Para tener éxito, la cumbre debe estar bien preparada
Biden y Putin evalúan la posibilidad de encontrarse en junio próximo, pero hasta entonces deberán alcanzar consensos múltiples y cuidar los efectos de sus demostraciones de fuerza.
Por Eduardo J. Vior
Los astros parecen alinearse para que los presidentes de Estados Unidos y de Rusia se reúnan durante el extenso viaje que el primero realizará por Europa en junio próximo. Del encuentro puede surgir una agenda que regule las diferencias entre ambas potencias, pero para que el mismo sea exitoso, primero deben controlar sus propios gobiernos, luego, alcanzar difíciles acuerdos dentro de sus propias alianzas y, finalmente, cuidar los efectos que pueden tener sus reiteradas demostraciones de fuerza.
Este martes 11 el embajador norteamericano Robert Wood, representante ante la Conferencia Permanente de la ONU para el Desarme, confirmó que se está preparando una reunión cumbre entre los presidentes Vladímir Putin y Joe Biden. “Ambos mandatarios están de acuerdo en explorar la posibilidad de mantener discusiones estratégicas sobre una cantidad de temas relativos al control de armamentos y nuevos riesgos para la seguridad internacional,» informó el diplomático.
Serguei Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia
Por su parte, durante una visita a Bakú, donde se entrevistó con el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, Serguei Lavrov confirmó las declaraciones de Wood diciendo que, dado que EE.UU. se ha retirado de muchos tratados internacionales para el control de distintos tipos de armamentos, este tema y la estabilidad global en general deberían ser los tópicos principales de la reunión.
Aunque la relación entre ambas potencias se ha tensionado sensiblemente desde el inicio del gobierno de Biden, existe una serie de áreas en las que pueden cooperar, como por ej. el control de las armas nucleares, el Acuerdo Nuclear con Irán, la relación con Corea del Norte, y la búsqueda de estabilidad en Afganistán, después de que los norteamericanos y la OTAN se retiren de allí. Asimismo, la participación de Putin en la cumbre virtual sobre el cambio climático que Biden presidió el mes pasado es un aliciente para la búsqueda de entendimiento. De igual manera, aunque los dos países han salido del Tratado de Cielos Abiertos (OST, por su nombre en inglés) -un acuerdo internacional que permite los vuelos de observación sobre instalaciones militares extranjeras-, estarían dispuestos a renegociarlo, para adherirse nuevamente.
Para que una reunión entre ambos presidentes tenga éxito, debe ajustarse a una agenda de trabajo muy bien preparada y sin exigencias irreales. En este momento Rusia no podría exigir que EE.UU. y sus aliados en la OTAN cesen las maniobras militares en los países bálticos, Polonia y el Mar Negro, pero, a cambio, Putin va a negarse a quitar el apoyo a los autonomistas rusohablantes del este de Ucrania y no va a conceder la libertad a Alexei Navalny. Mucho menos negociará cualquier acuerdo con EE.UU. sin la participación de China.
A pesar de las altisonantes declaraciones de sus representantes, EE.UU. encuentra más dificultades que Rusia en el camino hacia la cumbre, en primer lugar con su principal aliado en el continente europeo. Ante todo, Washington quiere impedir la terminación del gasoducto Nord Stream 2 que, procedente de Rusia, atraviesa el Mar Báltico, para entrar en Alemania por el norte. Sólo falta colocar 25 km de tuberías y se estima que para fin de año puede estar funcionando. La Canciller Angela Merkel y buena parte del empresariado industrial del país lo consideran imprescindible para asegurar el abastecimiento durante la transición energética, después de que el país, por imposición de los Verdes, cerrara sus centrales nucleares. La alternativa ambicionada por Washington es vender a Berlín el gas licuado que manda a través del Atlántico. Ante un candidato demócrata cristiano (Armin Laschet) débil y una candidata verde (Annalena Baerbock) fuerte, la opción de Washington está clara, pero deberá esperar hasta la elección del 26 de septiembre y la formación del nuevo gobierno. Se trata de una carrera contra el tiempo entre partidarios y oponentes al gasoducto de cuyo resultado dependerá el futuro de la relación entre EE.UU. y Alemania.
Con suma prudencia, Joe Biden es reticente a presionar abiertamente a Alemania, para que cancele la obra, pero un fuerte lobby bipartidista en el Congreso logró sancionar en 2019 y 2020 sendas leyes que sancionan a empresas estadounidenses o extranjeras que participen en la construcción del gasoducto (significativamente, exceptuaron a las alemanas). Como ya ha hecho muchas veces Angela Merkel, lo más probable es que haga todo tipo de concesiones a Washington, mientras termina la obra a toda prisa antes de octubre.
Aunque los estrategas de EE.UU. están muy contentos de provocar a Rusia en sus propias narices, sus aliados en Europa Oriental muchas veces los comprometen en desafíos inconvenientes y riesgosos. Así, después de que británicos y ucranianos entre febrero y abril tensaron al máximo la crisis en el Don, este lunes 10 tuvo lugar una reunión virtual de Joe Biden con nueve miembros de la OTAN en Europa Oriental que fue organizada por Rumania y Polonia y estuvo concentrada en la “seguridad” (=militarización) en Ucrania y el Mar Negro. Al avanzar sus líneas hasta la misma frontera de Rusia, la superpotencia se ha comprado los conflictos e intereses de un puñado de líderes locales corruptos e irresponsables dispuestos a confrontar con Moscú sin arriesgar ellos nada.
