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Ni afuera, ni adentro ¿Hacia dónde va Argentina?

El posible rumbo del país

«Argentina tiene que resolver su “lugar en el mundo”. País productor y exportador de materias primas en proceso de industrialización, tiene un desafío: ser independiente de todo colonialismo. Un pedazo de territorio ocupado militarmente; país bicontinental; cuarto territorio marítimo y país de habla hispana más extenso del mundo».

Diremos con Perón —más vigente que nunca— que la dependencia económica, hija del neocolonialismo, posterga el desarrollo económico y condena al hambre al pueblo argentino. El camino es una nueva geopolítica para el Atlántico Sur.

El rumbo real es la proyección histórica. El mandato conferido a través del tiempo por las luchas libradas por el pueblo por vivir a través del tiempo, ya sea asentando poblaciones y conquistando recursos para existir de la mejor forma posible —como al principio de la ocupación colonialista y extractivista hispana sobre territorios del Tawantinsuyu— o ahora, reproduciendo las formas de vida dentro del modo de producción capitalista dependiente y financializado que descarta a los pobres. El rumbo es de largo aliento. Un período que lleva más de quinientos años de construcción contradictoria y dolorosa de lo que hoy es la Argentina.

Nuestra Sudamérica es una península continental hacia el sur. Una cuña o pirámide ancha desde el Caribe que crece un poco más hacia el Ecuador y desde ahí ambos océanos determinan el angoste hacia el Cabo de Hornos, hacia los territorios e islas de la Tierra del Fuego. La determinante cordillera de los Andes da una altura que declina hacia el Atlántico. Comprender la geografía, que es el ambiente donde se desarrollaron nuestras comunidades, sirve para ver quiénes somos y nuestro rumbo.

En estos Andes se desarrolló una comunidad de comunidades forjada con guerras precolombinas que, desde nuestra visión eurocéntrica, denominamos “Imperio Inca”. El territorio histórico se llamó Tawantinsuyu. Ahí se asentó la cabecera política del Virreinato del Perú hasta 1776, cuando se determinó que en el gran accidente geográfico del Río de la Plata estuviera otra gran ciudad al sur de los territorios dominados por los portugueses: Buenos Aires. La corona española dividió el altiplano de las regiones bajas que abarcaban desde Cochabamba —en la actual Bolivia— hasta los dominios al norte del Río Salado pampeano. Los ríos de la Plata, Paraná, Paraguay, Uruguay y algunos interiores eran las vías navegables que ordenaban la dinámica de un enorme territorio cuyos flujos conectaban con el orden colonial a través del Atlántico.

En 1810 empieza una lucha por la independencia y la identidad, con ese nombre apurado de “Provincias Unidas Sudamericanas” o “Provincias Unidas del Río de la Plata”. La diplomacia británica y la oligarquía naciente promueven divisiones territoriales que dieron nacimiento a “Estados tapones” o “pequeños Estados” que fueron desarrollando identidades nuevas entre naciones inventadas, pegadas pero separadas; lo que no impidió que la Sudamérica hispana sea hoy el territorio más homogéneo culturalmente, entre otras cosas por el uso del mismo idioma impuesto, claro está, por la colonia española. Pero con una diversidad de culturas y lenguas originarias que son parte también de esa identidad latinoamericana o indoamericana.

Digamos que la determinante cordillera andina y los grandes ríos interiores de lo que hoy es Argentina, organizaron de norte a sur un sistema logístico y de comunicaciones que terminaba en el Río de la Plata, desde las ciudades del actual norte argentino hacia el puerto de Buenos Aires.

Con la derrota del Partido Federal (el federalismo era como el peronismo, tenía Partido y Movimiento), la oligarquía emprendió un nuevo período de ocupaciones y reparto de tierras como medios de producción y concentración de riquezas para sí misma, para ingleses y como medio de pago a generales y coroneles. La llegada del nuevo Estado a la Patagonia incorporó otra determinante geográfica de la Argentina de hoy: el Océano Atlántico.

