Mayo: “La imaginación al poder”
En cierto modo, la utopía es un viajero que llegó ilusionado al andén de los sueños en busca de un tren que no llegará…
Por Etín Ponce, Secretario General de Atilra
Para muchos el movimiento contracultural de resistencia encabezado por los estudiantes de la Universidad de Nanterre conocido como el Mayo Francés fue una especie de sueño revolucionario que la realidad transformó en utopía.
La revuelta estudiantil comenzó con una serie de demandas del alumnado a las autoridades de la casa de altos estudios optando éstas por clausurar la universidad a raíz de los disturbios que acompañaron la demanda. Fue entonces que el conflicto se trasladó a La Sorbona convirtiéndose París en el epicentro de las disputas.
Muy pronto a los estudiantes se les sumaron obreros industriales y en menos de veinte días había casi diez millones de trabajadores en huelga en lo que sería hasta ese momento el cese de actividades más importante de la nación gala.
Los enfrentamientos entre la policía que reprimió y los obreros y los estudiantes que construyeron barricadas y se defendieron con adoquines arrojó el saldo de más de seiscientos detenidos.
El movimiento fue horizontal y por lo tanto anárquico, lo que caracterizó a la demanda como multifacética. Las banderas que entonces se levantaron eran por una educación igualitaria, por la libertad sexual y en contra del autoritarismo académico, pero también el movimiento se alzó en reclamo de demandas laborales y al mismo tiempo condenando la guerra de Vietnam.
Podrá decirse que el Mayo Francés no fue una revolución que cumplió con el objetivo de cambiar el sistema y el orden, pero seguramente se coincidirá en que visibilizó ideas progresistas y nuevos valores morales.
El Mayo del 68 puso sobre la mesa al ecologismo y sobre todo al feminismo, ya que la activa participación de las mujeres en las calles se hizo notar. Simone de Beauvoir fue una de las referentes que apoyó y alentó la protesta junto a su pareja Jean Paul Sartre.
Pero si hay algo que caracterizó a la gesta del Mayo Francés fue su cuestionamiento al orden mundial imperante y al surgimiento de una sociedad de consumo alentada desde los medios masivos de comunicación que ya empezaban a jugar un papel importante a favor de los sectores concentrados de la economía.
El Mayo del 68 prohijó eslóganes que nacieron en paredes y tapiales y aún perviven en el corazón y el intelecto de jóvenes de todo el mundo que sueñan con la construcción de un orden social nuevo. «Seamos realistas, pidamos lo imposible» / «Bajo los adoquines, la playa» / «Las libertades no se dan, se toman» / «El aburrimiento es contrarrevolucionario», fueron algunas de las tantas consignas que se levantaron y entre ellas: «La imaginación al poder».
Si bien es cierto que la revuelta provocó el adelantamiento de las elecciones en Francia y el definitivo alejamiento de Charles de Gaulle de la gran arena política, la insurrección se licuó sin que se llegaran a obtener los objetivos de máxima que se habían propuesto quienes participaron de la protesta.
A pesar de aquella rebelión estudiantil y obrera el capitalismo tuvo la paciencia necesaria y la capacidad de sobornar voluntades instalando otras consignas en el mundo que contrastan y mucho con las esbozadas por los estudiantes y obreros de aquel Mayo del 68.
Puede decirse que triunfó el capitalismo con su impronta insaciable, meritocrática, insensible y antisolidaria poniéndose en marcha una sociedad de consumo que endiosó el poder material, a tal punto que hay quiénes conciben al dinero como una especie de accionista mayoritario de la felicidad.
La sociedad de consumo genera estereotipos. Ese mandato social establece que si uno no posee determinadas cosas materiales ni frecuenta ciertos lugares o si no es amigo o conocido de personas o grupos influyentes, uno no existe.