Jen Psaki, vocera de la Casa Blanca
No sólo en el exterior el presidente de EE.UU. da la impresión de estar haciendo un esfuerzo denodado para mantener el control de las decisiones. La semana pasada la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, confesó en el programa de su amigo y excolega David Axelrod por CNN que a menudo los asesores de Biden le aconsejan que no hable con los periodistas fuera de encuentros pautados y se quejó de que «muchas veces le decimos que no acepte preguntas, pero va a hacer lo que quiera, porque es el presidente de los Estados Unidos».
La difusión de este conflicto entre Biden y sus asesores explica que el mandatario sólo llame a una lista predeterminada de periodistas que rara vez le repreguntan y, cuando el presidente acepta preguntas, sus respuestas sean a menudo confusas o erróneas. Claro que los interlocutores y adversarios registran que el equipo de la Casa Blanca no confía en su capacidad para hablar, si no está guionado por gente ideológicamente formateada por largos años de trabajo conjunto. Jen Psaki y David Axelrod, por ejemplo, trabajaron juntos en el gobierno de Obama-Biden y después de 2017 siguieron juntos en CNN, hasta que la primera volvió a la presidencia. Estas puertas giratorias quitan mucha independencia al mandatario. Se notó nuevamente este martes 11:
«El presidente (de EEUU, Joe) Biden dijo que la comunidad de inteligencia todavía no ha hecho una evaluación completa (…), pero el FBI (Buró Federal de Investigaciones) ha concluido que el ataque se originó en Rusia, por lo que el país tiene la responsabilidad de actuar responsablemente», dijo la portavoz en rueda de prensa refiriéndose al ataque al gasoducto Colonial, paralizado por háckers el lunes 10. O sea, que el jefe de Estado avisa que todavía no se puede confirmar la autoría, pero a su vocera le basta con un informe del FBI para advertir ella a Moscú. Evidentemente, no sólo en América Latina ciertos periodistas ligados a los servicios de inteligencia dirigen la política de sus gobiernos.
Las relaciones internacionales giran actualmente en torno a las percepciones mutuas entre Rusia y China, por un lado, y Estados Unidos, por otro. Durante la crisis con Ucrania el Kremlin ha demostrado decididamente su disposición a utilizar la fuerza en gran escala, si Kiev seguía provocando, confiada como estaba en la ayuda de Estados Unidos. Entre tanto, China ha realizado maniobras militares frente a las costas de Taiwán y los países occidentales han introducido nuevas sanciones contra Rusia y China, mientras hablaban de diálogo. Ante este cúmulo de roces y provocaciones nadie cree en la disposición de sus contrincantes a mejorar las relaciones.
El hecho de que EE.UU. agudice la tensión del clima político internacional es bastante comprensible. Sigue comportándose como el actor más importante, pero sin darse cuenta de que no puede restaurar el orden anterior a 2017. Como demuestran las recientes expulsiones de diplomáticos rusos de Estados Unidos, Polonia, Bulgaria y la República Checa, la reducción de las representaciones de los contrarios se ha hecho habitual en Occidente, pero se trata de acciones caóticas que han desestabilizado aún más la política internacional y paralizado las instituciones mundiales. En realidad, la administración Biden utiliza la «amenaza rusa» más como una herramienta adicional para disciplinar a sus aliados europeos y cimentar la asociación transatlántica que para castigar a Moscú. Por su parte, para muchos miembros europeos de la OTAN las expulsiones de diplomáticos rusos y chinos son una forma simbólica de demostrar su fidelidad a Estados Unidos.
En tiempos de crisis, cuando el coste de cualquier error crece exponencialmente, es esencial preservar e incluso ampliar los canales diplomáticos existentes. Cada diplomático, independientemente de su rango y cargo, es, entre otras cosas, un canal de comunicación, una fuente de información y una parte de un diálogo que puede ayudar a comprender la lógica, los temores, las intenciones y las expectativas de su oponente. El adagio de Nicolás Maquiavelo, «Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca» sigue siendo igual de pertinente cinco siglos después. Por desgracia, estas sabias palabras están fuera de circulación en la mayoría de las capitales occidentales hoy en día.
Poco a poco se está escribiendo la historia de una nueva era en el desarrollo del orden mundial. La Guerra Fría, que terminó hace 30 años, dejó una huella profunda en la conciencia y la estructura del sistema político internacional que todavía pervive. Los viejos esquemas ideológicos han renacido con fuerza. Sin embargo, la puerta de las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia sigue abierta. Hasta ahora, ambas partes han tratado de evitar acciones concretas que hicieran absolutamente imposible el diálogo. Las recientes sanciones de EE.UU. contra Rusia han sido sobre todo simbólicas, y los dirigentes rusos no han demostrado hasta ahora ningún deseo de una nueva y rápida escalada. Una reunión entre los presidentes Joe Biden y Vladímir Putin sigue siendo una opción y una oportunidad. Una reunión de este tipo no conducirá seguramente a ningún «reinicio» de las relaciones bilaterales, pero aportará más claridad a los intercambios. Estabilizar el vínculo entre Estados Unidos y Rusia, aunque sea a un nivel muy bajo, ya sería un gran logro, pero, para subir a la cumbre de esa colina, ambas partes todavía deben moderar las provocaciones y controlar tanto a sus propios gobiernos como a sus aliados. Falta mucho tiempo hasta junio.