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Ramón Ayala estará por siempre en la poética mestiza del sur del mundo

Ramón, el argenparaguayo notable

Alejandro C. TarruellaPartió Ramón Ayala, hijo del pueblo de Garupá, notable artista de Misiones, hijo de una paraguaya y su papá de Yapeyú como San Martín, poeta de la unidad en la unidad misma de su piel, su poesía y su música no siempre reconocida en la misma dimensión de su valía.

Con su madre y sus hermanos, cuando tenía cuatro años se fueron de Santo Tomé (Corrientes) a Posadas, donde vivieron en el barrio de Villa Urquiza y de allí vino a Buenos Aires con ella. Tocó la guitarra de adolecente y fue a dar con el gran músico paraguayo Herminio Giménez, exiliado de Stroessner, soldado en la guerra del Chaco y autor del emblemático tema “Campamento”, luego “Malbita”, director de la orquesta Folklórica de la provincia de Corrientes”. Compartió escenarios con el mendocino Félix Dardo Palorma, con Damasio Esquivel debutó en radio Rivadavia y actuó con Samuel Aguayo y con Margarita Palacios, la gran catamarqueña, con quienes recorrió el país.

En el documental de Marcos López, “Ramón Ayala” Ramón dejaría un legado entrañable y artístico mostrando además su ductilidad respecto de los tiempos en que le tocó vivir y su capacidad de comprender los ritmos propios de la cultura. En realidad, era un poeta vital, un creador torrencial como las lluvias que llegan hasta el arroyuelo que lleva su nombre en Puerto Iguazú. No valen así las calumnias que alguna vez se dijeron al intentar poner en duda su autoría creativa sobre el gualambao. Era imposible que el eurocentrismo que niega nuestro mestizaje histórico cultura, no intentara en Misiones, deslucir su vida. Al eurocentrismo no le entra el carácter guaranítico moreno de ciertas propuestas que, como el gualambao, reúne diferentes fuentes, incluso la afroamericana a la refiere Ramón en su creación histórica basada en la observación de los Saltos del Moconá, de donde surge el ritmo.

Y ahí está Ramón, entre nosotros, cantándonos su palabra, su música, templando la guitarra de diez cuerdas – obra del luthier Ayala- que alguna vez tocó en el patio de mi casa en un asado bajo la sombra de la hiedra. Somos hermanos desde hace muchos años y mis lágrimas tienen el sabor de su gualambao, sus chamamés y su obra monumental en poesía, “Las trincheras ardientes del Paraguay”, escrito en décimas y no reconocido en los ámbitos de las academias que niegan y discriminan. Como no es reconocido por su obra en la canción argentina que alude a la razón común guaranítica y paraguaya que encaró incluso cantando desde que trabajaba en la flota fluvial, hoy destruida, que recorría los ríos desde Buenos Aires al Paraguay con el trío Los tres amigos, Arturo Sánchez, Amadeo Monges y Ayala. Con su hermano, el músico Vicente Cidade, que fue de empleado del Correo Central del Estado a director de músicos en Misiones, creó “El Mensú”.

De sus vida en los barcos, sabía inglés y explicó que era un cantor popular. Como llevaba la guitarra, uno de los guardias le pidió que mostrara su canto. Ramón cantó “El Mensú” (el tema que popularizó en los años ’50 Hugo del Carril en su film “Las aguas bajan turbias”) y los muchachos se pusieron a llorar de la emoción. Tuvo que seguir cantando. Así pasó a Egipto y a otros países. “Posadeña linda”, “El Moncho”, “Canto al río Uruguay”, “El jangadero” y una suma de canciones que afirman un destino común que hoy se pretende poner en duda.

