Un encuentro con chalecos amarillos aumenta la tensión entre Italia y Francia
La reunión de Luigi Di Maio con los manifestantes franceses desató una crisis bilateral. La Cancillería francesa deploró las “reiteradas acusaciones” y las “declaraciones ultrajantes”, por parte de Roma. Por su parte, Matteo Salvini expresó su anhelo de que el pueblo francés se liberara lo más pronto posible de “un pésimo presidente”.
La batalla por le hegemonía ideológica de Europa se cobró una víctima inesperada: la relaciones entre Francia e Italia. Ocho meses de tironeos entre París y Roma al mejor estilo de Donald Trump desembocaron en una crisis tan inédita como espesa entre las dos capitales. Francia llamó este jueves a consultas a su embajador como respuesta a los constantes agravios provenientes de Italia desde que la coalición entre los fascistas de La Liga y el movimiento post ideológico 5 estrellas formaron una coalición de gobierno.
La crisis no tienen precedentes entre dos capitales de dos países que han sido el zócalo fundador de la construcción europea. La cancillería francesa deploró las “reiteradas acusaciones”, las “declaraciones ultrajantes”, la “injerencia” y “la falta de respeto” por parte de Roma. El gesto que colmó la paciencia del presidente Emmanuel Macron fue el encuentro que mantuvo en Francia el martes de esta semana el vicepresidente del Consejo Italiano y jefe del movimiento 5 estrellas, Luigi Di Maio, con un grupo de representantes de los chalecos amarillos. Luego de este intercambio, el mismo Di Maio hizo circular la información de la entrevista con los chalecos en las redes sociales, donde escribió, dos veces: “el viento del cambio atravesó los Alpes”.
París consideró que ello, más las otras declaraciones de los líderes italianos, “constituían una provocación suplementaria e inaceptable. Violan el respeto que le corresponde a la elección democrática hecha por un pueblo amigo y aliado. Violan el respeto que se deben los gobiernos democrática y libremente electos” (Agnès von der Mühll, portavoz del Ministerio francés de Relaciones Exteriores).
Entre Di Maio y Matteo Salvini, jefe de la extrema derecha italiana y peso pesado del gobierno, los dos hombres fueron tejiendo una frondosa retórica de agresiones contra la presidencia francesa. Salvini, por ejemplo, expresó su anhelo de que el pueblo francés se liberara lo más pronto posible de “un pésimo presidente”. Detrás de esta querella se esconde en realidad una batalla mucho más amplia por la hegemonía política dentro de la Unión Europea de cara a las elecciones europarlamentarias del próximo 26 de mayo.
Salvini y sus aliados trumpistas que se desplazaron al Viejo Continente, entre los que se encuentra el ex consejero de Donald Trump, Steve Bannon, cuentan con modelar un frente europeo de extrema derecha contra los partidos liberales, pro europeos y globalizadores, un eje donde Emmanuel Macron aparece como el paladín. El mismo desarrolló a lo largo del tiempo la idea de que la consulta europea era una suerte de escenificación de las elecciones presidenciales francesas, es decir, el pro europeísmo contra los nacionalistas populistas. De allí la protesta francesa que consistió en aclarar que “una cosa es tener desacuerdos, otra instrumentalizar la relación con fines electorales”.
En ese contexto, mientras las izquierdas europeas los miraban con tanta fascinación como desconfianza, los chalecos amarillos se volvieron un postre muy tentador para las ultraderechas, la de Francia y las de afuera. Donald Trump habló de ellos, Steve Bannon también y los italianos no tardaron en ver una oportunidad para acercarse a ellos y recuperarlos. De allí el encuentro entre Di Maio y dos de los líderes chalecos así como las insistentes provocaciones de Roma. Matteo Salvini, cuando en noviembre surgió el movimiento amarillo, fue uno de los primeros en usarlo contra el jefe del Estado francés. “Macron ha dejado de ser mi adversario. No es más un problema para mí. Es un problema para los franceses”, dijo Salvini.
Macron había denunciado “el cinismo” y a “irresponsabilidad” de Italia cuando le negó al barco humanitario Aquarius echar ancla en sus puertos con más de 600 migrantes a bordo. La acusación enfureció a los italianos, tanto más cuanto que, más tarde, Macron volvió a evocar “la lepra que asciende en Europa” y las tentaciones nacionalistas. Salvini le respondió: “tal vez seamos populistas leprosos, pero las lecciones yo las recibo de quienes abren las puertas. Reciban a miles de migrantes y luego volvemos a hablar”.
Fuente Página 12