Más de siete meses estuvo Santiago en Mendoza, más precisamente en Godoy Cruz, en su tránsito hacia Chile. Un grupo de gente que lo cobijó como un amigo que tenía conocimiento, virtudes y una forma de vida libre para compartir y transmitir.
En esos meses, se ganó su apodo de «Brujo», y los relatos coinciden en que el lugar lo ayudó a conectarse con su propia historia, además de dejar en claro que jamás dejó de contactarse con su familia vía telefónica.
“Pensaba mucho en la historia familiar, en sus abuelos, que trabajaban en relación con la producción de olivos y acá se sintió identificado con el paisaje. Tenía mucha relación con la familia, con la madre, muy pegado a la abuela… lo llamaban día por medio y se iba al patio para hablar tranquilo, charlas largas”, dijeron a elotro.com.ar personas de la ciudad mendocina que compartieron con Santiago y llegaron a conocerlo
En aquellos meses trabajó como tatuador, ofreció talleres para transmitir sus conocimientos sobre tinturas madre con hierbas, además de haber participado en murales y hasta dejar textos que configuran su pensamiento anti sistema. El Centro Cultural La Lagunita de El Bermejo, fue uno de los lugares por donde pasaron sus ideales, sus iniciativas, sus proyectos.
“Siempre fue muy divertido, tranquilo pero activo. Ya tenía incorporadas muchas prácticas y miradas alternativas cuando llegó. Él siempre había acompañado distintas luchas, aunque sin formar parte de una estructura o de un partido. Hasta donde sabemos, salvo algunas detenciones por averiguación de antecedentes, nunca había estado en un evento represivo como el del 1 de agosto”, describieron.
«Aquí y ahora la lucha continúa», grita en el final. Esperemos que este grito siga escuchándose en su nombre.
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