Opinión: Roma no paga a traidores… ¿el PJ sí?
En el año 150 ac, en medio de una incipiente rebelión, el cónsul Escipio encomendó el asesinato del líder del movimiento independentista a algunos de los propios rebeldes; una vez cometido el crimen, los soldados que lo ejecutaron fueron a reclamar su recompensa, obteniendo como moneda de pago la muerte. Allí se acuñó la frase que ha permanecido hasta nuestros días: Roma no paga a traidores.
Por Ignacio Campos
Es frecuente escuchar que la palabra traidores es muy fuerte como calificativo, más aún dentro de las filas del peronismo, pero lo cierto es que muchos dirigentes (y allí podemos ubicar a numerosos sindicalistas) suscriben la fórmula de eternizarse en el cargo, cambiar radicalmente su modo de vida, olvidar su origen y el sector político que representan.
A lo largo de los años hemos podido observar casi impávidos cómo dirigentes del Partido Justicialista mudaron de espacios sin vergüenza alguna, para erigirse en líderes opositores al peronismo, pero continuando con el uso del título “peronista”.
Entonces cabe preguntarnos, desde un análisis muy simple: si usan el mismo poder que les brindó el peronismo en contra de los eventuales frentes que suele conformar el PJ, y así ayudan a la derrota de éste, ¿cómo se los debería llamar?
Urtubey, Bertone, Massa, Randazzo, y en menor medida Bordet, Abal Medina y otros contemporáneos, son claros exponentes de estas conductas.
El macrismo derrota de manera contundente a estos exponentes del tránsfuga político, exponiéndolos en algunos casos al ostracismo o convirtiéndolos, como se los llama en la jerga, en cadáveres políticos, y así se cumple de manera inexorable la máxima romana de principios de la historia.
El macrismo derrota de manera contundente a estos exponentes del tránsfuga político
También recuerdo palabras de Evita expresando que “hasta la bosta sirve para levantar pared”, aunque con los casos citados sólo se pudieron cosechar derrotas electorales o políticas a causa de estas “transfugueadas”.
Cristina ha sabido probar sobradamente estas incorrecciones por parte de los mencionados dirigentes, más ella es de las que insiste en “armar con todos”, aunque sepa que lealtad es lo último que se puede esperar de ellos. Entonces, ¿vale la pena contenerlos en un mismo espacio cuando ya han demostrado cuáles son sus verdaderas convicciones y sentido de la lealtad?
Estas prácticas frecuentes no tienen su castigo por parte del órgano partidario y, muy por el contrario, históricamente se resuelve un perdón amplio y un piadoso aunque inmerecido manto de olvido.
Pero en la vereda de enfrente podemos ubicar a hombres que sobradamente han demostrado su pertenencia e incondicionalidad, más sufren el destrato permanente del “aparato” y referimos a D’Elía, Boudou o el mismísimo Gabriel Mariotto, militantes que ante dichas situaciones han acatado en modo casi sumiso el escarnio, de propios y extraños, demostrando que las tapas de Clarín pesan, y mucho, en la consideración de los compañeros.
Si tomamos a un compañero como a un hermano, jamás se nos ocurre contemplar una traición
Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, decía el General creador del movimiento, pero él también hablaba de los traidores. Entonces, ¿por qué tanto prurito a la hora de calificar dichas conductas? Si finalmente no podemos esperar del toro más que cornadas, ¿cuál es la finalidad a la hora de ir “con todos”?
La militancia peronista crea lazos muy fuertes, fraternales; entonces, si tomamos a un compañero como a un hermano, jamás se nos ocurre contemplar una traición, al menos entre militantes, aunque entre dirigentes no se cumple muy a menudo esta condición.
Como diría el genial Tato Bores, “sanguchitos de jamón, mate frío y good show”.