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Vivir para escribir, escribir para vivir

Alma Rodriguez

La literatura, como un conjuro, es una de las formas de eternizar la palabra. El otro conjuro es el cine, que todo lo registra y lo atesora. Ambos lenguajes, literatura y cine, no suelen reunirse pero cuando lo hacen aseguran doblemente esa eternidad.

Dice Deleuze: “El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta, entonces, como una iniciativa de salud”. Esta frase puede aplicar perfectamente a la figura de Juan Filloy, “el hombre de tres siglos” quien vivió para escribir y escribió para vivir. Juan Filloy, “un atleta de las letras” como lo nombró alguna vez un biógrafo, fue un hombre de mil vidas, no sólo por la extensa cantidad de años vividos sino por la proliferación de su obra: además de escritor, fue abogado, juez de cámara, traductor, bibliotecario, caricaturista, poeta, periodista, entre otras cosas. Y un gran creador de palíndromos. Filloy representa una de las figuras más enigmáticas y admiradas de nuestra literatura.

“Don Juan”, la película sobre la vida de Juan Filloy escrita y dirigida por Mempo Giardinelli, es mucho más que una película: es un canto a la amistad, un homenaje a la escritura, un documento histórico. Es también el producto de una relación a lo largo de años entre dos escritores. Es que para lograr este film exquisito, Mempo pasó décadas recolectando material fílmico, auditivo, literario surgido de los encuentros que prodigó esa amistad con el escritor cordobés.

Luego de su estreno, Infobaires24 dialogó con Mempo Giardinelli acerca de la película.

-¿Cómo y cuándo comenzó tu interés por la figura de Juan Filloy?

Hace muchos años, cuando regresé del exilio y fundé la revista Puro Cuento, yo tenía la decisión de algún día encontrar a Juan Filloy, un autor casi desconocido de quien había leído tres novelas que me conmovieron: Periplo, Estafen y Op Oloop. Entonces un día me largué a Río Cuarto, Córdoba, y fui y toqué timbre. Nadie respondió pero lo encontré enseguida en el Grand Hotel, frente a la plaza principal, adonde se había mudado y donde vivió muchos años. Allí lo entrevisté y publiqué un largo diálogo en el número 6 de mi revista. Y después volví a esa ciudad un par de veces, empezamos a escribirnos cartas como se hacía años atrás, y así nos fuimos haciendo amigos, aunque yo siempre me consideré apenas un discípulo suyo.

-¿Cómo surgió la idea de filmar esta película?

Ocurrió lentamente, y de manera casual. Desde la primera vez que hablé con Filloy en Río Cuarto me pareció insensato que ese hombre ya nonagenario pudiera morirse sin que quedaran testimonios fílmicos. Así que la segunda vez que fui a verlo, le pedí a un alumno de mi taller, que estudiaba cine, que me acompañara con una cámara. Ese alumno es Julio Mandel, hoy mi asistente de dirección en el film. Con Julio grabamos las primeras imágenes, en viejas cámaras y sistemas Betacam y VHS.

-¿Cómo fue la génesis y el proceso de realización?

Supongo que hubo varias etapas a lo largo de tantos años. En efecto, viajamos varias veces y filmamos en total como cinco horas, en cassetes que estuvieron archivados durante años. Hasta que en 2012 me di cuenta de que yo también podía morirme sin haber hecho esta película, y entonces escribí un guión y empecé a recuperar aquel material. De hecho hubo partes que perdimos, pues ni Julio ni yo las encontramos ya que habían pasado muchos años. Pero recuperamos todo lo que se pudo, y yo volví a viajar a Córdoba, a La Carlota y Río Cuarto en busca de materiales y testimonios de los familiares de Don Juan. Su hija Monique, recientemente fallecida, fue fraternalmente generosa y colaborativa con este proyecto. Hay algo de lo autobiográfico también en el film.

-¿Qué encontrás de él en tu literatura?

Es posible, y un par de personas me lo han señalado. Filloy fue muy importante en mi vida, e ineludiblemente también en mi literatura. Yo tuve la fortuna de contar con dos Juanes importantísimos en mi vida: Juan Rulfo en México, y Juan Filloy a mi regreso al país. De hecho han sido mis dos maestros, y sus influencias para mí fueron definitivas. Quizás no tanto en lo temático, pero sí en mi conciencia literaria, en mi posicionamiento moral y estético y en mi actitud vital como escritor.

-¿Cómo sigue el camino de la película?

Quién sabe. Por ahora la terminamos, con Julio y con Mariana Jaroslavsky, camarógrafos y editores ambos, en espera de la calificación del INCAA y de que nos asignen sala para el estreno oficial. Y muy confiados porque el producto es bueno, honesto y representativo de uno de los más grandes escritores que dio nuestro país.

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