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«PLANDEMIA» , MABELES Y ESCRACHES

En esta crónica vamos a ver una primera parte, en línea de tiempo, en la que aparecen diferentes grupos y distintas personas, que aparentemente provienen de diferentes lugares, líneas de pensamiento y métodos de acción, convergiendo en un mismo tiempo, lugar y forma. La pandemia hizo que esas hojas a la deriva, las junte el viento y, posiblemente, un estamento superior con dinero e intencionalidad política concreta. Este es un primer acercamiento a esos tiempos previos al intento de magnicidio, cuando el huevo de la serpiente empezaba a romperse.

Mientras Brenda Uliarte y Fernando Sabag Montiel interactuaban con algunos de los integrantes del Ministerio del Odio, vínculos que luego del 1 de septiembre de 2022 salieron escandalosamente a la luz, otro grupo de desclasados también encontraba un filón para hacerse de unos pesos, presumiblemente provenientes del mismo canal de financiación. Unos y otros actuarían como un ballet sincronizado, casi sin cruzarse, pero con un mismo fin: hacer que el país viva en caos, generar disturbios, y que todo sea un cuello de botella que lleve a un mismo sitio y un mismo motivo justificado por las acciones preexistentes: el crimen de Cristina Fernandez de Kirchner.

Pensemos a los actores de esta puesta organizados por células: vimos la de «Los Copitos», sobrevolamos la del «Ministerio del Odio». Volveremos a ellas muchas veces a lo largo de estas crónicas. Hoy vamos a hacer un primer acercamiento a algunas mujeres de lo que conoceremos como «Equipo Republicano», a los nazis congregados en el Centro Cultural Rittenhouse» de La Plata, y a algunos dispersos que luego se cobijaron bajo el paraguas de «Revolución Federal».

Todos estos personajes -y muchos más que fungen en los medios de comunicación como operadores políticos- pivotan entre el aval del poder real que los prohija y ampara (empresarial, judicial, político nacional e incluso internacional) y la influencia sobre sectores poco formados, desclasados, frustrados o resentidos por diferentes causas, que van desde jóvenes que no avizoran futuro, a personas mayores que sienten que la vida no colmó sus expectativas. La poca formación y la frustración acumuladas, se sumaron al miedo que generó la pandemia.

PLANDEMIA
Ese desconcierto y ese temor fueron usufructuados por quienes saben manipular emociones ajenas para provecho propio. Lejos de «hacernos mejores», los tiempos de covid afianzaron el discurso de odio, sabiendo que permearía fácilmente en quien no tiene demasiadas herramientas para discernir entre el bien común y el mal ajeno. El encierro inevitable de los primeros tiempos de covid hicieron que mucha gente se conecte a internet con más profusión que en otros tiempos, y arreciaron los decidores de verdades reveladas por Youtube, esos que se suponía tenían información que los gobiernos y el poder querían supuestamente ocultar. Se instalaron conceptos como «Plandemia» y muchos creyeron que fue un plan internacional donde se involucraron desde científicos hasta magnates, pasando por el médico de la salita del barrio, para evitar que salgamos a la calle, trabajemos, nos veamos con amigos en la parrillita de la esquina, y nos inoculen chips que nos controlen junto con las vacunas.

No es menester ahondar en los argumentos, sino ver los efectos sociales que estas campañas tuvieron y que la derecha más rancia supo aprovechar eficientemente. Y es ahí donde estos personajes que iremos conociendo a lo largo de estas crónicas cobran más relevancia. Los Milei, los inescrupulosos como los del Ministerio del Odio, los conspiranoicos como Nilo Medina estaban esperando desde mucho antes, formándose y organizándose, y su tiempo llegó con el virus, el auge de las reivindicaciones feministas que empezaron con el Me Too, siguió con la legalización del aborto en Argentina, y finalmente la crisis económica generada por un endeudamiento brutal que se vio agudizada por la pandemia y la guerra en Ucrania. El discurso de los mediadores, caló. Y los que nunca antes habían salido a la calle, al menos de manera tan estruendosa, salieron.

El 6 de septiembre de 2020 hubo una manifestación de personas frente al Obelisco contra la «Plandemia», la cuarentena y las medidas de gobierno con relación a la ola de covid. No está claro como fue que se nuclearon ni convocaron, si hubo desde el inicio alguien que llevara la voz cantante o si fue un espacio horizontal, pero aparentemente fue por foros de debate en internet. Quemaron barbijos, cantaron consignas a favor de la libertad, llevaron carteles variopintos hechos artesanalmente, cantaron, bailaron, filmaron y difundieron por redes; la mayoría de los medios cubrió el suceso.