«El vulgo se deja cautivar por la apariencia y el éxito», sentenció hace más de quinientos años Nicolás Maquiavelo y pareciera que las cosas, a pesar del Mayo Francés y del tiempo transcurrido no han cambiado demasiado. Ese paradigma asentado en las arenas movedizas del materialismo y la ostentación, hace que una buena parte de la sociedad tolere e incluso festeje estolideces por el simple hecho de que las mismas han sido pronunciadas desde determinados estamentos sociales a los que los abyectos tienen la necesidad de rendir culto.
A la actual sociedad de consumo la sostiene un capital cada vez más concentrado, feroz y peligroso. Concentrado porque cada vez está en menos manos, feroz porque cada día expulsa más gente del sistema condenándola al destierro, al hambre y la inanición, pero también al delito y al crimen, los que más temprano que tarde se volverán en contra de la misma sociedad que los patrocinó, y peligroso porque subvierte la tabla de valores tornando imprescindible lo superfluo en eso de confundir valor con precio.
El capitalismo salvaje tiene reglas de juego claras y simples: lo que no tienes debes comprarlo y si lo tienes debes cambiarlo. Y así anda la gente, comprando cosas sin saber para qué y cambiando otras sin saber por qué.
Pobres los opulentos habitantes de Occidente, en países que se precian de libres viven esclavos del consumo. Tal vez si fuese contemporáneo nuestro algo así manifestaría en la actualidad Diógenes de Sinope, filósofo griego, discípulo de Antístenes y éste a su vez pupilo de Sócrates.
Si bien Antístenes fue el padre fundador de la filosofía conocida como cinismo, sin embargo Diógenes de Sinope es el máximo exponente de esta escuela filosófica, claro que no entendiéndose al cinismo como lo concebimos en la actualidad ya que el nombre de cínicos como se los conoció tiene dos orígenes referenciados en los creadores del movimiento.
El primer antecedente viene del sitio donde Antístenes fundó la escuela y donde enseñaba filosofía, que era el gimnasio y santuario de Cinosargo, cuyo nombre significaba perro ágil o perro blanco. La segunda acepción tiene que ver con el comportamiento de Antístenes y Diógenes que se asemejaba al de los perros, razón por la cual habitualmente la gente los apodaba con el nombre de Kynicos o cínicos, es decir perros o perrunos.
La escuela cínica valoraba la austeridad como una virtud y Diógenes llevó sus postulados a su máxima expresión; pero no la pobreza por la pobreza misma, sino como expresión y ejemplo de independencia, entendían que no había nada más valioso que vivir con lo justo y lo necesario. Diógenes hizo de esa concepción filosófica la consigna más importante de su vida, exagerándola para provocar a la sociedad de aquella época.
Para el hombre de Sinope no había término medio, todo aquello que no fuera necesario pasaba a ser superfluo y por lo tanto prescindible, haciendo de este pensamiento la piedra angular de su vida convirtiendo en realidad lo más difícil, llevar a la práctica lo que se predica.
Fue un gran provocador, un agitador de conciencias que entendía a todo lo innecesario como un lastre para alcanzar una vida armónica y placentera, consecuentemente proclamaba que había que deshacerse de todo deseo que generara dependencia haciendo de esa proclama no solamente su forma de vida, sino que señalaba esas debilidades en los demás perturbando a una sociedad cuya hipocresía contrastaba con los principios filosóficos del pensador griego.
A tal extremo llevó su austeridad este «Sócrates delirante» como lo llamaba Platón, que vivía en una tinaja, vestía día y noche un viejo y raído manto, caminaba siempre descalzo y como únicos bienes llevaba un báculo en el que se apoyaba para caminar y un zurrón que colgaba de su hombro el que contenía un cuenco que utilizaba para beber y una escudilla en la que comía.
Diógenes, que evitaba los placeres materiales por entender que éstos exacerbaban la vanidad de las personas y llevaban al autoengaño a las mismas generando una mutación artificial en la conducta humana, un día vio cómo un niño comía lentejas sobre un trozo de pan y observó cómo al terminar de comer bebía agua de una fuente ahuecando sus manos, entonces el máximo exponente de la escuela cínica pensó: «Este muchacho me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas. Si come sus lentejas sobre un trozo de pan y bebe agua con sus manos, entonces quiere decir que no necesito ni mi escudilla ni mi cuenco», por lo que acto seguido procedió a sacar ambos utensilios del zurrón arrojándolos por los aires.