Inglaterra, un viejo Estado dueño de los océanos como potencia marítima imperialista, había ocupado las Malvinas y desplazado a los criollos que allí vivían y al gobernador Vernet. Desde ahí obtuvieron tierras en la Patagonia para su ganado ovino financiando la ocupación ilegal en el territorio nacional y consolidando un modo de producción latifundista que necesitó matar y expulsar a los indios. Cuando Roca llegó a los grandes lagos del sur, se encontró con George Musters —quien había trabajado en el mismísimo yate de la Reina Victoria— y otros británicos que hacían negocios en la zona y relevaban información para la corona.

La presencia efectiva de Argentina en la Antártida como continuidad geográfica e histórica que fundamenta nuestros reclamos de soberanía congeladas por el Tratado Antártico, se ve interrumpida por una potencia militar que ocupa un pedazo de nuestro mar Atlántico, nuestras Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y que reclama también nuestra Antártida. Inglaterra y la OTAN son una amenaza para el desarrollo geopolítico nacional que corre históricamente su centro geográfico hacia Tierra del Fuego, equidistante entre el Polo Sur y La Quiaca; situación que decantó a partir de la definición oficial tomada durante el período 2011 – 2015, del nuestro como un “país bicontinental”. Tal definición implica más que un mapa completo y en la misma escala. Es también la ratificación del camino emprendido el 29 de diciembre de 1903: hacer en las Islas Orcadas una base argentina, la primera de la historia.

Lo que hoy conocemos como Argentina es la conformación histórica de una identidad en construcción permanente, con un Estado que quedó menoscabado y débil luego de los años 90. Ese Estado neoliberal enclenque es el que siguió al de la Argentina potente del proceso de soberanía política, independencia económica y justicia social del peronismo histórico de 1945 a 1955. Desde el altiplano originario, su centro geopolítico migró durante siglos hacia el sur, pasando por las ciudades grandes de las provincias del norte hacia Buenos Aires. Pero Argentina tiene un desafío todavía hoy en el Río de la Plata, actualmente bajo un sutil y efectivo resorte colonial. Tiene que terminar con la llave geopolítica impuesta por los intereses británicos y el capital multinacional del comercio de cereales y carnes que somete la nación y la condena a la división de intereses regionales. Hacer el Canal Magdalena y un sistema de puertos nacionales que reemplace al Canal Punta Indio y al Puerto de Montevideo, erigido por los ingleses como cabecera de un sistema de dominio sobre el Atlántico Sur, y a la vez cabecera del sistema extractivista de la Cuenca del Plata —la mayor proveedora de alimentos del mundo— en manos extranjeras.

Argentina, de geografía vertical, está partida entre los ríos y el mar. Objetivo: someterla al dominio de las multinacionales de la cuenca cerealera y retrasar el desarrollo soberano de la Patagonia, que es un “pivote” geopolítico, un heartland o isla de riquezas, que ingleses y otros poderes mundiales aprecian. Una de las principales reservas de petróleo y gas del mundo, pesca, oro, plata, hierro, uranio, carbón, agua, turba y otros fertilizantes, patentes medicinales en el mar y el continente, madera y otros recursos tan apetecidos.

Si Argentina sigue su recorrido histórico, ocupará el territorio patagónico y continuará su derrotero vertical por las determinantes andina, los grandes ríos y el mar; recuperará el Río de la Plata —este gobierno tiene una gran oportunidad de quedar en la historia y no ser tildado como de continuidad colonial en este aspecto, por lo menos—; resolverá históricamente el “vientre blando geopolítico” que representa la amenazante presencia militar imperialista, aumentando la capacidad de defensa y desarrollando el territorio con ciudades, logística, producción y poblamiento cada vez más al sur. En el recorrido, reparará el daño hecho a las provincias del Norte Grande por la oligarquía terrateniente y el centralismo porteño. Los capítulos deuda interna y deuda externa son abordables y resolubles con una visión estratégica del Pueblo y la dirigencia política mirando hacia el territorio completo, con una visión de conjunto sobre la cuestión nacional.

El futuro está yendo con intensidad constante y creciente hacia la Antártida, ocupando y explotando soberanamente los recursos e industrializando, con producción y justicia social, para un Pueblo que necesita un presente de unidad nacional y un destino acorde con las oportunidades que brinda ser uno de los países más ricos del mundo… o perecer en el intento de ser y no poder —poder nacional, claro—.

Fuente: texto del diputado del ParlaSur Gastón Harispe 

 

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