Los comentarios de los televidentes y foristas coincidió en que eran «cuatro gatos locos» y que no había que darles ninguna entidad. Ese fue el primer error de una serie que mucho tiene de ignorancia y un poco de soberbia. Cuando nos dimos cuenta que no eran ni cuatro gatos ni estaban del todo locos, fue demasiado tarde.
En esos videos caseros que aún circulan por internet de esa primera «quema de barbijos» podemos ver caras que hoy son más conocidas: Nicolás Mercau y la «Fuerza Unidaria Argentina», que luego mutó en el centro cultural nazi Rittenhouse de La Plata; Claudio Pedro Hertz, el hombre del guardapolvo blanco quien, con un megáfono, tiempo después amenazó de muerte a Cristina Fernández frente al Instituto Patria; Sabrina Basile -la hija del famoso entrenador de fútbol- y Cristina Luján Romero, inseparables, que además de amigas de la vecina de la vicepresidenta en el departamento de Juncal y Uruguay forman parte de «Equipo Republicano»; Nilo Medina y su pareja, Daiana López, luego integrantes de «Revolución Federal» , él abogado de Jonathan Morel y ella psicóloga que daba charlas antipandemia junto al amigo de la vecina Ximena de Tezanos Pinto e integrante de «Equipo Republicano» Ernesto Anzoátegui. Recordemos los nombres, porque volveremos a ellos en muchas ocasiones.

CHOCOBAR
El 8 de octubre de 2020, un mes después de la quema de barbijos, en los tribunales de Comodoro Py se inició el juicio contra el policía Luis Chocobar, quien en 2017 había asesinado por la espalda a un ladrón en huída que había asaltado y herido a un turista estadounidense. El caso de gatillo fácil copó las tapas de los diarios y gente a favor y en contra y fue, de algún modo, un emblema de la política de seguridad de la entonces Ministra Patricia Bullrich y del presidente Mauricio Macri quienes no solo recibieron a Chocobar en los despachos oficiales, sino que lo pusieron de ejemplo positivo. «Un año después de los disparos de Chocobar, el gobierno nacional estableció un nuevo reglamento del uso de armas de fuego, que rompió el paradigma la utilización excepcional de la fuerza letal de los estándares internacionales y la propia Ley de Seguridad Interior. Con esas nuevas reglas los controles de tránsito, las persecuciones o intentos de robos en las calles se convirtieron en situaciones en las que disparar podía justificarse de manera bastante simple. La resolución firmada por Bullrich habilitó que el policía determinara cuando había “peligro inminente”, que actuara contra personas si suponía que cometían delitos, lo cual se salteaba garantías básicas como el principio de inocencia. A esa serie de modificaciones se las bautizó “Doctrina Chocobar”, porque parecían hechas a medida de la defensa del policía que disparó y mató cerca de Caminito.» (El caso Chocobar. Emblema de la seguridad de Bullrich. Alejandro Marinelli. Tiempo Argentino. 28 de mayo 2021.)

Para demostrar su apoyo a Chocobar se manifestaron unas cincuenta personas en la puerta del tribunal, además del diputado nacional de Juntos por el Cambio Waldo Wolf y la por entonces diputada provincial del mismo espacio Carolina Píparo y hoy candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires por La Libertad Avanza, que portaban carteles hablando de «la gente de bien», y de la necesidad de «mano dura», plagado de cánticos contra el gobierno de Alberto Fernández. Algunas caras se repitieron de la marcha antipandemia del Obelisco, aunque el tema convocante fuera uno muy diferente. Coincidieron en una y otra Sabrina Basile y Cristina Luján Romero que estuvieron junto a varias señoras más, algunos muchachos jóvenes y una señora con un redoblante: Ximena de Tezanos Pinto, la vecina de Cristina Fernández de Kirchner en el edificio de Juncal y Uruguay, que ya había ocupado algunos leves espacios mediáticos por colgar banderas con diferentes inscripciones desde su balcón, justo encima de la ventana de la vicepresidenta.

 

Ximena Tezanos Pinto, luego del intento de magnicidio, contó como fue su derrotero manifestante y público – que ya desarrollaremos como así también su historia personal que también dice mucho de su pensamiento político- y justificó que fue el caso de Luis Chocobar el que la conminó a salir a la calle y manifestar su apoyo a él y a todo lo que representa. De todos modos no fue la primera vez que se manifestó, pues en sus redes sociales hay aún publicaciones de adhesión al cacerolazo del 8 de noviembre de 2012, aquél que organizaron Luciano Bugallo y Yamil Santoro, entre otros, y donde saltó a la fama Álvaro Zicarelli y del que hablamos en crónicas anteriores para mostrar que desde hace diez años, en sucesos concretos, coinciden las mismas personas. Recordar la línea de tiempo y los nombres, que se repiten, es importante. Pero en la puerta de Comodoro Py, ese día de octubre de 2020, Ximena de Tezanos Pinto conoció a quien hoy menta como «su amiga de fierro» (penosa analogía para hablar de alguien que aplaude el gatillo fácil) Cristina Luján Romero.