Según cuenta la historia, acaso con cierto sesgo de leyenda, en un viaje a Egina, Diógenes fue capturado por piratas y vendido como esclavo. Cuando en su condición de tal fue puesto a la venta, quiénes tenían la intención de comprarlo como esclavo le preguntaron qué es lo que sabía hacer, a lo que Diógenes respondió sin inmutarse: «Mandar», dejando en claro que él no se subordinaría al poder económico reinante.
El máximo exponente del cinismo manifestaba que los dioses habían dado al hombre una vida fácil, pero que éstos se encargaban de complicarla.
Aunque la historia también la cuenta al revés, Diógenes, que era absolutamente asceta, cierto día estaba comiendo un plato de gachas, comida sencilla elaborada con granos de avena en agua, cuando se le acercó Aristipo, fundador de la escuela cirenaica que identificaba el bien con el placer. Aristipo, que tenía la costumbre de halagar a nobles y gobernantes para vivir a expensas de ellos, se dirigió a Diógenes con tono sarcástico preguntándole si no sabía que con solo adular un poco a ciertos personajes de la polis podía dejar de comer gachas, a lo que Diógenes le respondió: «Y si tú comieras gachas no tendrías la necesidad de adular y mendigar a nadie».
Seguramente hoy los preceptos de la escuela cínica de Antístenes y Diógenes resultarían a todas luces perimidos y alejados de la realidad a partir de los tiempos en que vivimos, pero tampoco deberíamos exagerar con el concepto filosófico de Aristipo, no todo debiera circunscribirse a buscar la felicidad a través del soborno material que nos impone el paradigma de nuestros días.
En estos aciagos tiempos que transcurren y a partir de la concentración económica, solo los lobbies financieros que buscan únicamente beneficios per se ostentan realmente lo que la sociedad de nuestros días concibe como poder, a falta de dignidad el resto se acurruca, como Aristipo, debajo de la mesa esperando que caigan algunas migas.
Sin embargo, y sin la pretensión que tuvieron Antístenes y Diógenes en la antigua Grecia y los estudiantes y obreros de aquel Mayo Francés, quizás deberíamos inclinarnos a pensar que el verdadero poder discurre por otro lado, tal vez el auténtico poder consista en cambiarnos a nosotros mismos, prestarle atención a aquello que tiene que ver más con lo que nos pasa hacia adentro que con lo que queremos mostrar, vender o aparentar hacia afuera.
Digo entonces que tener poder es quitarte el maquillaje y vivir sin pensar en lo que creen los demás. Contemplar extasiado el vuelo de cada pájaro, soñar esperanzado. Caminar erguido a pesar de los dolores que el paso del tiempo nos deposita en el cuerpo y en el alma.
Tener poder es esparcir semillas, es tender la mano a quien la necesita sin esperar recompensa alguna. Perdonar y también saber pedir perdón.
Batallar contra el odio y la envidia. Tener la valentía de amar sin medir las consecuencias, sabiendo que en el amor, como en la guerra, las secuelas son inevitables.
Admirar sin retaceos. Valorar lo que hacen los demás; ascender por el pedregoso camino de la dignidad o no subir por ninguno.
Aprender de las derrotas y cuando se gana, no olvidar que al mismo tiempo hay alguien que ha perdido. Renunciar al éxito y al aplauso adulador.
Tener poder es tener clara conciencia que siempre se está a mitad de camino y que en esta vida todos estamos haciendo una pasantía.
Tener presente la finitud de nuestra existencia. Saber que como en la calesita, puede que alguien se saque la sortija y dé una o dos vueltas más, pero que inexorablemente en algún momento todos nos tenemos que bajar.
Quien se ponga al alcance de estos preceptos? ¡Shit that has power!
Por Etín Ponce, Secretario General de Atilra