era natural que el género policial atravesara su relato, ese género anticapitalista que no reconoce transiciones para tomar un asunto con cierto carácter público para desnudarlo sin contemplaciones ante los ojos y la sensibilidad de un lector que hoy, lo tiene por uno de los mayores narradores argentinos.
No en vano, Ricardo Piglia sostiene que “El género policial habla muy bien de lo que es el capitalismo. Es un gran género anticapitalista, como lo es la ciencia ficción. El policial, sin dar nombres propios, está siempre diciendo que lo que hay es corrupción, horror, asesinato, no hay moral”.
Y en cierto modo, la labor del Batallón 601 durante la dictadura, que trata con detalles Ragendorfer, tiene una cara en la exposición del terrorismo de Estado y otra en la revelación que constituye “Los doblados” que se refugia en la historia y elabora en lo descarnado de su narración no un testimonio sino una interpretación sin concesiones de una etapa dramática de la vida nacional que se emparenta desde la acción del tirano Videla con las tropelías de Pinochet, el Plan Cóndor y la “colaboración” entre los depredadores. Finalmente, el objetivo era encolumnar la suerte de los países de suramérica, en los rumbos del imperio del norte.
Ragendorfer partió de una entrevista que realizó al represor del Batallón 601, el mayor Carlos Españadero el 12 de mayo de 2013 en “Tiempo Argentino” (“Historia del represor que se encariñó con el espía que había infiltrado en el ERP”), que logró poner a su favor al militante de una fracción de las Fuerzas Armadas Peronistas ya fuera de la conducción de Envar Cacho El Kadri, el «Oso» Ranier, soplón que infiltró en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Ranier aparentemente, fue uno de los asesinos del dirigente del gremio mecánico, Henry D. Kloosterman, el 22 de mayo de 1973, tres días antes de la asunción del presidente Héctor J. Cámpora.
Rainier se infiltró en el ERP de Santucho, que al carecer de una ligazón profunda en la sociedad, posiblemente hundido en un militarismo que provenía también de la incapacidad de compartir la elaboración política de un proyecto casi con nadie, se vio sacudido por infiltraciones de todo tipo. Españedero alcanzaría con Ranier un nivel de información que le permitió anticipar el triste episodio del intento de tomar el cuartel Viejobueno del ejército, en la localidad de Monte Chingolo (23 de diciembre de 1973).
Santucho planificó en aquella ocasión, una especie de lanzamiento de su organización hacia la nada. Y demostró la rara incapacidad de pensar la realidad que lo circundaba al punto de contribuir a una masacre sin destino, en la que incluso, enfrentaba a soldados con guerrilleros. No tenía el cuidado de Fidel Castro en el Moncada tal vez porque en el fondo, no había proyecto sino expresión visceral de un rechazo sin contenido. La infiltración que narra Ragendorfer con maestría, dejando observar la crudeza del impacto de carecer de inserción en el pueblo por parte de la organización político militar. Rainer y otros “batidores”, pasabar a ser parte de la estrategia del 601, cuyo jefe, el coronel Alberto Alfredo Valín, parecía ser un hombre ligado a la Cia desde años antes cuando llevó a Bolivia las muestras dactiloscópicas del Che Guevara a pedido de un jefe de esa organización. Valín acabaría metido en el golpe en Bolivia en 1980 y luegoen las incursiones de la represión en Nicaragua.
La razón y la ambigüedad
Resulta interesante hundirse en la complejidad que otorga incluso, un grado de ambigüedad que aparece en Ragendorfer al redescubrir en la extraña madeja de la vida cotidiana los rasgos de humanidad, incluso los repudiables, en esos personajes propios del desecho que produce la marginalidad cuando ocupa protagonismos relativos en la vida social. Se ve en el vínculo entre el jefe espía y el soplón, y se percibe en los vínculos entre los guerrilleros que solo alcanzas a descubrirlo cuando asimilan lo dramático de un quehacer que les lleva vidas.
Y ahí hay un rasgo común a las organizaciones que hicieron de su proclamada razón armada, su rumbo al desastre. Carecían de vínculos profundos con el pueblo y privilegiaban cerrarse ante la política y rescatar lo militar, allí pasaban a emparentarse con el enemigo, desconfiaban pero no admitían lo que la realidad les exponía con crudeza. La muerte los rondaba como un animal impredecible que los conducía a la oscuridad y por momentos, parecía que no había resistencia a ese llamado.
El Estado ejercía el terror y cierta dirigencia parecía determinar ir hacia esa boca del lobo. El cuándo “peor mejor” que transmitían algunos dirigentes aportaba al golpe de Estado, al carácter policial del relato, pero no a un cambio que pudiera favorecer a un movimiento nacional. Sin expresarlo, se siente ese estado de cosas en “Los doblados” que bien puede dejar establecido que los quebrados en el ejercicio de su militancia, aunque no expresaran de ese modo su sentimiento, eran en cierto modo, doblados en otro sentido. El de concurrir sin resistirse al desastre como su purgaran una extraña culpa indescifrable.
El dolor aparece ligado a sufridos militantes, a las mujeres (PolaAugier lo describió incluso en su libro “Los jardines del cielo”), que vivían las heridas con profunda humanidad, como lo era el callar ante la represión que sostuvieron aguerridos muchachos.
“Lógicamente que el tema de la traición en ese ámbito me llevó también a explorar otras cosas que me interesaban mucho y no estaban debidamente abordados por la profusa bibliografía que existe sobre la época de la dictadura, que es la estructura, el funcionamiento y los personajes que estaban en el batallón 601”, reconoció el propio Ragendorfer al abordar la traición ante la cual por la propia ambiguedad que disparan los hechos, era algo más que un proceder de un único sector.
A veces, parece escudarse de tal manera, que el lector debe profundizar la trama sugeridas en un libro para encontrar allí, aspectos que delatan por último, a un escritor notable que puede en un policial dar pistas que expuestas abiertamente, serían poco menos que insoportables. El arte tiene esos subterfugios solo reservados a los grandes y Ragendorfer anda por ahí, como uno de los mayor expositores de un género que en su gestión, se renueva, gime y crece en la mirada de los otros.