«JUSTICIERAS ESCRACHADORAS»
Cristina Luján Romero optó por anular su primer nombre, posiblemente para no compartir ni eso con la vicepresidenta que claramente odia, y se hace llamar Luján a secas. Pero para la vida cotidiana, no tiene más remedio que -en trámites y documentos- dejar que se instale el que sus padres eligieron para ella en primer lugar. Como todos los de su variopinto grupo de “amigos”, no figura en AFIP. Es decir, no está en relación de dependencia, no es monotributista, ni aporta como autónoma. Cosa rara puesto que, como la vecina, suele gritar a cuatro vientos que con sus impuestos mantiene vagos.
Cristina Luján Romero vive en una humilde casita de una zona picante de José León Suárez, partido de San Martín. Sin que haya alguna referencia puntual a algún desempeño laboral registrado, se intuye alguna labor relacionada con la virtualidad, pues en una foto suya en Facebook se ve un posnet al lado de su compu, y un comentario de una amiga –o ex amiga– enojada, ésta le reprocha “mostrar el culo por televisión” (sic), y también muchas fotos tomadas por ella en diferentes casas de clientes -tal como ella los cita aunque no se sepa de qué- y que admira por su calidad y buen gusto. También pueden verse en sus perfiles de redes sociales múltiples fotos de viajes a Punta Cana, Europa, la India, y Brasil entre otros destinos paradisíacos y/o caros.

Lo que queda claro es su pensamiento político: una mixtura entre la meditación de «El Arte de Vivir» de Raví Shankar (no el eximio ejecutante hindú de sitar y padre de Norah Jones sino el gurú de Mauricio Macri, con quien se sacó varias fotos), el proteccionismo animal, el yoga. Comparte con amigos y amigas que iremos conociendo aquí, un odio feroz a CFK y el kichnerismo en su conjunto, y una idolatría manifiesta por Patricia Bullrich –con quien Luján tiene numerosas fotos y a quien siguió, junto a Ximena Tezanos Pinto, hasta San Nicolás en esa marcha “gaucha” y caballo del 9 de Julio- y también, no menos importante, su adhesión a «Equipo Republicano» primero, y a “Revolución Federal”después. Las redes de Luján dejan claro que participó, agitó y disfrutó de las acciones de escrache, manifestaciones violentas y actividades públicas y privadas de este conjunto de desclasados que se juntaron unidos por el odio en común.

En una de sus fotos amenaza a un funcionario, Juan Carlos Otero, presidente de la Unidad de Información Financiera (UIF) que ella cree favorecedor del kichnerismo: “Esperá que te hagarremos (sic) las justicieras escrachadoras, no vas a poder caminar tranquilo, hijo de un camión de kukas”. Romero fue denunciada por las legisladoras del Frente de Todos Claudia Neira y Maia Daer como la persona que las increpó, amenazó de muerte y violentó el 4 de julio por la tarde en las inmediaciones de Casa Rosada durante la asunción de la efímera ministra Silvina Batakis.

 

También en sus redes muestra una captura de pantalla de un posteo de Eduardo Prestofelipppo, «El Presto», en el que el influencer novio de Brenda Uliarte la felicita y agradece por participar de esas manifestaciones y escraches, y ella dice estar muy orgullosa por semejante reconocimiento. Si no se conocen personalmente, al menos se siguen y respetan virtualmente, por lo que allí hay un nexo más entre una integrante de «Revolución Federal» y uno de los influencers del «Ministerio del Odio».

LAS MABELES
Cuando Luján Romero hace referencia a las «Justicieras Escrachadoras» habla de sí misma, y también de un grupo de mujeres a las que Jonathan Morel, el líder de Revolución Federal, llama «Las Mabeles». Son un grupo de mujeres que se conocieron y nuclearon en las marchas anticuarentena, y se unificaron en los reclamos con los pibes de «Revolución Federal», algún otro loco suelto como Claudio Hertz, y los nazis del Centro Cultural Rittenhouse que se nuclean, también, bajo la bandera de una tal «Fuerza Unidaria Argentina», un invento de Nicolás Mercau. Luego, a todos ellos, se sumarán algunos más, como Gastón Guerra -que dirige la organización unipersonal «Nación de Despojados»- , algunos militantes de «Jóvenes Republicanos» y el grupo «Bullrichmanía 2023/San Fernando». Pero vayamos por partes. Entre «Las Mabeles» está Sabrina Basile.

