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“Yo San Tucho”, un mundo real, cruel y fantástico caído del cielo

Alejandro C. Tarruella

Escribe Alejandro C. Tarruella

Lo oscuro que esclarece

Marcos Rosenzvaig, autor de la novela “Yo San Tucho” (editada por Marea que dirige la periodista Constanza Brunet), es un calificado hombre de letras y de palabras. Su novela tiene un personaje central: Julio López, el taxista que pasa a ser acaso un extraño alter ego, especie de Santucho, que se dedica a bucear la oscuridad de la dictadura que nos asoló hasta 1983. López está obsesionado con la historia de Roberto Mario Santucho, el líder guerrillero, y se hundirá en ella cuando intenta hallar su cuerpo asesinado y desaparecido, a manos del ejército de Videla, aquel frío miércoles del 19  julio de 1976, en Villa Martelli, Vicente López.

Cuenta que Santucho se movía en la semioscuridad usando algunos de sus nombres de guerra que fueron además de Roby y otros, los que pueden haber perdurado en la escucha de muchos. En esta novela, esa memoria es recuperada y actualizada a través del arte que es un campo del saber que crea nuevas fisonomías, relatos, ansiedades y universos paralelos, y es a libre elección donde se reinterpretan los hechos, se polemizan y por fin suceden al menos dos cosas: se pone una realidad en presente o se hace de lo anacrónico algo afín a nuestra contemporaneidad. Son inevitables desafíos del escritor.

Rosenzvaig escoge el desafío de no desdeñar lo precedente pero prefiere montar lo dicho en su propia definición de la literatura, cruzando la realidad con lo fantástico. Se puede percibir a la realidad como una idea metafórica casi absoluta, inapresable, pero que determina algo que se nos aparece como si lo fuera. Finalmente, la realidad es también relativa, una interpretación que vaga con nosotros en presente, y esta novela parece expresarlo así. Tzvetan Todorovo escribió que “El arte es una imitación, diferente según el material que se utiliza; la literatura es imitación por el lenguaje, así como la pintura es imitación por la imagen. Específicamente, no es cualquier imitación, porque no se imitan las cosas reales sino las ficticias, que no necesitan haber existido”. Ese es en parte la razón del creador.

Santucho y su doble

De modo que el presente es también un campo de vaguedades y allí se desenvuelven el personaje de Rosenzvaig en procura de dar con el cuerpo de Santucho muerto en un enfrentamiento violento en aquel departamento de Villa Martelli, donde se había ocultado con jefes del ERP, que se preparaban para salir del país cuando su organización estaba destruida por la represión. El escritor vaga entonces a través de la búsqueda del taxista López, que cree que él mismo es Santucho, que entrega su vida a la causa que lo hace ser en su ficción de intimidad, el mismísimo Santucho instalado en su doble. Busca entonces, en su angustia, las esquivas razones de los hechos. Reúne sobre sí a las convicciones del jefe guerrillero y atraviesa episodios y personajes a través de lo parasicológico desde donde accede a lo fantástico. Transmutado en San Tucho que sigue el mandato del Che Guevara, se va a hundir en las mazmorras oscuras de Campo de Mayo donde se ejercía un perverso culto a la muerte que mezcla lo ficticio y lo onírico en una nueva historia que no esquiva jamás los hechos consumados en periódicos e informes oficiales para plasmar su verosimilitud en una obra vibrante persuasiva y original.

Se subraya en la novela que hubo infiltrados en las fuerzas de Santucho y por lo tanto ¿saber que el fracaso está frente a nuestros ojos e ir por él, no es una pulsión explosiva, una necesidad casi infantil de que algo suceda para sentirnos vivos hasta en la muerte? Hay algo de eso en las búsquedas de Julio López, acaso un doble, infortunado hombre alejado de los protagonismos o simple personaje del montón como esos servidores de la burocracia o merodeadores de su universo, que describió Dostoievsky, que suelen consumar un crimen para encontrar su pulsión de vida. Esto sucede en la literatura donde la sangre se disuelve en la pulpa.

Hay un campo de lo moderno en la exposición del escritor, pero también de lo absurdo porque hay variantes de ese imprevisto en los hechos que se suceden y en ocasiones, como en los devenires de 1976, existía un desgarro en la necesidad de que ocurran episodios voraces y sangrientos, en los que la persona pudiera para respirar o dejar testimonio antes de seguir. La sucesión alocada, fantasmal de los acontecimientos implicaba hundirse en una suerte de locura de realidad ininterrumpida, y eso aparece sugerido por Rosenzvaig.

Sucede luego, que cuando la literatura entrelaza episodios para urdir una trama sólida y aparece el presunto pasado desde un ámbito nebuloso, donde la lejanía se torna un punto de cercanías, hay un hecho inabordable que solo se explica por la creación que se hace de sus fragmentos. En eso, podría aplicarse la acción fantasmal a distancia de Einstein porque personajes e historia pertenecen a mundos en vínculo, a veces perceptibles, a veces secretos. Lo vemos en el fantasma del padre del príncipe Hamlet o en un cuento James Joyce, “El muerto”, donde hay un desenlace cuando Gabriel Conroy repara en que su esposa está poseída por la memoria invasiva de Michael Furey, el joven que la amó en días pasados. En Pedro Páramo, el fantasma del padre, que emerge a su vez de la literatura y las culturas nórdicas, se hace de la escena la actúa, la rehace y la transforma. Poe, a quien perseguía un fantasma por las calles bulliciosas de Baltimore antes o después, en su cuento “William Wilson”, quien relata que un joven descubre que otro lo persigue y va detrás de él paso a paso. El acoso del desconocido se hace insoportable y cuando la confusión lo asalta, William Wilson lo enfrente y va a encontrar la muerte como si en cierto modo, estallara el relato del propio final del escritor. Es posible de ese modo imaginar la historia como referente de otras historias en el logro de un lenguaje propio, con una escenificación y una dramatización de cierto volumen que iluminan el campo del escritor.

La novela trabaja con diálogos de diferente procedencia localista. Y sorprende entonces, en particular, el personaje de Angélica en el desenlace, al narrar las peripecias que suceden en Pozo Hondo, Santiago, en el departamento de Jiménez lindante con Tucumán, donde se va a hallar a un “caído del cielo”, un guerrillero arrojado desde un helicóptero. Allí, otra vez, realidad y ficción se van a fundir en un escenario que pasa a ser el del escritor y sus personajes. La historia entonces, es incluso naif y revela el modo en que el pueblo se alista a reconstruir la memoria con un profundo sentido artístico, y tal vez nos permite ahondar en lo universal, la singularidad que trazó Tolstoi. Pudo bien haberse preguntado el escritor, como un presocrático de Tucumán, ¿qué es lo lleva de saber adentro la ignorancia que yo desconozco?

¿Es realidad, fantasía, recurso onírico que se sumerge en la soledad del lector? Vaya uno a saberlo. Difícil desafío para el lector hace Marcos Rozenzvaig. Malhaya difícil destino los lectores argentinos. Yo aconsejo leer y compartir esta aventura.

Marcos Rosenzvaig, tucumano de 1954, es “profe” de Letras de la Universidad de Tucumán y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Es actor, director en Argentina, Italia, España y Suecia y autor de ensayos y obras teatrales como “El veneno de la vida”, “Edipo en la cruz”, y “El pecado del éxito”, entre otras.

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