Puede ser una imagen de 1 persona y guitarra

Ramón en Teherán

Ramón me contaba de sus andanzas por el país y el mundo como un gran relator de historias maravillosas de esas que recorren los pueblos. Así, en la dictadura, perseguido y prohibido, decidió que debía partir pero a un destino que le permitiera conocer a otros pueblos. Antes de partir, entrevistado por los represores, uno de ellos le preguntó si era marxista. Con su humor desbordante e indeclinable, respondió: “En efecto, he nacido en el mes de marzo”. Y casi queda preso. Y se fue a Irán adónde llegó con la Revolución de los ayatolas por 1979. Como pintor, una mañana en Teherán, se instaló en un puente y comenzó a pintar. Los jóvenes de la revolución lo llevaron a un centro de detención, acaso una comisaría, y lo acusaron de pertenecer a la Cia y hacer de la pintura, su vehículo. De ese modo, anduvo por ChipreUgandaKeniaTanzaniaLíbanoTurquíaKuwait Irak, España, SueciaFranciaItaliaRumania,  las islas del el golfo PérsicoIránPersépolisKurdistán,  Baréin con la canción en alto. De ahí que “El Mensú” y otras canciones, sean conocidas en todo el mundo, grabadas por diferentes artistas como sucedió en años recientes en París. En Paraguay y Brasil, aunque en Caba –invadida de canciones en inglés colonial – casi no se escuche su creación. Lo conocí por sus canciones de niño. Una vez en esos leí en “Clarín”, en la sección “Mano a mano con su excelencia”, que en 1962 viajó a La Habana invitado por el Che Guevara quien le reveló, esto me lo contó años después Ramón, que había hecho cantar “El Mensú” en la Sierra Maestra donde fue una de las canciones de los guerrilleros.

Ramón vivió los años de 1950, conoció a Pablo Neruda, a Nicolás Guillén, a León Felipe, Rafael Alberti y a Miguel Ángel Asturias en ese andar de la poesía y la vida. De ahí que hacia 1960, grabó en el sello Carumbé de Montevideo, “José Ramón Cantaliso”, poema de Guillen y “Poema 20”, de Neruda siendo las primeras grabaciones de poemas que musicalizó un artista en estas regiones. “José Ramón Cantaliso/ que canta liso, muy liso” para que lo entiendan bien. Llegaron así “El cosechero”, “El cachapecero”,

Su poema “Las Trincheras Ardientes del Paraguay”, es una obra maestra de la poética nacional de la Patria Grande, no reconocida en los  “Ramón Ayala, con la maestría genial de los creadores, trata de poner en su sitio los acontecimientos de la historia como en otrora lo hicieron los autores desconocidos de El Cantar del Mío Cid o Las Huestes del Príncipe Igor, en cuyas alegorías subyacen las epopeyas que sostienen la vigorosa altura de la identidad de los pueblos”, escribió el poeta y escritor chaqueño Carlos Splausky en el prólogo de la obra. Y agregó: “Las Trincheras Ardientes del Paraguay” es sin dudas la obra cumbre de Ramón Ayala. Esta Guerra Grande pensada desde lejos para engrosar los proyectos de las ambiciones sin límites de lo más perverso del género humano, masacrando la dignidad de los pueblos con los maleficios de la codicia”. “Ramón Ayala manifiesta en este libro las infinitas dimensiones humanas ante las adversidades, el equilibrio fastuoso de los espíritus que descubren de repente su destino sin fronteras, el horizonte luminoso de la vida”.

¿Ramón, cómo se baila el gualambao?

Escribió y musicalizó chamamés, zambas, milongas, polcas, gualambaos de su estricta creación y otros géneros con su talento único. Cuando tenía 90 años, actuó de pie en todo su recital en el Teatro de la Ribera, en La Boca. Mercedes, mi mujer, le preguntó cuándo saludaba en el hall como se bailaba el gualambao. Ramón la llamó y bailó allí con ella, la maravillosa música que había realizado para su pueblo y para todos los tiempos.

María Teresa, su compañera de muchos años, lo cuidó en los momentos más difíciles y es a ella a quien dedicó su hermoso tema “Mi pequeño amor” para contar lo grande de esa paraguaya maravillosa que lo despidió el 7 de diciembre, luego de convalecer desde los días finales de noviembre. Ella me contó que una vez, en el Chaco del Paraguay, salió con atril a pintar al campo. Al regresar contó, con el tinte niño del poeta grande, que había estado con dos yaguaretés. Ella se asustó. Y le reveló que se sentaron a mirarlo a unos 30 metros de su atril y luego de observarlo un rato, se fueron. No hay duda, sabían de quien se trataba, que música llevaba en el alma ese otro yaguareté de la creación.

Dijo alguna vez que “Como soy generoso con mi obra, y como mi obra tiene mucho que dar, están esperando a sacar sus plumas y volar. Porque uno es parte del planeta Tierra, y cuando uno es amante de este planeta, y haber nacido aquí no sé si es una casualidad o una causalidad. Como si alguien dijera: ahí en ese rincón hace falta un lenguaraz que diga las cosas de la tierra”. Y nos sigue interpelando con sus canciones porque Ramón Ayala es un creador vivo, estridente, en el saber de una cultura que no se resignará jamás a perderlo.

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