Sabrina es la hija de Coco Basile y si bien hay veces que los frutos caen lejos del árbol, en otros no. Alfio Rubén Basile, más conocido como Coco, fue jugador de fútbol y luego entrenador de de varios clubes de Argentina y Uruguay, hasta retirarse luego de siete años como entrenador de Boca Juniors, coincidiendo varios años en el club con su presidente de entonces Mauricio Macri. Llegó a lo más alto: dirigir la Selección Nacional de Fútbol. Pero quienes no son afectos al deporte, lo recordarán posiblemente por su voz aguardentosa que delata una vida de nocturnidad porteña que no escatimó nunca en mostrar. El «macho» de Buenos Aires, esos de sonrisa de costado, de lunfardo, faso y cabaret, cuando dejó el fútbol hizo en televisión un programa con Cacho Castaña, Bambino Veira y Guillermo Cóppola; todos personajes en la misma sintonía, donde contaban anécdotas de noches, mujeres y picardías de varones que hoy no serían celebradas. En los últimos años se lo retrata en las revistas en restoranes y boliches con mujeres bonitas y jóvenes; o en encuentros con Ricardo Iorio -el cantante de Almafuerte siempre al borde del fomento del neonazismo que se abraza con Biondini- dando por veraz el concepto de que la tierra es plana. La hija, Sabrina, es psicóloga e instructora de yoga, proteccionista animal, vegana e integrante de «Revolución Federal». En sus redes sociales los posteos fluctúan entre namastés y furia desatada pidiendo pena de muerte para los kichneristas, entre saludos al sol, guillotinas y antorchas.

Es una figura recurrente que muchos hemos visto en la televisión, incluso antes de saber quien era. Delgadísima, de rostro tallado a hachazos por sus ángulos, ojeras profundas, pelo blanco con rulos, exaltación permanente que acompañan sus gritos agudos, camperas infladas de colores, cartera cruzada de hombro a cadera, ágil y llena de adrenalina. Apareció por primera vez en las marchas anticuarentena, entre «Las Mabeles», esas mujeres mayores de cincuenta o sesenta, con apariencia similar: pelo teñido de rubio clarísimo, alisados, ropa con brillos o animal print, calzas, zapatillas, sobrepeso. Segundas marcas con ínfulas que nos hablan de peluquerías de barrio y compras en La Salada, horas de colectivos y trenes, deseos de pertenecer a un círculo que jamás las admitiría como parte. Es prejuicio, claro, poco y nada se sabe de la vida de cada una, pero si algo sobrevuela sobre las mabeles, es la frustración, la imperiosa urgencia que marca el reloj de concretar lo que hasta entonces no se pudo, el rencor soterrado por no llegar, la necesidad de culpar a alguien por esos reveses de un destino íntimo. ¿Quien mejor que Cristina? Nadie. Cristina es el espejo de lo que se anhela y no se posee, desde lo estético a lo económico, desde lo formativo hasta el amor que millones le profesan, algo que poquísimas personas en la historia tuvieron. El deseo y el odio como proyección. Si no se puede ser ella, entonces matémosla o encerrémosla en una mazmorra, para no verla.

Sabrina Basile tiene un buen pasar, un bonito departamento blanco y luminoso con gran patio y piscina en Palermo Hollywood, disponibilidad horaria, predisposición para ir a donde su deber la llame: un escrache aquí, una manifestación con antorchas allá. Es la coequiper permanente de Cristina Luján Romero en salidas recreativas y manifestaciones políticas; a donde va una va la otra y juntas se acoplan a las intervenciones de «Revolución Federal» formando grupo con Jonathan Morel, Leonardo Sosa, Ernesto Anzoátegui y algunos más que no siempre son del elenco permanente.

El 4 de julio Sabrina Basile, junto a sus amigos, increparon al Ministro de Desarrollo Territorial y Hábitat Jorge Ferraresi mientras lo seguían a centímetros de su paso a lo largo de toda plaza de Mayo entre insultos y amagues de golpizas, al grito de “Chorro, chorro, vayan a Cuba con nuestra plata (…) Arruinaron la Argentina, ¿cómo pueden caminar por la calle? No van a poder caminar nunca más” y Sabrina, con su voz aguda en primer plano, reconocible, siguió “Ladrón hijo de p…, peronista hijo de p…. No van a caminar tranquilos por la calle nunca más. Basuras, comunistas que le cagan la vida al pueblo. Se ponen el barbijo, no se animan a mostrar la cara». Un detalle no debe pasar inadvertido, y es el uso de «comunista» como insulto, retomado luego de 40 años de no usarse, algo que luego veríamos insistentemente entre los líderes de La Libertad Avanza con Milei a la cabeza.

