24 de marzo: 40 años después, las ideas de la dictadura se imponen en elecciones libres
El 24 de marzo de 1976 la clase dominante le ordenó al Ejército asaltar el poder para terminar con una tarea que había dejado inconclusa en 1955: aniquilar al peronismo como condición previa a la imposición de su política económica.
Escribe Claudio Siniscalco, especial para InfoBaires24
En ambos procesos (aunque en forma mucho más notoria en la etapa 1946-1955) se observaba la misma dinámica: gobiernos peronistas transformadores, que transferían ingresos a los asalariados, que les otorgaban derechos, que propiciaban la intervención del Estado para evitar los abusos del mercado, que, en definitiva, colocaban como eje de sus políticas a “la felicidad del pueblo”; eran derrocados por dictaduras cívico-militares.
Esas dictaduras, corporizadas en las fuerzas armadas, pero con imprescindibles apoyos internos (los representantes de los intereses económicos dominantes, una parte de la sociedad civil, partidos políticos, jerarquía de la Iglesia) y externos (Estados Unidos), se proponían borrar al peronismo de la faz de la Tierra.
Fusilamientos, persecuciones, bombardeo de la Plaza de Mayo, proscripción y hasta la prohibición de mencionar los nombres vinculados a lo que denominaban “la tiranía”: Perón, Evita, Peronismo, etc.
Perón muere en el ejercicio de un convulsionado tercer mandato presidencial (previos años de exilio, resistencia y brevísima gestión de Héctor Cámpora) y su sucesora, María Estela Martínez (Isabelita) es derrocada el 24 de marzo de 1976.
Esa dictadura elevó los estándares de crueldad e intentó cumplir, de una forma más eficaz, con el deseo de sus antecesores de 1955: que el peronismo, principalmente, aunque también fuerzas de izquierda combativas, simplemente desaparecieran.
Luego de secuestrar, torturar y asesinar a miles de personas; destruir la industria nacional; endeudar escandalosamente al país y conducirlo a una guerra, los militares dejan el poder a fines de 1983.
Desde Alfonsín se suceden varios presidentes y, con avances y retrocesos, se va consolidando el sistema de vida democrático. Los militares salieron del escenario; incluso muchos jóvenes ni siquiera los conocen. La palabra “oligarquía” es considerada una antigüedad, un término casi absurdo.
Lo que antes podía imponerse sólo por la fuerza, porque era inaceptable para la sociedad, ahora puede lograrse convenciendo a la gente en una campaña electoral, con sonrisas amables y consignas vacías
Pero entre 2003-2015 tiene lugar el tercer ciclo peronista. Y acá viene la mayor novedad en el funcionamiento del sistema político argentino de los últimos 70 años. A ese período de tres mandatos presidenciales continuos del peronismo no lo sigue una dictadura, sino que, por primera vez en la historia, la derecha liberal-fascista llega al poder a través de elecciones libres, presentándose como tal y formando su propio partido: sin fraude, sin militares, sin esconderse detrás de un partido popular.
Lo que antes podía imponerse sólo por la fuerza, porque era inaceptable para la sociedad, ahora puede lograrse convenciendo a la gente en una campaña electoral, con sonrisas amables y consignas vacías.
Este hecho, aparte de significar una señal de alarma que requiere un debate profundo, nos plantea un interrogante. ¿Bajo qué mecanismos se procesará el fenómeno transformación peronista-reacción antiperonista? La Argentina es otra, el mundo es otro. Aunque quisieran, no pueden salir a matar gente como hacían los militares que ellos admiran (más allá de que se sientan muy cómodos reprimiendo). Sería insostenible.
Tal vez apliquen todo el repertorio de la dictadura (que ya lo vienen haciendo), excepto matar mucha gente. Eso sería mal visto, sí. Y ahora que el mundo cambió, hasta sería mal visto por nuestro ilustre visitante del gran país del norte.