Mientras negocian, EE.UU. y Rusia deben mantener la paz
En la reunión del martes 7 Joe Biden se avino por fin a tratar paritariamente con Vladimir Putin las diferencias entre ambas potencias, pero sus vasallos en Europa Oriental siguen provocando.
por Eduardo J. Vior
El encuentro virtual que mantuvieron esta semana los presidentes de Estados Unidos y de la federación de Rusia duró dos horas y, aparentemente, no trajo ninguna mejora a la tensa confrontación entre ambas potencias, centrada sobre todo (pero no excluyentemente) en Ucrania. Sin embargo, ya el acuerdo para seguir negociando da un vuelco radical a la política norteamericana: por primera vez desde 1990 Washington acepta que sólo reconociendo a Moscú como interlocutor en condiciones de igualdad puede restablecer un cierto orden en las relaciones internacionales. Ahora bien, si Biden trata con Putin sobre las cabezas de los satélites norteamericanos en Europa Oriental, éstos pueden verse tentados a sabotear el entendimiento entre las grandes potencias con provocaciones en la extensa frontera con Rusia. ¿Es capaz EE.UU. de mantener la paz en Europa Oriental?
Los medios de comunicación occidentales están informando sobre la reunión entre Putin y Biden del martes 7 con una uniformidad y disciplina que ya envidiarían las SS: Joe Biden habría hecho una «severa advertencia» a Putin, para que no se atreva a invadir Ucrania, si no quiere que Rusia sufra severas sanciones económicas y financieras y éste no habría respondido.
Dado que Rusia no tiene intención, ni necesidad, ni capacidad de «invadir» (y mantener ocupada por un cierto tiempo) Ucrania, Biden puede representar su rol de sheriff severo y arrogarse el haber detenido una invasión rusa a Ucrania. Aparece como mucho más «duro» que Trump y hasta puede sacar rédito en las elecciones legislativas y regionales de noviembre de 2022.
Vladimir Putin, por su parte, no tiene problemas en pagar este precio, si así evita una guerra. A pesar de que la cumbre a distancia no parece haber tenido ningún resultado, hay claros indicios de que en la conversación los dos jefes de Estado tuvieron intercambios sustanciales (la duración del diálogo, la cantidad y composición del grupo de expertos presentes, los tonos de ambos gobiernos después de la reunión, etc.).
En primer lugar, ambas partes acordaron «nuevas consultas» a nivel de «expertos». Además, la parte estadounidense ha declarado que «todavía no creemos que el presidente Putin haya tomado la decisión» de «seguir invadiendo» Ucrania.
En segundo lugar, considerando que Putin ha trazado oficialmente «líneas rojas» que Biden ha rechazado también oficialmente, parecería que los mencionados «expertos» no tienen sobre qué «seguir consultando». Es que precisamente van a tratar de llegar a entendimientos sobre esas líneas rojas: cuáles son, hasta dónde llegan, qué pasa si se las trasgrede, como quitarles gravedad, etc. Lo más importante de estas futuras tratativas es que tengan lugar. Las negociaciones, por definición, implican, en primer lugar, que ambas partes se reconocen mutuamente como iguales y, segundo, que están dispuestas a participar en un toma y daca mutuamente beneficioso. Si no es así, se trata de imposiciones. Y, según todos los indicios, Biden no presentó a Putin ningún tipo de ultimátum.
Además, Biden llamó hasta ahora tres veces a Putin, se reunió con él una vez y pidió la videoconferencia del martes. Es decir, la única hiperpotencia mundial tendió la mano a los «asesinos» del Kremlin por lo menos cinco veces y les ha pedido conversaciones para hablar de igual a igual. Por primera vez en treinta años, desde la desaparición de la URSS, un gobierno norteamericano reconoce a Rusia en pie de igualdad.
Por otra parte, después de la reunión cumbre Biden ha prometido llamar a los líderes del Reino Unido, Francia, Alemania e Italia para informarles sobre sus negociaciones con Putin. Pero en esta lista faltan los líderes de Polonia, Ucrania, Rumania, Bulgaria, Moldavia y, por supuesto, los de los tres países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia). Esto demuestra que, sea cual sea la línea propagandística oficial, al menos “alguien” en la Casa Blanca entiende que hay una «Europa real», la que importa, y está el «jardín de infantes europeo» que debe limitarse a esperar a que los adultos arreglen sus problemas y luego les digan qué hacer.
Más tarde, el Consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan relativizó el desdén declarando que Biden también hablaría el jueves con el presidente de Ucrania Volodymir Zelensky. Pero, ¿qué podría decirle, aparte de darle toneladas de garantías verbales y ninguna efectiva?
Por último, cabe destacar que la parte estadounidense no prometió aceptar a Ucrania en la OTAN (en su lugar hicieron las habituales declaraciones oblicuas sobre «puertas abiertas») y que Estados Unidos incluso ha reafirmado los Acuerdos de Minsk que, de facto y posiblemente incluso de iure, podrían servir para desautorizar cualquier ataque ucraniano contra las regiones autónomas rusohablantes de Donetsk y Lugansk.
Este es otro buen resultado de la cumbre, ya que, cuanto menos poder tengan los miembros orientales de la Unión Europea y Ucrania, menos probable será que impongan su agenda e involucren a las potencias dentro y fuera del continente en una guerra que rápidamente podría hacerse nuclear.
Sin embargo, mientras las negociaciones se ponen en marcha y comienzan a dar frutos, el riesgo de que cualquiera de dichos aliados orientales provoque un enfrentamiento violento con Rusia (con el caluroso apoyo de los belicistas dentro y fuera de EE.UU.) sigue siendo muy alto.
El hecho de que las negociaciones sustantivas hayan sustituido por fin al «unilateralismo» de Estados Unidos es un importante y positivo primer paso, al que deben seguir acuerdos escritos y vinculantes. Es que los políticos estadounidenses son profesionales en decir A cuando negocian con potencias extranjeras y no A, apenas sus medios de comunicación los hostigan.
La reunión del martes 7 entre Biden y Putin puso las bases para desactivar la bomba a punto de explotar en el este de Ucrania. Ahora deben ponerse a trabajar los diplomáticos para organizar la compleja y enmarañada agenda de negociaciones bi-y multilaterales , por un lado, y los servicios de inteligencia, por el otro, para controlar a la multitud de bandas que ven alejarse el negocio bélico que creían tener en sus manos y a los “mariscales ensoñados” en las capitales de Europa Oriental que ya se veían paseando por una Moscú sometida. Mientras no avancen ambas tareas, no vamos a poder dormir tranquilos.