El 7 de julio de 2022 Cristina Luján Romero y Sabrina Basile llegaron hasta la Confitería Casablanca, a una cuadra del Congreso, la misma en la que Gerardo Milman dijo: «Cuando la maten yo estaré en la costa», para interrumpir el almuerzo del diputado Rodrigo de Loredo y gritarle en la cara: “Al primer político que adhiera a la ley de salario universal lo vamos a ir a buscar, a todos; los que supuestamente son opositores no van a poder caminar tranquilos por la calle nunca más, así que ojito con lo que hagan” y agregó: “Nos van a llevar al comunismo, el pueblo está podrido”.

En agosto fue el turno de Mirta Tundis, la ex diputada, que tuvo que irse de la confitería en la que tomaba un café ante la virulencia de los agravios, que ella misma filmaba para luego subir a las redes.
El 3 de agosto atacaron a Juan Grabois, a quien Sabrina Basile, junto a Luján Romero, Jonathan Morel y Ernesto Anzoátegui esperaron a la entrada en el Congreso para increparlo y amagar con pegarle al grito de «Andate a Cuba, con los pobres no se lucra», para seguir con «¿Estás orgulloso de los saqueos? Se está cagando de hambre la gente. Andate a Cuba hijo de puta. ¿Querés empobrecer a la gente? Nos mantenés a polenta”. Son las «justicieras escrachadoras», como se definió Luján Romero y a sus amigas, posiblemente las más visibles, fervorosas y que son frontwoman de las invectivas. Pero en este caso, detrás de cada una de ellas hay varones.

El 9 de julio de 2022 hubo una gran concentración de militantes opositores y referentes de esos espacios en la Plaza de Mayo, usando la fecha patria como simbología de lo que supuestamente reclaman: Libertad. El arco comprendió a los partidos de izquierda, representados por Nicolás del Caño y Miriam Bregman entre otros, que generaron sus propias columnas y no se mezclaron con el resto pues su reclamo anclaba en los acuerdos con el FMI; y todo el arco opositor de derecha con sus referentes que van desde el radicalismo hasta los neoliberales con su extremo neonazi. En esa manifestación cooptaron todas las cámaras la guillotina, la horca y las antorchas, toda la producción de «Revolución Federal» fabricadas en la carpintería de Morel en Boulogne. Tenían recursos, unos días antes habían cobrado un millón setecientos ochenta mil pesos que facturó el novel carpintero, y pagados por el Holding Caputo. Las fotos de todos los medios captaron a Leonardo Sosa y a Jonathan Morel, como estrellas rutilantes, actuando sobre el parapeto, agitando con un megáfono, blandiendo los carteles que rezaban «Muertos, presos o exiliados» con el logotipo del Frente de Todos, la alianza de partidos que llevó a la presidencia a Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.

La organización «libertaria» que se fundó un mes y medio antes, tuvo un éxito rotundo de visibilidad, y aunque nadie sabía quienes eran la mayoría había visto los flyers de convocatoria del grupo en todas las redes sociales. Demasiado despliegue de recursos para ser unos pibes desclasados al borde del despojo. La violencia fue evidente y explícita, y hubo unos mínimos conatos de represión a quienes prendieron antorchas delante de las rejas de Casa Rosada. En las fotos que subió el portal Infobae, se ve en primer plano a Sebastián Claus Furlán (del grupo nazi del Centro Cultural platense Rittenhouse) en lucha cuerpo a cuerpo con un policía que pretende correrlo del lugar, un personaje repetido en todos los escraches organizados por Revolución Federal, y que a su vez, en 2020, había increpado y roto el micrófono del periodista de C5N Lautaro Mayslin, en una manifestación anticuarentena. Vale como ejemplo de como siempre se repiten las caras casi como un elenco estable, que no son «sueltos» ni «autoconvocados», y que hay una continuidad entre los manifestantes que aparecieron como adalides del «salvemos las dos vidas» durante las jornadas de debate de la legalización del aborto, luego adhirieron a la idea de la «plandemia», y ahora al «Argentina sin Cristina».

En la próxima crónica, veremos como se da la línea de tiempo en la que todos aparecen en los mismos lugares y con las mismas consignas, hasta la fatídica noche del 1 de septiembre de 2022.

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